Blogia
J. C. García Fajardo

Cuentos

Retazos de la Luna Azul 058: Los chanclos y el paraguas

 

Los porteros del monasterio tenían orden de no dejar pasar a nadie para no importunar al Maestro. Pero un día, llegó un antiguo discípulo que había convivido diez años con el Maestro y que había recibido el reconocimiento de éste y estaba al frente de un monasterio en la montaña. Llovía mucho y los monjes porteros no se atrevieron a impedir el paso a aquel santo venerable de cuya sabiduría todos se hacían lenguas.
Así, pues, cuando llegó ante la baranda en la que descansaba el Maestro, descalzó sus pies y depositó los chanclos junto con el paraguas, en el rellano. Se inclinó profundamente ante su Maestro que lo acogió levantándose para abrazarlo y les pidió a Ting Chang y a Sergei que les preparasen un té especiado pues sabía que a su visitante también le gustaba así.
Permanecieron en silencio y, al cabo, el joven Maestro le pidió al anciano que le aconsejase pues se daba cuenta de que no avanzaba como debiera. El Maestro, sin dejar su amable sonrisa, le preguntó:
- Maestro Tenno, has dejado tus chanclos y tu paraguas a la entrada, ¿verdad?
- Así es, Maestro.
- ¿Puedes decirme si has dejado los chanclos a la derecha o a la izquierda del paraguas?
Tenno no supo qué responder y se inclinó en silencio. En ese momento, hicieron su entrada Sergei y el Noble Ting Chang, que depositaron las bandejas en una mesita, se arrodillaron y postraron sus frentes sobre el suelo mientras extendían sus manos con las palmas hacía arriba. Eran conscientes de que asistían al "paso del Buda" por aquella estancia y la única actitud posible eran el silencio y el asombro.
- Preparadle al joven Maestro Tenno una choza, como le sucedió al Venerado y antiguo Maestro cuyo nombre este monje quiso llevar en su reconocimiento. Pasará otros diez años conmigo hasta alcanzar la Consciencia Constante. El mucho trabajo al servicio de su comunidad le ha hecho escoger esa estratagema para descansar y reciclarse.
- ¡Cuándo se entere el Abad!, - exclamó Sergei que era incapaz de controlarse.
- Este Abad había sido condiscípulo de Tenno y está muy a gusto en su puesto haciéndolo todo a la perfección.
- ¡Hasta que, a su vez, caiga del caballo!, - musitó Ting Chang.
- No hay peligro, Noble Ting Chang, no hay peligro. A causa de la generosidad de vuestro ilustre padre, el Abad ya no viaja a caballo.
 

José Carlos Gª Fajardo

 

Retazos de la Luna Azul 057: Como los bambúes

Una tarde en la que el Maestro estaba descansando sus pies en una tinaja con agua salada y Sergei se preparaba para darle un masaje con bálsamo, la liebre siberiana le dijo:
- La verdad, Maestro, y sin querer meterme en este trajín que os traéis por las noches, al otro lado del río, es que mejor sería que lo compartierais con toda la comunidad para que ellos avanzasen en ese camino. Porque, ¡mira cómo traes los pies y cómo tienes las manos! Además, estáis adelgazando los dos de manera preocupante.
- Ay Sergei, Sergei. Según los Libros Santos de Occidente, todas las desgracias les sobrevinieron a los hombres cuando pretendieron conocer los secretos del Cielo sin estar debidamente preparados.
- ¿Y quiénes eran los responsables de que no estuvieran preparados y, lo que es peor, de que supieran que existían otras dimensiones que podrían hacerlos más felices? ¡Pues, los dioses!
- No te fíes de las apariencias, joven Sergei. Aparte de que se trata de géneros literarios para que podamos comprenderlo, los hombres tenían, en su origen, todo lo necesario para ser felices si vivían de acuerdo con su naturaleza.
- Entonces, ¿por qué no podían comer de aquel árbol de la sabiduría que los haría como dioses?
- Ese fue el engaño. Lo tenían todo, pero su inmenso error fue no reconocerlo. Creyeron que "podrían ser como dioses"... ¡cuando ya lo eran, Sergei, ya lo eran!
- ¿Y ahora?
- No podemos dejar de serlo, Sergei. Se trata de caer en la cuenta desprendiéndonos de tantas costras que oscurecen nuestra mente. Mira los bambúes que hemos plantado hace unos años. ¿Los ves?
- Sí, Maestro.
- No hay dos iguales, unos son más altos que otros, unos más flacos, otros más verdes, unos llevan agua y otros están secos, unos se inclinan al paso del viento y otros resisten porque se consideran más viejos. ¡Y todos son bambúes, Sergei!
 

José Carlos Gª Fajardo

 

Retazos de la Luna azul 056. A vuelta con las Escrituras

Andaba Sergei más solícito que nunca con las supuestas necesidades del Maestro y del Noble Ting Chang cuando éste se acercó y le dijo sonriente:
- Sergei, todo esto no durará más que el tiempo de un sueño. Después, todo regresará a una nueva normalidad.
- Si regresa no será tan nueva, Noble Amigo.
- Depende de la perspectiva desde la que lo consideres. El niño ya lleva en su cuerpo las hormonas que habrán de despertarse en la adolescencia, y los nuevos registros para su voz, el vello nuevo que un día habrá de desaparecer. Todo es nuevo porque lo hacemos nuevo.
- Sí, Noble señor, pero parece como si estuvierais cambiando las normas tradicionales.
- ¿Las que figuran en las Sagradas Escrituras?
- Más o menos: vivís de noche, casi no coméis ni dormís, no asistís a los Sagrados Oficios en el Templo ni atendéis a los pobres ni a los enfermos. Vivís a caballo de los demás.
- Esto suena duro pero la realidad no es así. Según este planteamiento, los largos períodos que los sabios y los santos, los Budas y los profetas han pasado en los desiertos y en la soledad de sus pruebas significarían un tiempo perdido.
- ¡Es que hay tanto qué hacer!
- ¿Sabes cuántos años de la vida de un médico se requieren para ser eficaz en su profesión?
- Muchos.
- No, Sergei, toda una vida. Y en cuanto a la supuesta intocabilidad de las Escrituras recuerda lo que le sucedió al Buda.
- Cuenta, Noble Señor.
- Un hombre erudito se acercó al Buda y le dijo "Las cosas que enseñas no se encuentran en las Sagradas Escrituras" "Pues, ponlas tú en las Escrituras", le respondió con una sonrisa el Theratava. "Es que, si me lo permites, Bienaventurado, muchas de las cosas que practicas están en contradicción con las Sagradas Escrituras". "Bueno, querido amigo, entonces corrige tú las Escrituras".
- ¡Caramba!, dijo Sergei.
- Un gran Avatar de la divinidad, el Rabí Jesús dijo un día "La escrituras, como el sábado, son para el hombre y no el hombre para las Escrituras".
 

José Carlos Gª Fajardo

 

Retazos de la Luna Azul 055: El barquero maldito

Mientras Sergei ayudaba al Noble Ting Chang a limpiar su arco, le contó su rabia por las calumnias que la viuda andaba propalando por el pueblo. Sergei estaba furioso porque él se había limitado a dejarla en Nanking debido a sus obligaciones en las chozas". La rabia iba creciendo y Sergei no lograba controlar su ira imaginando qué pensaría la gente. El Noble Ting Chang le dijo con una sonrisa:
- ¿Conoces la historia de aquel barquero que un día de lluvia remaba contra corriente y vio bajar hacia él otra barca que cada vez se aceleraba más por la fuerza de las olas?
- No la conozco, Noble Ting Chang, y no acierto adónde me quieres llevar.
- El barquero veía que cada vez se le acercaba más y más la otra barca y comenzó a gritar a pleno pulmón increpando al otro marinero, a quién no veía por causa de la lluvia. Pero éste no parecía hacer caso a sus gritos ni gobernar su embarcación que amenazaba con estrellarse contra su barca. "¿Habráse visto animal semejante? ¿No sabes gobernar tu embarcación? ¡Animal, más que animal! ¡Ojalá se te seque y nunca te la encuentres! ¡Así te ahogues y no vuelvas a ver a tu familia! ¡Hijo de Satanás! ¡Maldito seas, una y mil veces!" Pero ni el otro le respondía ni corregía el rumbo de su embarcación. Entonces, nuestro barquero, incapaz de controlar su ira, dio un golpe de timón y fue hacia la orilla dispuesto a saltar sobre el barquero odiado cuando estuviera a su altura.
- ¿Y qué ocurrió? -, le preguntó Sergei que era incapaz de resistirse ante una historia bien contada.
- Pues que cuando la otra barca llegó a su altura vio que no iba nadie al timón sino que navegaba sola llevada por las olas.
- ¿Entonces?
- Pues que nuestro barquero se sosegó de inmediato ya que no tenía contra quién desahogar su ira.
- Ahora comprendo.
- Sergei, ¿qué más da lo que piensen o dejen de pensar o imaginemos que piensan los demás, si nuestra conducta es honesta? El universo se desenvuelve como debiera.
 

José Carlos Gª Fajardo

 

 

Retazos de la Luna Azul 054: Ya no somos los mismos

Con la nueva vida que había comenzado en las chozas del Maestro, Sergei obtuvo permiso para dejar acomodada a la viuda en Nanking y se hizo humo para no interferir en la formación del Noble Ting Chang. Se ocupó de que todo funcionase con normalidad, aunque no pudiera participar en lo que ocurría al otro lado del río.
Una tarde, mientras el Maestro daba de comer a las carpas, se acercó y le dijo.
- Venerable Sensei, mi vida es bastante rutinaria y no sé si avanzo en el Camino. Todos los días parecen iguales, vestirse y comer, dormir y trabajar.
- Somos muy afortunados, Sergei, porque podemos vestirnos y comer, dormimos y trabajamos.
- No te comprendo muy bien, Maestro.
- Anda, Liebre desconcertada, vamos a comer y después descansaremos. No hay nada que comprender. Los que han comido y descansado ayer no son los mismos que van a hacerlo hoy.
- Maestro, me siento algo atolondrado. ¿Cómo no vamos a ser los mismos de ayer, y los mismos de mañana?
- Escucha lo que le sucedió al Buda cuando su primo Devadatta, lleno de envidia por no poder figurar entre sus discípulos más cercanos, lo insultó y lo increpó hasta que movido por la cólera le arrojó un enorme peñasco desde una ladera cuando el Buda se dirigía al baño. El Bienaventurado lo esquivó y continuó su camino sin inmutarse.
- ¡Menudo primo! Así es mejor no tener parientes, como me sucede a mí.
- Al día siguiente, el Buda vio a su primo que se intentaba esconder en una vuelta del camino y se dirigió hacia él para abrazarlo con afecto. "¿Pero cómo eres capaz de no guardarme rencor después de lo que te hice ayer?", - le dijo lleno de pena el agresor. El Bienaventurado Theratava, el Buda de la Compasión, le respondió con una amplia sonrisa mientras lo apretaba entre sus brazos: "Porque ni tú eres quien arrojó el peñasco ni yo soy el que pasaba por allí cuando aquella roca se resbaló por la ladera."
- Guau!
- Todo cambia, Sergei. Como las aguas de este río. ¿Te imaginas que el Buda se hubiera incomodado porque un árbol fuera arrancado por el viento y le golpease? ¿Contra quién iba a dirigir su ira?
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna azul 052: La morada del Cielo

Estaban los tres sentados en torno a la mesa de roble que les servía para las comidas. Habían dado cuenta de una buena cena preparada por Sergei y regada con un rico vino que había traído el Noble Ting Chang. Descansaban sentados en el suelo sobre sus cojines cuadrados y bebían el té especiado a la manera india que tanto le gustaba al Maestro, cuando hizo su entrada el Abad, acompañado por los tres priores. Se postraron ante el Maestro para saludarlo pero con el rabillo del ojo los priores no perdían de vista a Ting Chang. Éste enderezó un poco más su espalda, tiró desde la coronilla de su cabeza de las siete vértebras cervicales y bajó sus rodillas para firmarlas con suave firmeza sobre la alfombra. No se levantó porque el Maestro permanecía sentado y con una mirada le había transmitido el mensaje de que los jerarcas del monasterio no venían en visita monacal. De hecho, cuando se levantaron, se volvieron hacia Ting Chang y inclinaron la cabeza con respeto.
- Maestro, - dijo el Abad con el protocolo reservado en el ceremonial del Libro de los ritos tan venerado por Confucio -, sabemos que el Noble Ting Chang no se encuentra entre nosotros para compartir la vida del monasterio ni tampoco para buscar su lugar en el Camino, puesto que ya ha tomado una decisión y desea permanecer un tiempo a tu lado.
- Así es, Abad, - dijo el Maestro en un tono quizás demasiado bajo que obligó a los tres priores a concentrar la atención en sus palabras y no en la imponente figura de Ting Chang que se agrandaba por momentos -.
- Por eso, desearíamos insistir en que podría habitar en una tranquila zona del monasterio y acudir aquí para recibir tus enseñanzas. Esta comunidad jamás podrá agradecer bastante el honor que nos hace su presencia, y la desbordada generosidad de su Ilustre padre.
Ting Chang inclinó su cabeza hacia el Maestro pidiéndole venia y en un tono cortés, con profundo respeto pero lleno de dignidad, se dirigió al Abad cuando éste y sus acompañantes hubieron tomado asiento sobre los cojines que les había colocado Sergei.
- Venerable Abad y estimados priores, ya conocéis cómo llegué aquí en busca del sosiego y de la paz junto al Maestro fundador de este monasterio. Buscaba la luz y esta surgió de las cenizas. Mi Venerado e Ilustre Padre me ha hecho conocer los designios del Cielo sobre mi hermano mayor y sobre mí. No puedo excusar esa voz buscándola en otro lado que en su sendero natural. Mi hermano mayor seguirá viviendo en EEUU con su esposa norteamericana y cumplirá allí la misión que le ha sido encomendada. Yo debo reconducir todo lo aprendido hasta ahora para prepararme a asumir las funciones que me esperan. Por eso, he regresado junto al Maestro para que me instruya en el arte del gobierno de acuerdo con las milenarias tradiciones de nuestros antepasados. Ya parece estar  pasando la noche que durante casi un siglo se cernió sobre nuestro pueblo, pero éste se prepara a resurgir con toda la sabiduría que le exige asumir las responsabilidades que le aguardan, de nuevo, como Imperio del Centro. Cada uno ocupará el puesto que le pertenece desde largo tiempo, aunque todavía no lo sepa. A algunas personas les está reservada la ingente tarea de dirigir y de gobernar, de organizar y de prever. Para eso es necesario comenzar por el gobierno de uno mismo. Por eso, he venido aquí. Viviremos como lo hemos hecho durante estos meses ya que el Maestro ha dispuesto un programa que para nada afectará a la vida regular del monasterio. Cuando llegue el momento, partiré sabiendo en dónde encontraré siempre un lugar de retiro, de reposo y de refugio ante las tormentas que nos esperan.
- Así es, Noble Señor, y queremos testimoniaros el reconocimiento por el honor que nos hacéis y agradecer la generosidad de Vuestro Padre.
- Sí, Abad, la conozco bien. Pero le he pedido que, para compensar un poco el privilegio del que disfruta su hijo y heredero, multiplique por diez mil lo que hubiera pensado entregar a esta comunidad y que lo coloque en una cuenta especial, al más alto interés, que ya me cuidaré yo de darle un destino correcto.
El Maestro asintió con un gesto y, dirigiéndose al Abad y a sus acompañantes, les dijo sonriendo:
- Ya conocéis las costumbres que tenemos en estas chozas. Toda enseñanza puede contenerse en un cuento, si se sabe contar y se escucha con un corazón limpio. “Érase una vez un sacerdote que pasó frente a una casa muy humilde en la que una madre daba de comer a sus hijitos entre canciones y bromas. Les daba la comida y también depositaba unas migas ante la imagen del Buda entre el alborozo de los cinco niños. El sacerdote se encrespó y le dijo: “¡Mujer, no seas blasfema! ¿Cómo tratas la imagen del Theratava con semejante falta de respeto? ¡No mereces tenerla aquí!” Y agarrándola con ira, se la guardó entre los pliegues de su túnica y la colocó sobre un altar en el templo que regentaba. Los niños quedaron profundamente tristes y su madre muy avergonzada. Pero esa misma noche, el Cielo se apareció en sueños al sacerdote y le increpó diciendo “!Insensato! ¡Más que insensato! ¿Por qué te metes en dónde no te llaman? Todas las tardes, antes de retirarme, me gustaba sentarme en aquella humilde casa para disfrutar enormemente con la alegría de aquellos niños y la excelsa santidad de aquella mujer a la que has humillado. Allí me sentía a gusto y no en este templo lóbrego y triste. Mañana por la mañana, encarga al monje más joven que devuelva esta imagen a aquella morada de paz.”
Todos se pusieron de pie, se inclinaron ante el Anciano y se retiraron en silencio. Así comenzó la preparación de Ting Chang en el noble arte de gobernar.
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna Azul 051: Yoga de la escoba

Sergei, que de todo se enteraba, supo que un anciano había llegado al monasterio ofreciendo sus servicios. Intentaron disuadirlo por la dificultad de adaptarse a una vida de comunidad a una edad tan avanzada. Además, él había fundado una familia y, aunque su esposa acababa de morir, lo natural es que envejeciese al lado de ellos. Lo cuidarían y él podría transmitirle su experiencia. El anciano insistía en que lo admitiesen aunque sólo fuera para barrer los claustros y los jardines. Los priores se oponían porque temían que aquello se convirtiese en un asilo para personas mayores. Por otra parte, dada la incultura del anciano, sería difícil formarlo para que se pudiera integrar en una vida tan organizada como la de un monasterio.
- “Además, -le dijo el Abad-, si usted ha esperado hasta tan tarde para encontrar el sentido a su vida e iniciar un camino espiritual, no veo por qué no puede conseguirlo en medio del mundo en el que ha conservado durante tantos años ese anhelo de silencio y de soledad”.
- “Miren ustedes, yo tampoco sé por qué estoy aquí, pero llevo años y años superando todas las dificultades que se me presentaron con la esperanza de poder terminar mis días en la paz y en el silencio del Buda”, -les respondió con humildad el anciano.”
- “¿Acaso no sabe que el Buda no recomendó a todo el mundo la vida monacal, y que admiraba y animaba a los padres de familia en su camino de santidad? Si usted lleva tantos años esperando es porque no descubrió que en su quehacer diario está la perfecta sabiduría.
- “Nunca rechacé mis obligaciones ni me quejé en las adversidades. Todo lo veía conforme al plan del Cielo y, aunque no sé leer ni escribir, sí me enseñaron mis padres a contemplar el universo en una gota de rocío. Pero una vez cumplidas mis obligaciones familiares y habiendo cuidado de mi esposa hasta que cumplió sus días, algo me dice que puedo cumplir los míos en la contemplación y en el sosiego.”
- “Aquí la vida es dura y es difícil integrarse en una comunidad que tiene sus normas y sus tradiciones. A usted no le podemos dar libros para que aprenda todo lo que aquí se nos enseña desde jóvenes. Ni podrá leer las Escrituras.”
- “Pero siempre me podrían dar una escoba. En cuanto a los libros, me bastará con ver el comportamiento de la comunidad y, respecto a las Escrituras, o ustedes las viven y resplandece en todo cuanto hacen o habrán perdido el tiempo.”
Los monjes le dieron una escoba y le permitieron alojarse en una humilde cabaña al lado de las caballerizas. Podría comer en la cocina y asistir a los oficios desde la puerta para mantenerla siempre cerrada.
- ¿Es fuerte, de pelo algo cano y tiene los ojos del color gris del acero? – preguntó admirado el Maestro.
- ¿Cómo lo sabes, Luz del Otoño? – preguntó admirado Sergei mientras que Ting Chang contenía una sonrisa cómplice.
- ¡Ya ha llegado, Ting Chang!
- Maestro, pero ¿quién es?
- ¡Es el Maestro del yoga de la escoba!, y de otros saberes. Mañana iré a saludarlo, repuso el Maestro muy complacido.


José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna Azul 050 Ciegos en China

- ¡Maestro, parece que hay noticias del noble Ting Chang!
- ¿Ah sí? ¿Cómo lo sabes?
- Porque en la cocina dicen que llegará en helicóptero y han mandado a los monjes más fuertes a talar el bosque de los castaños y a preparar un helipuerto.
- ¡Todo es posible cuando la mente enloquece!
- Maestro, ¿tú crees que estamos locos?
- No todos, Sergei, algunos sabemos lo que queremos.
- ¡Eso es de los Nobles Señores de Ketama!
- No, si ahora va a resultar que todos somos nobles aunque algunos, en vez de incienso, utilicen otros sahumerios contra los cuales, ¡vive el Cielo!, que no tengo nada.
- Todos parecen haberse vuelto ciegos. ¿No conoces la historia del aquel que iba muy apresurado por la noche y, al doblar una esquina, tropezó con otro hombre que llevaba un farol?
- Continúa, Maestro, mientras doy la vuelta a estas tortillas de cebolla, a la lionesa, bien doradas, como a ti te gustan.
- Pues resulta que el hombre que venía tan apresurado apostrofó al del farol gritándole “¿No ve por dónde va, mentecato? ¿Para qué lleva ese farol encendido si no eres capaz de ver tres en un burro?”
- ¡Sí que iba fino el colega!
- “Tres no veré, pero uno destaca sobre todos los demás, - respondió el hombre del farol. ¿Acaso no ves que yo soy ciego y llevo el farol para alertar a los que vienen por la calle para que ellos puedan verme a mí, en lugar de atropellarme y de apostrofarme?”
- Está bien eso de “apostrofarme”.
- ¡Sergei, me matas! Pero prepara otra tortilla más con la cebolla bien dorada porque el noble Ting Chang está terminando de tomar un buen baño caliente para desprenderse del polvo del camino.
- ¡Noooo! ¡Así que era el campesino que vino a regalarle el cesto de cebollas, de ajos tiernos y de níscalos!
 

José Carlos Gª Fajardo

Sabiduría árabe

Un viejo árabe vivía en Idaho, Estados Unidos, desde hace 40 años.
Quería plantar papas en su jardín, pero arar la tierra ya era un
trabajo muy pesado para él. Su único hijo Ahmed, estaba estudiando en Francia.
Entonces el hombre viejo decide mandarle un mail explicándole el problema:
Querido Ahmed: Me siento mal porque no voy a poder plantar mi jardín con
papas este año. Estoy muy viejo para arar las parcelas. Si tú estuvieras
aquí sé que darías vuelta a la tierra por mí. Que Alá esté contigo. Te
quiere, Papá.
Pocos días después recibe un mail de su hijo: "Querido papá: Por todo lo
que más quieras, no revuelvas la tierra de ese jodido jardín. Ahí es
donde tengo escondido....aquello.
Te quiere, Ahmed"
A eso de las cuatro de la madrugada, aparecen la Policía local, agentes
del FBI, de la CIA y representantes del Pentágono que revuelcan y dan
vuelta a toda la tierra del jardín buscando materiales para construir
bombas, ántrax o lo que sea. Pero, no encuentran nada y se van.
Ese mismo día el hombre recibe otro mail de su hijo:
"Querido papá : Seguramente ya podrás plantar las papas. Es lo mejor que
pude hacer desde aquí. Te quiere, tu hijo Ahmed".

Retazos de la Luna Azul: 049 Mu

- Maestro, - le dijo Sergei cariacontecido -. Me da la sensación de que el Abad no me mira con buenos ojos.
- ¿De dónde has sacado eso, liebre achantada?
- Es que la otra tarde, al regresar de hacer mis buenas acciones en el pueblo...
- ¡Ejem! Pásame un poco de sirope para aclarar mi garganta. Debe de ser el fresco de la tarde.
- Pues, el abad dijo al pasar, como quien no quiere la cosa, como hablando con el Ecónomo. “La verdad es que hay personas que sólo piensan en cambiar de jumento. ¡Ecónomo!, Este burro no hace más que gastar en comida. Habrá que deshacerse de él. ¡Para lo que sirve...!” Me quedé algo escamado, Noble Señor.
- Oye, ¿por qué pronuncias abad con minúscula? ¿Ya han llegado tan lejos las cosas? ¿Todavía te preocupa el qué dirán? Mira, vete al cementerio del pueblo, andando, sí, que no se te van a gastar las piernas, y te pones a insultar a todos los muertos que según algunos, allí reposan.
Regresó Sergei, después de cumplir con lo mandado por el Maestro y éste le preguntó:
- ¿Cómo han reaccionado los muertos?
- Ni mú, no dijeron ni mú, Maestro.
- Ahora vuelve allí a la carrera y haz toda clase de zalemas y de lisonjas. Después, vuelve aquí con su respuesta.
- ¡Pero, Maestro, Luz de dónde el sol la toma! ¿Para qué ir si ya conozco lo que no me van a decir?
- Pues eso es lo que significa en el lenguaje Zen la expresión MU, Nada. Esa debe ser la actitud de un hombre sensato ante los halagos y ante los insultos. Ni inmutarse. Y ya hablaremos de esta loca carrera a por el escabel del príncipe.
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna Azul 048: Chalaneo

- Me parece, Noble Anciano, que el Abad y el Ecónomo andan muy ocupados ampliando las despensas. Y dicen, en la cocina, claro, que andan planeando instalar un motor electrógeno para colocar frigoríficos.
- Sergei, si deambularas menos por la cocina mantendrías más paz en tu espíritu, que es la razón por la que estás aquí.
- Sí, Maestro, para prepararme para la vida, pero ¿en dónde podré encontrar una vida mejor que esta, si exceptuamos la exuberancia con la que he sido dotado por mi naturaleza?” ¡Ay, si Dios me ayudase... !
- Sergei, ¡tienes un morro que te lo pisas! Tira bien de ahí, no pueden quedar arrugas.
- ¡Si ya tiro lo que pasa es que esta rafia está algo rebelde!
- ¿Sabes lo que le ocurrió a un devoto avaricioso?
- Eso es incompatible.
- Escucha. Un alto ejecutivo, de esos que ahora tanto admiras, no me interrumpas y continua tirando de la rafia. Pues bien, ese hombre de negocios se encontró en apuros porque no iba a poder atender un vencimiento importante. Entonces, se acordó de su fe de niño y se fue al templo. Se postró ante la estatua del Altísimo y le prometió que, si le solucionaba su enorme barullo económico, vendería una casa y entregaría su importe a los pobres. Así fue. Llegado el momento, se le solucionaron sus problemas y puso un cartel ante la casa que iba a vender: “Se vende casa con perro incluido”. Unas personas fueron a preguntar y el honrado ejecutivo les dijo: “La casa vale cinco monedas de plata, el perro cien mil. No se venden por separado”
- ¡No me diga lo que viene a continuación!
- Vendió la casa con el perro por la suma establecida y se dirigió al templo para entregar las cinco monedas de plata con destino a los pobres.
- ¡Hasta se chalanea con la Divinidad!
- ¡No me digas, Sergei, no me digas!
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos 047: Lluvia de otoño

Estaba Sergei recuperándose de los estragos que le había causado, “la vida en la ciudad”, como él decía eufemísticamente, cuando el Maestro le preguntó.
- Sergei, ¿no crees que ha llegado la hora de que busques alguna orientación para tu vida?
- Eso estaba pensando mientras guardaba el traje de ejecutivo. Pero ¿adónde ir, Maestro? Para monje no sirvo, ya usted sabe. Tampoco me imagino sentado en un puesto de trabajo rutinario y sometido a un horario. ¡No sirvo para estar encerrado! Tampoco creo que estoy preparado para asumir una vida de familia.
- Pues no creas que están más preparados el noventa por ciento de los que se casan. Si pusieran tantas cauciones para casarse como las ponen para divorciarse algo comenzaría a enderezarse. No he visto mayor temeridad que la de lanzarse a echar hijos al mundo sin la preparación adecuada.
- ¿Y cómo hacían antes?
- Estaba la escuela del hogar tradicional. Se limitaban a repetir lo aprendido. Ahora es preciso inventar un nuevo concepto que se adapte a la realidad que existe, y eso antes de inventar un nuevo sistema.
- No me veo, Maestro, no me veo uncido a un arado.
- ¿Y aprender un oficio o prepararte para un empleo, en la ciudad?
- Maestro, no me extraña lo que dices, sino el acento. ¿Crees que voy a postularme para acompañar a Ting Chang en su nueva vida?
- Tú te lo dices todo. Escucha, Sergei lo que aconteció a una lechuza que decidió marcharse a otras tierras. Su amiga la tórtola le preguntó que por qué lo hacía y la lechuza le respondió “porque a la gente no le gusta mi canto”. “Bueno, le dijo la tórtola, quizás tendrías que trabajar en cambiar tu canto y si lo logras, podrás emigrar. De lo contrario, tampoco le gustará tu graznido a las gentes de otro lugar”. “¡Pero mi canto es el propio de las lechuzas!” “Entonces, será mejor que te tranquilices y recuperes el sosiego y la sabiduría que te caracterizan. ¿Qué importa que a algunos no les guste tu canto?”
Sergei se postró ante el Maestro y pasó con respeto sus dedos sobre sus sandalias. Entonces, comenzó a llover como solía.
 

José Carlos Gª Fajardo

 

Retazos de la Luna Azul 046: Orejas de liebre

Terminaba la tarde del séptimo día del retiro del Maestro cuando éste se preparaba para ir a la cocina del monasterio a buscar un poco de comida. En esto, hizo su aparición Sergei, vestido como un ejecutivo de la ciudad.
- ¿Adónde vas, liebre que agoniza? – le preguntó sin inmutarse-. ¿O de dónde vienes?
- Ay, Maestro, esta viuda me trae loco. ¿No se le ocurrió decirme que había que estar preparados por si nos trasladábamos todos a Shangai?
- ¿Pero no tenía un ataque de lumbago?
- Ya, Maestro, ya. Del lumbago y de lo que no es lumbago voy a tener que reponerme yo después de una semana con esta fiera. Creo que agotó las reservas de ginseng de todo el pueblo si no, no me lo explico.
- Sergei, ¿no sabes lo que le ocurrió a una liebre que estaba muy orgullosa de sus finas y largas orejas?
- Estoy yo como para pensar en liebres, ¡adoro a las tortugas! Pero cuente, cuente.
- Pues resulta que, cuando llegó el invierno, las puntas de las orejas se le congelaban durante las noches más frías.
- ¿Entonces, qué hizo?
- Decidió mantenerse alerta con los ojos bien abiertos para ver llegar el frío y ponerse a cubierto.
- Ay, Maestro, ¡si no son las orejas lo que siento dolorido!
- Ahora, encima, ¡no te quejes! ¿Ves lo que sucede cuando se es tan atractivo? Las tigresas te perseguirán y no para hacerte zalemas.
 

José Carlos Gª Fajardo

 

 

Retazos de la Luna Azul: Melocotones

A pesar de encontrarse haciendo retiro, el Maestro recibió la visita de un monje que se postró a sus pies pidiéndole perdón por invadir su silencio. El Maestro lo acogió porque lo percibió atormentado y le preparó una taza de té especiado a la manera india, con toda la calma. Sólo después de haberlo tranquilizado, se sentó en su cojín y le invitó a desahogar su corazón.
- Maestro, ¿de dónde proceden las raíces de tu sistema filosófico? Aunque asentado en el Tao, sigues las normas de Confucio y practicas el Budismo mientras que todos nos damos cuenta del respeto con el que tratas a los sufís y lo desconcertados que nos dejas con las extravagancias de algunos Mulás. ¿Se trata de un sincretismo o es que todo te da igual porque has descubierto la nada y el absurdo que nos gobiernan?
El Maestro le acercó un hermoso melocotón de aterciopelado color ambarino y con un aroma penetrante, y se lo dio para que se lo comiese, mientras que el Maestro hacía otro tanto. Al principio, el monje intentó comerlo con mesura pero era tanto y tan rico el jugo del melocotón que imitó al Maestro que se relamía con lo que desbordaba por la comisura de sus labios. El monje se acomodó y juntos dieron cuenta de una buena cesta de melocotones que competían con las luces que entraban por la baranda en ese atardecer del otoño.
Cuando terminaron, el Maestro se puso en pié y preguntó al monje:
- ¿Te interesa ahora saber de dónde proceden esos melocotones?
El monje se postró sonriente y respondió:
- No Maestro, ya es bastante.
- Ah, pero no confundas nunca la nada con lo absurdo. Trata de vivir la plenitud del vacío. ¡Hala! Que ya suena el gong de tu monasterio llamándoos a la meditación del crepúsculo.
- ¡Pues estoy yo bueno para sentarme a meditar!
- Pues, pasea.
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna Azul 044: Viento solano

Una vez establecida sólidamente la base para recibir la tinta negra, el Maestro se retiró unos días en silencio. Paseaba por la orilla del río, revisaba los desagües de los remansos para que pudieran recibir las próximas subidas de las aguas, acondicionó con algas y rocas pequeñas los refugios para las carpas doradas y fue amontonando hojas secas para hacer un buen compost con ceniza del fogón y desechos de la cocina. Sergei, durante esos días, le pidió permiso para acompañar a la ciudad a la viuda de Nanking a visitar a sus parientes. La verdad es que el Maestro se estaba preparando para acoger al doctor Ting Chang cuando regresase para su especial seshin, o retiro intensivo, con el que habría de comenzar su nueva andadura.
El Abad había venido a visitar al Maestro, cosa extraña en él, y le encareció que no obstaculizase los caminos del Cielo influyendo en la decisión que, al parecer, ya había tomado el noble Ting Chang.
- O su noble y poderoso padre por él, - le dijo con calma el Maestro.
- No hay que olvidar las decenas de miles de personas que viven del trabajo que les ofrece ese imperio industrial, - argumentó el Abad.
- Por supuesto, por eso Vuestra Paternidad y yo nos hemos retirado a un monasterio y hemos descuidado el contribuir a la propagación de la especie. Vivimos en un oasis que, a veces, corre el peligro de ignorar demasiado la vida de las gentes en el campo y en las ciudades.
- Maestro, nosotros somos una reserva espiritual y contribuimos al orden establecido por le Cielo.
- Dime, Honorable Abad, cuando yo resigné mi puesto en el monasterio e hice que te eligieran para gobernar este monasterio, ¿estabas seguro de que obedecíamos a los dictados del Cielo o te creías preparado para ese puesto?
- No sé adónde quieres llegar, Venerable Luz de todos nosotros.
- Te veo algo crecido. Escucha esta historia: Había una ostra que reposaba en el fondo del mar con sus valvas abiertas en esperaba que entrase alguna arena que la estimulase. Pero resulta que una hermosa perla debió desprenderse de otra ostra y descendía radiante entre las aguas. La ostra la atrapó pero no se la quedó dentro sino que la colocó sobre la arena, a su lado. Se dijo, “si los pescadores de perlas la ven, la cogerán y a mí me dejarán tranquila”. Vana ilusión, los pescadores de perlas estaban acostumbrados a distinguir las ostras en el fondo del agua pero no las perlas reluciendo su nácar sobre la arena. Así que, se llevaron la ostra y la perla sigue reposando tranquilamente sobre el fondo del océano. ¿Lo coges, Abad? ¿Cuidas la perla o te afanas en exceso por el bienestar de las ostras?
- No podemos rechazar la bendición del Cielo expresada en la generosidad del Noble señor Chang.
- Estás tú bueno, Abad, estás tú bueno. Veremos adónde nos lleva todo esto. Me da la sensación de que los monjes andan medio disipados. Por eso he dejado de darle las charlas durante unos días, no son capaces de recibir nada. Sus vibraciones no me gustan. Me llamaré al silencio hasta que pase este viento solano.
 

José Carlos Gª Fajardo

 

 

Lección de vida

Las grandes obras de las instituciones
las sueñan los santos locos,
las realizan los luchadores natos,
las aprovechan los felices cuerdos
y las critican los inútiles crónicos.
Merecería haber escrito estas palabras el Maestro de Sergei. Es certera. Nesemu

Retazos de la Luna Azul 043: Apetecibles

Seguían preparando la amplia estera de rafia para que recibiera bien la base de tinta china que delinearía los contornos del paisaje que el Maestro quería regalarle al doctor Ting Chang. De la etapa que se avecinaba en su nueva vida en Shangai, el Maestro no sabía más que lo que Ting Chang le había enviado en un mensaje con unas escuetas palabras: “Regresaré si me aceptas para prepararme adecuadamente para esta guerra”.
- Si aún hubiera dicho “batalla”, estaría más tranquilo - le comentó a Sergei en voz alta-. Pero este tipo de personas excepcionales cuando aceptan un desafío lo hacen con todas sus consecuencias. Pero, escucha, Sergei, ¿qué haces tú yendo y viniendo al pueblo en el burro de los monjes? ¿A tantos recados te envía el Ecónomo?
- ¡Luz que apenas se divisa! Nada se te escapa. Y eso que estos días andas de muy buen humor.
- ¿Cuándo no lo estoy, liebre atronadora?
- Bueno, digo que desde hace unos días pareces más alegre.
- No te desvíes, Sergei. Nos conocemos.
- Bueno, Refugio de los humildes, es que la ilustre viuda de Nanking ha tenido un ataque de lumbago.
- Y te ha llamado para que la trates, terapéuticamente, quiero decir.
- Maestro, a veces me pregunto por qué el Cielo me habrá hecho así, tan atractivo.
- Cuida, Sergei, que no te vaya a ocurrir lo que a aquel hombre que corría desesperado perseguido por una enorme tigresa. El hombre ya no pudo más, se paró, se volvió y le gritó a la inmensa fiera que ya babeaba de placer. “¿No podrías dejarme en paz?” La tigresa respondió babeando todavía más: “¿Por qué no dejas tú de tener unas cachas tan apetecibles?”
- ¡Maestro!
- ¡Ahahá!
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna Azul 042: No te fíes de las apariencias

- Maestro, le dijo Sergei con una amplia sonrisa – hoy estás como unas castañuelas. Da gusto verte. Desde que me he levantado te he visto por el jardín y parecía que saludabas a las flores.
- No, liebre curiosa, les cantaba canciones que en mi niñez escuchaba a mi madre durante esta época. Mi madre se llamaba Luz de Otoño.
- ¡Ahí va!¿Has tenido buenas noticias?
- Sí, Sergei. Los ojos son horizontales y la nariz vertical.
- Eso es lo que respondió a los monjes el patriarca Dogen cuando regresó a Japón después de su peregrinar por China.
- Pues eso, Sergei, pues eso. Estamos viviendo. Luce el sol. El té estaba bueno.
- Y el zumo de naranjas con ese toque de jengibre.
- Y esas galletas de canela que nos envió la viuda de Nanking. ¿No la tendrás desatendida y busca recomendaciones?
- No se preocupe Maestro, yo soy un cumplidor cabal.
- ¡Sergei, qué lenguaje! Escucha lo que le sucedió a un joven apuesto, alto, sonriente y muy inteligente que se encontró con un sabio en la ciudad de Shiraz. Éste le preguntó quién era. “Soy el Diablo, Venerable Señor.” “¡No es posible! – respondió el hombre santo -. ¡El diablo es feo y malvado, hortera y huele a azufre!” “Ay, amigo mío, ¡has estado escuchando a mis difamadores!”
 

José Carlos Gª Fajardo

 

Retazos de la Luna Azul 041: Lloran mis ojos

- Maestro, - le dijo Sergei mientras preparaban las tintas que habrían de servir para trazar el diseño básico en la alfombra de rafia -, casi no has comido y, antes, bien que te gustaban las compotas.
- Me siguen gustando, Sergei, lo que ocurre es que a veces se me cierra el estómago.
- Eso a mí me sucede cuando estoy triste.
- La tristeza es un estado de ánimo que no pocas veces procede de secreciones interiores. Su origen puede ser biológico o químico. Pero otras veces es el estado de ánimo el que activa esas glándulas.
- Maestro, antes no solías dar tantas vueltas. Nos contabas un cuento y nos llenabas de luz. Pero, claro, he dicho nos contabas y ahora sólo estoy yo.
- Sergei, antes de llegar Ting Chang, tú ya estabas aquí para atenderme. El Abad te había dado este puesto ya que ni querías ser monje ni tenías las ideas muy claras acerca de lo que pretendías hacer en esta vida.
- Sí, Luz del Otoño, yo también creí que estaba de paso pero, ya ves, la liebre se asentó por un tiempo. Desde que salí de Mongolia, adonde mis padres habían emigrado desde Siberia, como sabes, yo buscaba alcanzar la fama, correr aventuras y conocer mundo.
- No le des más vueltas, Sergei. Cuando llegó el joven doctor aportó un chorro de paz y de serenidad, tenía y tiene una grandeza interior que se reflejaba en todo su semblante. Era saludable y alegre. Daba paz. No necesitaba hablar para expresar su estado de ánimo. Y nos hizo mucha compañía. Pero aquí estaba de paso y yo sabía que necesitaba asentarse para afrontar lo que el Cielo le deparase.
- Ya, Esclarecido Maestro, pero todos creímos que regresaría a su tierra para practicar la medicina. Pero este bombazo de ser llamado por su padre, el todopoderoso señor de la banca y los negocios en Shangai...
- Sergei, si seguimos así, esta tinta no va a fluir como conviene. Anda, te voy a contar una historia verídica pero que algunos piensan que se trata de un cuento.
- ¿Acaso importa, Maestro?
- Un admirado sabio hindú siempre había predicado a sus discípulos que todo era ilusorio, que todo era maya, que no había que apegarse a nada y que era preciso vivir en armonía y sosegadamente. Pero un día lo vieron llorando y no daban crédito a sus ojos. “Babaji, - le dijeron con profundo respeto –, si todo es ilusión y nada permanece ¿por qué lloras de ese modo?” “Lloran mis ojos y yo los sostengo porque es tan amarga la ilusión de haber perdido al único hijo que tenía en este mundo ilusorio---”.
- Le había muerto su hijo y, ¡claro! Pues lloraba porque lo sentía. No era de piedra.
- Algunos piensan que la perfección reside en la ataraxia, en la insensibilidad y en el desapego total. Eso es un error, una persona sin sentimientos no es un ser humano, por lo tanto, cuando hay que llorar, se llora; cuando hay que reír, se ríe. Pero sin apegarse ni al desapego. Anda, no pares de dar vueltas a esas cenizas. ¡Pero hazlo con garbo, melón!
 

José Carlos Gª Fajardo

Retazos de la Luna azul 040: Con los pájaros volados

Estaba Sergei ayudando al Maestro en la preparación de una alfombra de rafia que pensaba pintar adecuadamente para regalársela a un amigo y dijo, como sin querer, al Maestro.
- Ese amigo, debe significar mucho para ti, ¿verdad Venerable Luz del atardecer?
- Así es, liebre espabilada. El Cielo no siempre se expresa como esperábamos, pero ¿Acaso habla el Cielo? Hablan las estaciones, y la noche y el día, el rocío y la aurora. Habla todo cuanto existe. ¿Por qué habríamos de poner nosotros palabras en esta sinfonía de silencios?
- Maestro, yo sólo te hablaba de la alfombra que preparas con tanto mimo para poder pintarla con tinta china. Me temo que he interrumpido algún diálogo.
- Eres terrible, Sergei, terrible.
- Dime, Maestro, ¿es mejor ser pobre o ser rico?
- Hombre, preguntado así, mejor es ser rico. Pero si me preguntas si debemos esforzarnos en un sentido o en el otro, puesto que ni tú ni yo somos ricos ni pobres de solemnidad, te daría otra respuesta.
- ¿Cuál, Venerable Anciano?
- La riqueza y la pobreza son dos grandes problemas, pero el más terrible es la pobreza. No existe mayor problema en el mundo pues de él derivan el hambre, la ignorancia, la explosión demográfica, la enfermedad y las guerras.
- Ya me has respondido, Noble Señor.
- La pobreza no puede ser una virtud, como torpemente interpretaron algunos desviados de la doctrina del Rabí. Amar a los pobres sí, pero para ponernos a su lado contra la pobreza. Ahora bien, la riqueza también representa un problema.
- ¿Cuál, Honorable Señor?
- Porque el rico emplea toda su energía en conservarla y aún, locamente, en acrecentarla. ¡Cómo si se pudiera llevar algo consigo a la hora de la muerte, que ya está ahí!
- ¿Tan cerca, Señor?
- Todos traemos fecha de caducidad desde que nacemos. Ocurre que no la vemos y así no nos desesperamos para que pueda seguir dando vueltas este tío vivo.
- Maestro, hoy no andas muy optimista. ¿Vuelan tus pájaros lejos de tu corazón? ¿No era así como decían en Corrientes “ando con los pájaros volados?”
- Mira, Sergei, astuto, ante la pobreza y la riqueza, el hombre justo que sigue el Camino, procura evitarlas. Y ahora, deja ya de inquirir y estira bien la trama mientras yo me ocupo de la urdimbre.
 

José Carlos Gª Fajardo