Aunque no podamos construir el mejor de los mundos, no podemos renunciar a luchar por un mundo mejor. ¿Y cómo se logra esto?
Caminaba yo por la playa, después de la puesta de sol, para que el perro pudiese correr con libertad. Fue hace un par de veranos y me acompañaba un sobrino-nieto, de unos 4 o 5 años. Le apasionaban las historias y era capaz de permanecer quieto el tiempo que fuera mientras le contaba lo que se me iba ocurriendo. Al final, temí que tuviera un empacho con el plan de irnos a rescatar los tesoros de Rande porque él asumía que era primer oficial y tenía ante si tareas para ocuparse con la flota hasta que yo regresase de Madrid.
Pues bien, esa tarde, no sé por qué, respondí a su pregunta:
- “Tío y ¿para qué vivimos?”
- “Gaspar, el por qué, no lo sabemos pues nadie nos ha pedido permiso para nacer. ¿A ti te pidieron permiso o echas de menos la vida que tenías antes de nacer?”
- “No, tío, nadie me pidió permiso para nada, y siempre soy yo el que tiene que andar pidiendo permiso para todo. Esto no me parece muy justo y tú ayer me dijiste que lo más importante en la vida era la justicia.”
- “¿Recuerdas lo que es una vida justa?”
- “Sí, me respondió muy decidido: no hacer daño a nadie, dar a cada uno lo suyo y vivir con armonía”
Yo recordaba haberle contado, a mi modo y de acuerdo con su edad, los principios de Ulpiano, pero el tercero lo había cambiado él por su cuenta. Y yo estaba de acuerdo. Ulpiano dice: "no hacer daño a otro, dar a cada uno lo suyo y vivir honestamente”. En mis clases he procurado traducir el honeste latino por ser coherente.
"Piensen que pecado es una defectuosa traducción del griego amarteia, atentar contra el orden, contra la justicia, no existe el pecado ni dioses para condenarnos, ese es el invento del miedo para mejor someternos, sino situaciones de injusticia; radicalmente, todo sería lícito aunque no todo convenga, y una persona cabal busca naturalmente el orden, el equilibrio, la satisfacción, el bien como quiera que lo contemple, aunque objetivamente pueda no ser bueno, de acuerdo con las normas que regulan la convivencia social; es no engañarse a uno mismo, es vivir de acuerdo con la naturaleza, ser consecuente, esto es, ser feliz.
A veces, preguntaba en mi clase de Hª. del pensamiento político y social, en Periodismo, de la UCM: “¿Qué es para usted la felicidad? ¿Qué es lo que más le gustaría conseguir, si apareciese Aladino y frotase la lámpara? Coja cada uno un papel, no pongan su nombre, y, en diez minutos, escriban lo que se les ocurra, lo que de verdad sientan. Sólo lo leeré yo”.
Cuando un ayudante los recogía, se producía un silencio expectante, de esos que se producen, a veces, en clases o en conferencias, cuando pasa un ángel. Depositaba los folios sobre mi mesa, yo los recogía con una cierta formalidad, pues “los ritos son necesarios” como dijo el zorro, los ajustaba con unos toques y los volvía a depositar sobre la mesa, a mi derecha. Después, levantaba la mirada, y todavía en silencio, iba leyendo sus caras, al menos eso es lo que ellos sentían. Yo actuaba con un cierto pre feed back y el silencio y el momento kairós se mascaban. Algunas veces, durante alguna conferencia, me he sentido como desdoblado orador y audiencia a la vez. Sí, es posible este experienciar, que no sucede cuando se busca pero que se reconoce cuando se produce. Uno siente dentro de sí como una responsabilidad inmensa, como une prise sur les âmes, saberse otro, superar la distancia y las formas y los volúmenes y el mismo concepto de espacio, pues este se define por sus limitaciones. En ese instante, se percibe la unidad esencial de todo y de todos. Como si no hubiera diferencia entre el agua y la arena que se encuentran en la orilla. Al igual que no la hay, más que percepción ilusoria, entre las olas y el mar.
Entonces, sonreía y le decía: “¿No se creerán que me las voy a leer?” Silencio, en algunos rostros algo de desilusión, porque quisieran que durase el momento. Les hacía un resumen, en tono mitad festivo mitad cómplice, de lo que venían a decir en aquellas hojas. En definitiva, poder hacer cada uno lo que quiera. Lo que me dé la gana, y la gana misma. Comer, beber, follar, adelgazar, dinero, gloria, poder, títulos, musculatura o triunfo en los deportes. Sin olvidarnos de la liberación de las cargas que llevamos a cuestas y que no son más que pesados sacos de sal que se disuelven al pasar a la otra orilla, (como canta Dreesler), al avanzar en el camino del conocimiento, de la responsabilidad y de la libertad.
Los maestros Zen dicen: una vez que llegues a la otra orilla, no te empeñes en cargar la balsa sobre tus espaldas. Ayer ya pasó, mañana es una hipótesis, sólo cuentan aquí y ahora. Ayer es memoria, pero no culpa que no pueda disolverse con el perdón, la comprensión y la experiencia de que por nuestras venas circula la sangre de toda la humanidad.
Hegel intuyó que somos lo que no somos, todavía. Es como la utopía, que es lo que no existe en la tierra, todavía. Es una verdad prematura (Lamartine, V. Hugo). La utopía no es una quimera ni una fantasía, es la proyección en el futuro del mito de la Edad de oro que, como nunca ha existido, ni Paraíso terrenal ni pecado original ni otras zarandajas, hace que sea cierto algo que sostengo desde hace mucho tiempo: Lo que una persona cabal sea capaz de anhelar apasionadamente y con todas sus fuerzas, logra conseguirlo. He dicho, cabal. Pues si no se puede amar lo que no se conoce, no podríamos anhelar sino lo que ya llevamos dentro. Es de Agustín: “Antes me despertaste para que te buscara". "Pues no me buscarías sino me hubieses encontrado”.
"No nos conocíamos y ya nos queríamos", (Aquinas) porque nos buscábamos sin saberlo. Nadie nace ni es creado la víspera del encuentro, por eso los franceses dicen une rencontre, se rencontrer. Siempre lo he repetido el primer día de clase, al darles la bienvenida a la universidad y establecer las reglas de juego. Y tengo la maldad de añadir “He oído decir que algunos colegas míos de enseñanza media y de bachillerato padecen estrés y depresiones. Aquí, si alguien va a tener estrés será usted, no todos, claro, sino el que se empeñe en dar coces contra el aguijón. Y como solía decir mi padre: “el que no esté cómodo, que se ponga”, pero respetando las reglas de juego. De lo contrario la puerta para entrar en la universidad es estrecha, pues tiene exigencias y condiciones, pero para salir… no tiene dinteles, ni hay puerta, ni hay pared, ni hay edificio porque la universidad no es una cosa sino un encuentro para buscar juntos la sabiduría, no para transmitir conocimientos. Eso es obsoleto.
Terminados ya sus estudios, algunos me han confesado que ese primer día de clase en la universidad fue inolvidable y casi se preguntaban ¿Quién me ha empujado? O ¿Qué hace un/a chico/a como yo en un sitio como este?”
Las grandes conquistas de la humanidad se hicieron realidad porque alguien las soñó primero. Por eso no son realizables las fantasías, las quimeras ni las maldiciones ni conjuras fruto de la suerte o de destino alguno.
Es cierto que, al principio, no suele ser más que como un ligero trazo, anhelo o idea que pasa como una hoja en el viento, o como la lluvia en la nube, antes de hacerse agua. El que sea agua no es más que producto de una tensión y, si pones el énfasis en la palabra “gota” no lo verás, pero si lo pones en “agua” caerás en la cuenta de que somos océano en el que vivimos nos movemos y somos, como le dijo el anciano y sabio pez que nadaba con ansiedad buscando “el océano”; y el viejo sonreía diciendo “esto es el océano”, mientras el joven nadador sostenía que “aquello sólo era agua”.
Uno de los más poderosos mantras, de origen hindú pero utilizados en el budismo y en el Zen, así como en las mejores tradiciones sufí, chamánicas, animistas y tántricas, es Ham so, yo soy eso, eso soy yo. ¿Recuerdan lo que Mowgli le dijo a la cobra, en el Libro de la selva? "Madre de todas las cobras, tu y yo somos de la misma sangre, hablamos la misma lengua, pertecemos al mismo pueblo"...
“Pues eso que cada uno de ustedes ha pergeñado se resume en: 'Poder hacer lo que quiera’. Sí, hasta el suicida, el mártir, el nihilista, el héroe y el terrorista, a su modo, hacen lo que quieren o lo que otros consiguen que quieran. Ese es el resultado de las ideologías y de los fanatismos de toda laya.
Al final, ser uno mismo es ser feliz, con todas sus consecuencias. Mi experiencia y la de tantos otros, es que para hacer lo que uno quiera el camino es querer lo que uno hace. No como obediencia, imposición o carga, sino que, con mi voluntad libre y responsable, quiero hacer lo que tengo que hacer… o hago nada, wu-wei, y entonces hago lo que quiero. Eso es lo que De Gaulle planteaba como el radical problema: Le jeu divin du héros ou la morne tâche de l’esclave” (Triste tarea del esclavo o el juego divino del héroe).
“Sean ustedes mismos, quiéranse como son para poder ser como quieren. Si nadie puede dar lo que no tiene, nemo dat quod non habet, nunca podrán querer a los demás, comprender y acoger a los demás si no se quieren, comprenden, aceptan y acogen a ustedes mismos.”
Un día me contó un profesor de la universidad de Comillas, jesuita ilustre con la cátedra de psiquiatría: “Nos han dicho amarás al prójimo como a ti mismo… pues van dados, porque nadie nos enseñó a querernos a nosotros mismos”.
Así, como somos, como estamos, nos conocemos, nos reconocemos y nos aceptamos para que se pueda producir el progreso, el crecimiento y las metamorfosis que sean necesarias.
Hace poco oí decir a una señora en Noruega, con toda naturalidad, ante un españolito que se quejaba del mal tiempo: “Aquí nunca hace mal tiempo depende de la ropa que te pongas”
¡Chapeau! Cada vez que oigo en la radio o en TV: “Va a hacer mal tiempo porque va a llover o va a hacer frío o va a nevar”, me siento mal. Es como si, al salir a la calle, tu primera reacción, que puede condicionar tu día, fuera: “Jo…, llueve”.
En Italia cuando yo era estudiante en Roma, había un dicho muy propio de los italianos “Piove? Porco governo!” “¿Llueve? ¡Cochino gobierno!”
Bueno, el caso es que, cuando mi sobrino nieto llegó a casa, le preguntó su padre:
-“¿Gaspi, ¿qué has aprendido hoy con el tío?”
Y el rapaz le respondió resuelto:
“No sé si lo entenderías, pero es que tenemos que ser felices y para eso hay que ser justos”
- ¿Y qué entiendes tú por ser justos?”
- “No hacer daño a nadie, dar a cada uno lo que le pertenece y vivir en armonía”.
Cuando me lo contaron durante la cena, sólo dije: “Armonía, eso es más que ser honesto. Lao Tsé supera a Ulpiano”
- “¿Cómo dices, tío?”
- “Son cosas mías, ponme vino por favor que non me gusta ter moito tempo o camiño da gorxa sin xente”.