Terrorismo de Estado en la espléndida cinta de Spilberg, Munich
Esta tarde he visto Munich. Con el ambiente de terror en que nos movemos, la película de Spilger me ha hecho reflexionar tal y como pretendía Spilger. Interpretada de manera perfecta por Eric Bana, en su pureza inicial y en su atormentada transformación por tanto asesinato terrorista como tuvo que realizar en nombre de la "causa de los justos de Israel" es un alegato contra esa locura generalizada. Como no sabría decirlo con mejores palabras que el crítico M.T. de el País, adjunto el texto. Nesemu El terror de los pretendidos justos Steven Spielberg regresa al verano de 1972, cuando el comando palestino Septiembre Negro entraba en la Villa Olímpica de Múnich, asesinaba a dos atletas israelíes y secuestraba a otros nueve.
Hay una secuencia extraordinaria en este tremendo, estremecedor filme sobre (y contra) el terrorismo que es Múnich, una secuencia de diabólica habilidad conceptual y de difícil digestión. Tres de los cinco miembros del comando israelí que ha ido eliminando a líderes palestinos como represalia por el asesinato de rehenes deportistas ocurrido en Múnich en 1972, se disponen a asesinar a una mujer. No es una terrorista, ni una palestina: es, sencillamente, una asesina a sueldo que ha matado por dinero a uno de los miembros del comando. La encuentran en una vivienda-barco en los canales holandeses, la sorprenden, le disparan. Ella está vestida con un simple batín, pero antes de caer se sienta en un banco y allí es ultimada. De pronto, un espasmo abre su batín y la deja desnuda ante sus verdugos. En un gesto instantáneo, el jefe del comando la cubre con un faldón del batín. Pero el más veterano del grupo vuelve a desnudarla: "Es mejor así", afirma. Y se largan.
Y allí queda la víctima, tan desnuda como ella dejó al muerto anterior. O dicho de otra manera, se acaba de cumplir el ojo por ojo y diente por diente de cualquier venganza: si alguna vez ese comando tuvo alguna razón (y Spielberg no expresa jamás ninguna simpatía por la actuación del comando), si ellos creyeron de verdad que la sangre judía "es la única que me importa", como brama en un momento Daniel Craig, o si creían actuar por una causa justa, tal causa no existe ya: se han convertido sencillamente en asesinos sin otra connotación.
La lección que ilustra Spielberg es la que tan ejemplarmente muestran otros grandes cineastas contemporáneos, con Clint Eastwood a la cabeza: cuando se utiliza la violencia para combatir la violencia, todo se contamina y las fronteras entre la justicia y el mero asesinato se hacen sencillamente inexistentes. De manera que el idealismo violento al que respondían los miembros del comando, esa certeza de practicar el terror de los justos se trueca en simple, pedestre asesinato: "¿Estamos matando a terroristas palestinos o a líderes palestinos?", se interroga otro de ellos en un momento del absorbente metraje del filme. Y la respuesta vuelve a ser meridiana: en el ánimo de quienes les han ordenado matar, tal distinción no existe: todo palestino es un terrorista potencial.
Con esta crudeza se expresa Spielberg en esta película de raíz histórica y hechuras de buen, vigoroso thriller y que tan poco ha gustado a los sectores más fanáticos de la comunidad judía estadounidense. Porque más allá de las simpatías que el cineasta pueda tener por el Estado israelí, lo que no comparte en absoluto son los métodos criminales de un Estado que dice defenderse, pero que en realidad se comporta como una engrasada maquinaria de venganza y asesinato selectivo; que se proclama poseedor de una verdad milenaria, pero que no duda en avasallar a sus, más que vecinos, víctimas.
Spielberg se comporta como un ciudadano de ejemplar honestidad al dejar de lado la facilidad de las convicciones de manual y al poner sobre la mesa, con toda crudeza, las más que dudas, convicciones sobre la justicia y su administración en manos israelíes. Y lo que resulta es una película modélica, que funciona perfectamente bien como un thriller criminal, pero que no olvida que, ante todo, está al servicio de una tesis.
Es incómoda, dura y premonitoria; pero es también una película sencillamente imprescindible para entender en qué diablos de mundo estamos viviendo. Y que sirve, además, para recordar que por encima de Goldas Meir o Sharones, la razón de Estado israelí ha funcionado desde hace décadas sobre la base del terror y del aniquilamiento del contrario. Y que por si hiciera aún alguna falta recordarlo, ese plano final, con las Torres Gemelas aún en pie, sirve para que pensemos de qué forma aquellos polvos han dado lugar a estos lodos.
Hay una secuencia extraordinaria en este tremendo, estremecedor filme sobre (y contra) el terrorismo que es Múnich, una secuencia de diabólica habilidad conceptual y de difícil digestión. Tres de los cinco miembros del comando israelí que ha ido eliminando a líderes palestinos como represalia por el asesinato de rehenes deportistas ocurrido en Múnich en 1972, se disponen a asesinar a una mujer. No es una terrorista, ni una palestina: es, sencillamente, una asesina a sueldo que ha matado por dinero a uno de los miembros del comando. La encuentran en una vivienda-barco en los canales holandeses, la sorprenden, le disparan. Ella está vestida con un simple batín, pero antes de caer se sienta en un banco y allí es ultimada. De pronto, un espasmo abre su batín y la deja desnuda ante sus verdugos. En un gesto instantáneo, el jefe del comando la cubre con un faldón del batín. Pero el más veterano del grupo vuelve a desnudarla: "Es mejor así", afirma. Y se largan.
Y allí queda la víctima, tan desnuda como ella dejó al muerto anterior. O dicho de otra manera, se acaba de cumplir el ojo por ojo y diente por diente de cualquier venganza: si alguna vez ese comando tuvo alguna razón (y Spielberg no expresa jamás ninguna simpatía por la actuación del comando), si ellos creyeron de verdad que la sangre judía "es la única que me importa", como brama en un momento Daniel Craig, o si creían actuar por una causa justa, tal causa no existe ya: se han convertido sencillamente en asesinos sin otra connotación.
La lección que ilustra Spielberg es la que tan ejemplarmente muestran otros grandes cineastas contemporáneos, con Clint Eastwood a la cabeza: cuando se utiliza la violencia para combatir la violencia, todo se contamina y las fronteras entre la justicia y el mero asesinato se hacen sencillamente inexistentes. De manera que el idealismo violento al que respondían los miembros del comando, esa certeza de practicar el terror de los justos se trueca en simple, pedestre asesinato: "¿Estamos matando a terroristas palestinos o a líderes palestinos?", se interroga otro de ellos en un momento del absorbente metraje del filme. Y la respuesta vuelve a ser meridiana: en el ánimo de quienes les han ordenado matar, tal distinción no existe: todo palestino es un terrorista potencial.
Con esta crudeza se expresa Spielberg en esta película de raíz histórica y hechuras de buen, vigoroso thriller y que tan poco ha gustado a los sectores más fanáticos de la comunidad judía estadounidense. Porque más allá de las simpatías que el cineasta pueda tener por el Estado israelí, lo que no comparte en absoluto son los métodos criminales de un Estado que dice defenderse, pero que en realidad se comporta como una engrasada maquinaria de venganza y asesinato selectivo; que se proclama poseedor de una verdad milenaria, pero que no duda en avasallar a sus, más que vecinos, víctimas.
Spielberg se comporta como un ciudadano de ejemplar honestidad al dejar de lado la facilidad de las convicciones de manual y al poner sobre la mesa, con toda crudeza, las más que dudas, convicciones sobre la justicia y su administración en manos israelíes. Y lo que resulta es una película modélica, que funciona perfectamente bien como un thriller criminal, pero que no olvida que, ante todo, está al servicio de una tesis.
Es incómoda, dura y premonitoria; pero es también una película sencillamente imprescindible para entender en qué diablos de mundo estamos viviendo. Y que sirve, además, para recordar que por encima de Goldas Meir o Sharones, la razón de Estado israelí ha funcionado desde hace décadas sobre la base del terror y del aniquilamiento del contrario. Y que por si hiciera aún alguna falta recordarlo, ese plano final, con las Torres Gemelas aún en pie, sirve para que pensemos de qué forma aquellos polvos han dado lugar a estos lodos.
5 comentarios
Javier Mínguez -
La película todavía no la he visto, pero espero verla dentro de poco.
ÁNGEL M.M. -
En mi opinión, queda bastante claro el carácter vengativo de los israelíes.
Me parece una película original con un buen argumento y de fácil comprensión. Un guión aceptable y unas interpretaciones correctas.
Destaco el personaje del padre del confidente del comando israelí.
Bealma -
La verdad es que soy muy reticente a las críticas de cine, no me fío ya que hay muchísimos críticos tienden a destriparte tanto los entresijos del film que lo hacen completamente suyo y se cargan la pelicula porque básicamente te la cuentan y encima te la analizan. Al menos "los buenos" críticos, que aunque suene contradictorio son los que se pringan (por poner un ejemplo los de la revista Dirigido Por, que se la recomiendo si no la conoce y le gusta el cine).
Conclusion, que por el valor de juicio 'bueno' o 'malo' me guío e iré a verla. Después ya leeré las críticas pertinentes, como hago siempre.
No hay nada mas bonito en el cine que el factor cero, es decir, plantarte delante de la pantalla, que se apaguen las luces y entregarte sin prejuicios.
Virginia -
También me impactó una frase del jefe del grupo israelí (Eric Bana) cuando habían cometido uno de sus últimos asesinatos o estaban a punto de hacerlo, no recuerdo; dice algo así como que matar ya casi le parece algo normal, pero que esto le asusta, porque cree que un día se levantará, matará a alguien y se irá a dormir como si nada. Ahí se ve que ambos pueblos, a base de enfrentamientos y asesinatos entre ellos, se han convertido en lo mismo. Ya no hay buenos ni malos.
Ruth Pilar -
Todos sabemos que la venganza sólo engendra más daño en lugar de mitigarlo. Convierte en villano al que se creía con derecho a justicia.
Por desgraica, el hombre es más impulsivo que reflexivo. Primero dispara y luego pregunta ¿Quién va?
No se trata de que Spielberg humanice a los asesinos, Octubre Negro, Mosad, tanto monta, monta tanto, sino de que seamos personas "humanas", expresión muy coloquial y considera incorrecta.
Sin embargo, se puede ser persona, no como especie humana, sino como "hombre distinguido en la vida pública", por sus acertadas acciones, de la índole que sean; y humano, no en relación al hombre, sino cuando éste se "compadece de las desgracias de sus semejantes", en ocasiones no es que "veamos muertos", es que los provocamos.