Blogia

J. C. García Fajardo

Lecturas "13 banqueros", por Simon Johnson

 

“13  banqueros”, Simón Jonson, (pendiente edición para España)

En un interesante comentario a este libro, Joaquín Estefanía, se plantea  “quién  manda, si políticos elegidos o ejecutivos de la banca”. Simon Johnson es un prestigioso economista norteamericano que da clases en la escuela de negocios del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional y acaba de publicar un libro titulado 13 banqueros que es una de las críticas más despiadadas a la banca de inversión desde el corazón del sistema, por su papel en la crisis financiera.
Cuenta Estefanía que “desde hace meses circula profusamente por la Red un artículo publicado por Simon en la Atlantic Monthly, titulado "El golpe de Estado silencioso", cuya tesis es que la industria financiera americana ha capturado a la Casa Blanca, lo que explica su poder y lo ocurrido desde el verano de 2007.
La reacción de Obama  se entiende por la sensación generalizada acerca del poder sin límites de la banca y por el mal uso de ese poder, a pesar de haber sido multimillonariamente ayudada con dinero público, liquidez sin cuento, avales y compras de activos.  En espera de la decisión en español y para quine quiera consultarlo en inglés, sugiero la lectura de Golpe de Estado silencioso. http://www.elpais.com/articulo/economia/Golpe/Estado/silencioso/elpepieco/20100125elpepieco_5/Tes

 

José Carlos Gª Fajardo

Creencias: Dueños del fuego: Herreros y caldereros (II)

Dueños del fuego: Herreros y caldereros (II)

 

El herrero divino tiene relaciones con la música y el canto. No es extraño que, en tantas sociedades, los herreros y caldereros sean también músicos, bailaores y cantaores, magos y echadores de la buenaventura, que practican el nomadismo y que se asientan en las afueras de las ciudades. Nuestros zíngaros y gitanos modernos.

¿Qué mueve a un hombre a salir de su casa y echarse a andar? La conciencia de que toda la Tierra es sagrada y puede acogerlo como un hogar sin límites. Durante la Edad Media había edictos por los que se prohibía a los gitanos acampar dentro de las murallas de las ciudades, más que por prejuicios raciales, por temor a sus prácticas como caldereros, nigromantes y adivinos.

Ellos cultivaban el fuego en las herrerías, lo contemplaban y pasaban las noches en sus campamentos alimentándolo mientras cantaban y bailaban. Todo un componente de desasosiego en gentes dominadas por la magia blanca de prácticas religiosas impotentes ante lo que les decían que era magia negra, porque no la podían controlar sus sacerdotes. Miles de años más tarde, los alquimistas serían perseguidos como brujos y llevados a la hoguera.

En muchos lugares de África, el herrero, amado y temido, solía ocupar el puesto de jefe del poblado con capacidades de sanador y de mago. En cambio, entre los tuaregs, los masai o los somalíes se les relegaba al fin de la escala social; pero siempre libres. Inimaginable un herrero esclavo.

Entre los yorubas, de Nigeria, cuando se iban a fundir objetos de gran tamaño y sobre todo en la técnica de la “cera perdida”, nadie osaría comenzar sin rituales previos para prevenir explosiones y roturas.

Los ogbonis practican ayunos y la abstinencia sexual, así como sacrificios rituales en los días previos a la fundición del latón, tan estimado en sus esculturas. Y si habían tenido alguna polución, voluntaria o nocturna, procedían a purificaciones rituales. Al fin y al cabo, el semen tenía mucho que ver con el mineral que se extraía de la tierra así como con los metales fundidos. En bastantes pueblos americanos, como los quimbayas, se entendía que el oro era como el semen de la tierra. Por eso, una vez utilizados los objetos de oro por los chamanes, se volvían a enterrar para que “madurasen”; con gran desesperación de los conquistadores en sus rapiñas.

El herrero mantiene buenas relaciones con los espíritus que le asesoran en la recogida de plantas medicinales. Pasando tantas horas en la selva, y en espera de que los hornos realicen su cometido, no es extraño que estén familiarizados con plantas y animales, así como con los cazadores tenidos por magos o brujos en muchísimas tradiciones. Por eso mantiene el secreto sobre los venenos y sus antídotos y dirige las ceremonias rituales del poblado, entierros, iniciaciones de paso en las que realiza las circuncisiones de los jóvenes o los tatuajes de los bebés para alejar a los malos espíritus.

Esta implicación en la vida de la comunidad hace de él el genealogista, mediador en los conflictos, intermediario matrimonial y consejero conyugal; o remediador de mujeres estériles, pues solían tener buenos bíceps y estar bien dotados. No se concibe un metalúrgico castrado o equívoco.

Los talleres de los herreros son lugares de trabajo pero también una especie de santuarios que inspiran temor, fascinación y respeto. En no pocas etnias africanas, se hace remontar sus orígenes a un individuo extraordinario, un rey-herrero que proveía de armas y de utensilios para la agricultura.

Desde la infancia a la tumba, los objetos de metal protegen, salvan, defienden y adornan a los seres humanos transformándolos en obras de arte. Pero, por encima y más allá de los límites de la existencia, hunden sus raíces en los mitos que sustentan los imaginarios colectivos.

 

J. C. Gª Fajardo

"Oraita, Cuentos jurásicos"

“Oraita. Cuentos jasídicos”, de Mario Satz (Miraguano Ed. 2007, 185 pp)

 

Nuestro interés por lo espiritual es mucho más profundo de lo que parece y alcanzamos a percibir lo mismo bajo la máscara de lo distinto, escribe el autor. Tanto como el sufismo o el zen, el jasidismo tiene algo que decir a nuestra época. Tras la racionalidad de los ordenadores, y para reforzar nuestro relegado hemisferio soñador, medio cerebro se dedica a recuperar lo que la otra mitad intenta destruir.

La tradición jasídica arranca del Rabí Bahal-Shem Tob, hombre de extraño magnetismo, conocedor de bosques y pájaros; acarreador de arena y aguador, muy pronto destacó por su fervor y su capacidad sanadora.

Su mensaje arranca desde un oscuro villorrio entre Polonia y Turquía en el siglo XVIII. Oraita, palabra aramea de uso popular entre estudiantes del Talmud y la Kábala, significa “La Ley es luz”. Oración de sombra y luz, este resplandor preexistente es el objetivo de los discípulos. En el taoísmo chino, en el budismo japonés o en el sufismo persa hay planteamientos similares. Un koan o una enseñanza zen puede llegarnos por medio de un haikú del XVII, del gran Basho, pero el discípulo deberá resolverlo con ayuda de un maestro. De igual manera un relato sufí de un genio del siglo X será revivido por un discípulo del siglo XX. Para su propia desgracia, escribe Satz, el cristianismo se interrumpió de su corriente patrística, dialógica y abierta. El valor reconocido en las tradiciones citadas a la iniciativa individual difiere de la sujeción católica a la infalibilidad papal o de la sequedad protestante, a interpretaciones islámicas o judaicas intransigentes.

Bajo el título Oraita, se ofrecen historias, anécdotas y apólogos pertenecientes a la revolución espiritual protagonizada por el jasidismo, el apasionado movimiento religioso que floreció en Europa central y aún pervive en nuestros días.

Se trata de relatos breves, directos, luminosos que apuntan al corazón del lector. Verdaderos iconoclastas de las formas (como los taoístas, budistas o sufíes), los maestros jasídicos fueron un canto vivo a la libertad, al buen humor y a la más profunda espiritualidad.

“Es nuestro imperioso deber estar siempre alegres”, solían decir los maestros de esta corriente mística hebrea, de extracción popular, iletrada y cándida, opuesta en sus concepciones vitales a la tradición más ortodoxa del rabinismo talmúdico clásico. El Bahal Shem-Tob inyectó en el corazón de su pueblo vilipendiado, ultrajado, y expulsado, la esperanza loca de la alegría porque sí, contra toda dureza y negra perspectiva.

Aquellos jasidim del siglo XVIII fueron hombres de oficios sencillos: zapateros, tenderos, curtidores, tratantes de ganado, herreros, vendedores de té y hasta estudiantes de universidad que, decepcionados por la frialdad académica, volvían al redil hebreo para agregar su chispa al fuego común y primigenio. Es delicioso constatar que también entre los maestros del Tao chino o del zen japonés, los trabajos más humildes no impedían el más alto nivel de aprendizaje. El Rabí Jesús de Nazaret fue un humilde artesano judío que alcanzó la plenitud de la sabiduría y de la humanidad.

Nuestro siglo ha conocido, a la manera de Confucio en el siglo V a. de C., tres grandes recopiladores y estudiosos de sus tradiciones recuperando la sabiduría perenne que las informa: Martín Buber para el judaísmo, D.T. Suzuki para el zen e Idries Shah para el sufismo. Los tres parecen ser felizmente prófugos de toda ortodoxia y de todo sectarismo

La edición ha sido realizada por el filólogo y escritor Mario Satz (Argentina, 1944) editada, como de costumbre, con la delicadeza y profesionalidad de Miraguano Ediciones y dirigida por esa persona extraordinaria y sensible que es José J. Fuente del Pilar.

 

J. C. Gª Fajardo

Donantes de semen se ofrecen encantados

 

Cientos de jóvenes ofrecen su esperma a parejas infértiles en Internet. Los médicos dicen que es muy difícil culminar un proceso de reproducción asistida sin el apoyo de una clínica especializada, escribe Vanessa Pi en un interesante reportaje. El tema era un lugar común de conversación hace medio siglo en el campus y se aventuraba que algún día nuestro esperma también sería rentable. Antes, se iban a sacar unos cuartos  y un bocadillo con las donaciones de sangre; existían subterfugios para despistar a los controladores que exigían un plazo entre las donaciones. Pero el hambre apretaba. Hoy día eso es imposible gracias a controles digitalizados. Sobre la sangre ya conocemos lo que pensaban algunas tradiciones religiosas, por permanecían en el tabú de la sangre como fuente de vida. Todavía los Testigos de Jehová prefieren dejarse morir antes que someterse a una transfusión.

Cuando se pudo donar semen en clínicas especializadas, sin  bocadillo, pero con una retribución para compensar “tiempo perdido, desplazamientos y molestias físicas” todo cambió. Vamos, que Aute modificará lo de “los hijos que no tuvimos se esconden en las cloacas”. Impresiona que algunos hagan de los fluidos corporales otra bizanciada como la del utroque cuando tenemos millones de personas muriéndose de hambre.

Se estudia la posibilidad de mejorar la actual compensación de donantes de gametos (espermatozoides y óvulos), hasta 900 euros por donación las mujeres y 60  por muestra los hombres. Como no hay color, algunos se agencian para saltarse la norma de donar una vez por semana y dicen que lo han hecho “hasta tres”. Cita la autora a un joven que ha donado su esperma hasta 40 veces, no sólo por el dinero sino por la oportunidad de hacerse análisis exhaustivos gratis. Porque, con todo ese trajín, nunca se sabe.

Cuando hay poco que perder, uno es capaz de aferrarse a un clavo ardiendo, escribe, y nunca mejor empleado el dicho popular. Y qué clavo. El problema se incrementa con el número de parejas que buscan remedio a su problema. Mayor número de parejas sin hijos que se han sometido a numerosas sustancias anticonceptivas, posponen los embarazos a “tiempos mejores”, dietas y estrés insoportables. El número de donantes por Internet alcanza cifras notables, y sostienen que la donación se lleva a cabo sin acostarse el donante con la mujer sino mediante técnicas de inseminación artesana.

Estos buenos samaritanos se ofrecen para ayudar a quienes no pueden pagarse un tratamiento de fertilidad ni a que su hijo proceda de un banco de semen. Les parecerá más natural tenerlo de esa forma que, aunque no es tan segura como la de las clínicas, sí puede ser eficaz. Es de prever el lobby de esas clínicas contra prácticas tan rústicas y manipuladas. Aun recuerdo que, en Teología Moral, para permitir que se pudiera analizar clínicamente el semen de un marido era obligado utilizar con la esposa un condón agujereado, y esforzarse por no gozar con el placer. Su secular obsesión.

Cita Vanessa un caso divertido, “Hola, yo estoy donando semen. Tengo 20 años, si alguna pareja no tiene dinero suficiente y el hombre es el afectado, no me importa hacer la contribución. Ah, soy español. Venga, besos...”. Para acceder basta con introducir: “Ganar dinero con semen”. Generosidad a raudales de los “onanistas solidarios” y “sin fronteras”, como se proclaman. Entre 18 y 30 años, sano y fuerte, anonimato, contrato seis meses, 24 eyaculaciones y tres días de abstinencia sexual.

El anonimato funciona como en los trasplantes de órganos, aunque los explícitos ficheros de donantes que guardan las clínicas podrían llegar a ser bombas de relojería.

Si llamo la atención sobre estos hechos, que como las llamadas “drogas” dejarán de serlo si media algún laboratorio, es para afirmar que nadie está obligado a divorciarse, o a casarse con persona de su mismo sexo, o a interrumpir un embarazo no deseado, porque esté legislado para prevenir males mayores. Igual sucede con los nuevos modelos de familias, ya que si lo que les incendia es que peligran las demografías católicas que pongan a funcionar claramente al batallón de reserva por el arcaico celibato obligatorio.

Los países empobrecidos son ajenos a estos problemas, pero en los ricos y decadentes cada vez parecen menos manejables. Hasta que las farmacéuticas dispensen gametos a la carta, previa receta. ¿Se imaginan? Hace medio siglo estas especulaciones se consideraban propias de enloquecidos regímenes totalitarios: eugenesia y selección.

Pero así como los Estados se transforman o desaparecen por las guerras y los errores, las civilizaciones se hunden por abandono de valores y  decadencia.

 

José Carlos García Fajardo

Riesgo de saturación en el voluntariado social

Riesgo de saturación en el voluntario social

 

Así como la intensidad de una amistad no se mide por el tiempo que se pasa con el amigo, la intensidad y la calidad del voluntariado social no se pueden medir por la cantidad de horas invertidas a lo largo de la semana.

Invertir más tiempo del recomendable supone un riesgo de saturación, sobre todo cuando el voluntario acaba de comenzar su labor. Con frecuencia, este exceso impide encajar el voluntariado entre las ocupaciones habituales. Por eso, es más importante establecer compromisos realistas que permitan la dedicación total del voluntario durante sus horas de servicio.

A veces, hay miembros de nuestra familia o de nuestro entorno que no están de acuerdo con nuestra labor, o simplemente les resulta indiferente. En estos casos, conviene no llevar las cuestiones del voluntariado a estos entornos y canalizar la relación voluntario-usuario a través de la organización, sin dar datos personales.

Si el voluntario diera su teléfono o su dirección o llevase al beneficiario de su servicio a su casa podría suponer ciertos riesgos. Sobre todo, se arriesga a prolongar los problemas hasta el domicilio.

Muchas veces, las personas atendidas o acompañadas en servicios de voluntariado tienen serias carencias afectivas que pueden volcar en el voluntario. De esta manera, es frecuente que personas mayores atendidas por programas de acompañamiento a domicilio llamen al voluntario para todo. Incluso llegan a pedir colaboraciones como excusa para hablar un rato con alguien. Todo esto puede saturar al voluntario social.

Para garantizar la eficacia del servicio, el voluntario debe ver los problemas con perspectiva y saber que él es una pieza más en un proceso de reinserción o en la resolución de un problema. Algunos voluntarios confunden lo urgente con lo importante cuando piensan que una labor de reinserción social debe hacerse de manera inmediata en lugar de conducirla despacio y de manera sólida. Una persona sin hogar que lleva quince años en la calle no puede pasar de la noche a la mañana a vivir una situación de completa normalidad. La implicación intensa para conseguir resultados a corto plazo puede conducir a la decepción del voluntario o a renunciar a resultados más firmes, aunque a más largo plazo.

 

J. C. Gª Fajardo

"Es imperativo estar siempre alegres", Rabí Najman de Bratislava

 

“Oraita. Cuentos jasídicos”, Mario Satz. Miraguano Ed. 2007, 185 pp.

 

Nuestro interés por lo espiritual es mucho más profundo de lo que parece y alcanzamos a percibir lo mismo bajo la más cara de lo distinto, escribe el autor. Tanto como el sufismo o el zen, el jasidismo tiene algo que decir a nuestra época. Tras la racionalidad de los ordenadores, y para reforzar nuestro relegado hemisferio soñador, medio cerebro se dedica a recuperar lo que el otro  medio intenta destruir.

La tradición jasídica arranca del Rabí Bahal-Shem Tob, hombre extraño magnetismo, conocedor de bosques y pájaros; acarreador de arena y aguador muy pronto destacó por su fervor y su capacidad sanadora.

Su mensaje arranca desde un oscuro villorrio entre Polonia y Turquía en el siglo XVIII.

Oraita, palabra aramea de uso popular entre estudiantes del Talmud y la Kábala, significa “La Ley es luz”. Oración de sombra y luz este resplandor preexistente es el objetivo de los discípulos. En el taoísmo chino, en el budismo japonés o en el sufismo persa hay planteamientos similares. Un koan o una enseñanza zen puede llegarnos por medio de un haikú del XVII, del gran Basho, pero el discípulo deberá resolverlo con ayuda de un maestro. De igual manera un relato sufí de un genio del siglo X será revivido por un discípulo del siglo XX. Para su propia desgracia, escribe Satz, el cristianismo se interrumpió de su corriente patrística, dialógica y abierta. El valor reconocido en las tradiciones citadas a la iniciativa individual difiere de la sujeción católica a la infalibilidad papal o de la sequedad protestante, a interpretaciones islámicas o judaicas intransigentes.

Bajo el título Oraita, se ofrecen historias, anécdotas y apólogos pertenecientes a la revolución espiritual protagonizada por el jasidismo, el apasionado movimiento religioso que floreció en Europa central y aún pervive en nuestros días.

Se trata de relatos breves, directos, luminosos que apuntan al corazón del lector. Verdaderos iconoclastas de las formas (como los taoístas, budistas o sufíes), los maestros jasídicos fueron un canto vivo a la libertad, al buen humor y a la más profunda espiritualidad. “Es nuestro imperioso deber estar siempre alegres”, solían decir los maestros de esta corriente mística hebrea, de extracción popular, iletrada y cándida, opuesta en sus concepciones vitales a la tradición más ortodoxa del rabinismo talmúdico clásico. El Bahal Shem-Tob inyectó en el corazón de su pueblo  vilipendiado, ultrajado, y expulsado la esperanza loca de la alegría porque sí, contra toda dureza y negra perspectiva.

Aquellos jasidim del siglo XVIII fueron hombres de oficios sencillos: zapateros, tenderos, curtidores, tratantes de ganado, herreros, vendedores de té y hasta estudiantes de universidad que decepcionados por la frialdad académica volvían al redil hebreo para agregar su chispa al fuego común y primigenio. Es delicioso constatar que también entre los maestros del Tao chino o del zen japonés, los trabajos más humildes no impedían el más alto nivel de aprendizaje. El Rabí Jesús de Nazaret fue un humilde artesano judío que alcanzó la plenitud de la sabiduría y de la humanidad.

Nuestro siglo ha conocido, a la manera de Confucio en el siglo V a. de C., tres grandes recopiladores y estudiosos de sus tradiciones recuperando la sabiduría perenne que las informa: Martín Buber para el judaísmo, D.T. Suzuki para el zen e Idries Shah para el sufismo. Los tres parecen ser felizmente prófugos de toda ortodoxia y de todo sectarismo

La edición ha sido realizada por el filólogo y escritor Mario Satz, Argentina, 1944) editada, como de costumbre, con la delicadeza y profesionalidad de Miraguano Ediciones y dirigida por esa persona extraordinaria y sensible que es José J. Fuente del Pilar.

 

José Carlos Gª Fajardo

 

 

Facebook

Amigos, me podéis encontrar en facebook "José Carlos García Fajardo"

o  tb "Centro Colaboraciones Solidarias"

Como muchosd ya sabéis, mantengo otro blog más actualizado en:  lacomunidad.elpais.com/jubilateria

El marketing del miedo prueba el fracaso del producto

La falacia neoliberal que vende seguridad en lugar de paz como fruto de la justicia ayudó a que los medios de comunicación crearan una sociedad de mercado en el que los productos somos los seres humanos.

“Hay palabras suaves, palabras que sirven para calmar el corazón y otras que hieren. Hay palabras que emocionan a un pueblo y cambian el mundo. Y hay palabras que son veneno, palabras que se infiltran en la sangre como una droga, pervierten el deseo y oscurecen el juicio. ‘Desarrollo’ es una de esas palabras tóxicas”. Con estas palabras de Serge Latouche, en Sobrevivir al desarrollo, encabeza Miguel Jara el epílogo a su ensayo, “La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo”.
Libro estimulante desde las primeras páginas, presididas por la afirmación de Tocqueville: “Las sociedades deben juzgarse por su capacidad para hacer que la gente sea feliz”.

Con este rumbo como referente despliega el autor su estudio sobre las personas hipersensibles como centinelas de la vida.

Así aborda el marketing del miedo, el negocio de crear temor para vender tratamientos. Ofrecer un malestar confortable en lugar de un bienestar saludable.

Hace años que denuncio la afirmación neoliberal de que el objeto principal del Estado es ofrecer seguridad. Esto es una falacia porque el objeto y sentido del Estado es el bienestar de los ciudadanos mediante la justicia y la primacía de la paz como fruto de esta justicia. Lo contrario ocurre en los cementerios bajo la luna, donde hay quietud porque nadie se mueve.

Todo esto, exasperado por los medios de comunicación, se convierte en un mercado sin límites. Han creado una sociedad de mercado en el que los productos somos los seres humanos.

Ya vemos con qué naturalidad los dueños de grandes equipos de fútbol o de rugby hablan estos días de “aprovechar el mercado de invierno, para vender los jugadores que nos sobran y comprar lo que necesitamos”. Para después traspasarlos, cederlos, cambiarlos, como si retratasen de herramientas que hablan, que es como Aristóteles describió a los esclavos.

Seguimos tocando en la orquesta mientras se hunde nuestro modelo de desarrollo elevado a categoría. De un modelo económico hemos derivado a una metafísica, sin atrevernos a cuestionar la premisa mayor. Huxley pronosticó la dictadura perfecta con apariencia de democracia. “Una cárcel sin muros donde nadie quiere irse ya que gracias al consumo y al entretenimiento los esclavos sienten amor por la esclavitud”.

Bienvenidas estas llamadas a la reflexión, a la resistencia y a la rebelión ante un modelo de sociedad en el que ya no nos enfrentamos a un mero “reajuste” de la economía, pues es el propio modelo económico global el que está en crisis. La crisis, escribe Jara, “es el estado normal de funcionamiento del modelo. No puede ser de otro modo cuando dicho proyecto económico se cimenta en el crecimiento infinito en un espacio finito como es el planeta Tierra, la casa común que nos acoge”.

Es preciso reflexionar sobre las estrategias de marketing del miedo que son testimonio del fracaso del “producto”.

Asistir impasibles al derrumbe de una civilización que ha fracasado nos sitúa en un escenario esperanzador: podemos convertir lo que es un problema en una oportunidad para evolucionar hacia algo mejor. “Es la crisis la que ofrece al individuo elegir entre seguridad y libertad; entre comodidad e imaginación; entre delegación y autonomía; elegir entre lamentarnos por los problemas o encontrar soluciones. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura”, alerta M. Jara, porque tenemos que replantear los conceptos de calidad de vida, progreso o bienestar. La verdad es que nuestra sociedad ha denominado crecimiento, desarrollo y progreso a lo que es consumir a ciegas los recursos que ofrece la naturaleza, lo que es igual a consumirnos a nosotros mismos.

Y todo esto en un mundo en el que más de mil millones de personas pasan hambre, padecen enfermedades, vegetan en la ignorancia mientras se destroza el medioambiente. Una economía social asoma la cabeza entre los residuos provocados por una economía de despilfarro que pretendía hacerse “sostenible” sin reducir su actividad, escribe con esperanza nuestro autor, porque se trata de superar la crisis perenne con valores como la austeridad, la sobriedad, la belleza de lo pequeño; el decrecimiento sostenible.

Cuando nadie ni nada te necesita, ¿qué sentido tiene sobrevivir sin referencia ni esperanza? Pero tiene que ser posible la esperanza en otro mundo posible porque es necesario.

José Carlos Gª Fajardo

"¿Qué es la globalización? Falacaias del globalismo. Respuestas a la globalización", por Ulrich Beck

“Podemos distinguir en la producción global entre lugar de inversión, lugar de producción, lugar de de la declaración fiscal y lugar de residencia. Así los dirigentes podrán residir allí donde les resulte más atractivo y pagar los impuestos allí en donde les resulte menos gravoso”.

Interesante ensayo que no pierde la frescura y valentía de su primera edición. Ulrich Beck es profesor de Sociología en la Universidad de Munich y en la London School of Economics. Autor, entre otros,  de La sociedad del riesgo, La democracia y sus enemigos, Un nuevo mundo feliz y La Europa cosmopolita. Cada vez me inclino más a escuchar a los sabios que a ciertas atolondradas tesis, desarraigadas y sin substancia, que cambian al socaire de las circunstancias más epidérmicas. Hay una inflación de aventurerismo político en esta época del calamar, en la que todo se convierte en tinta.

Este libro aborda el arduo y complejo tema de la globalización: su polivalencia, su ambigüedad y sus dimensiones, abriendo el horizonte a las respuestas políticas que se derivan de ella. Esto plantea una doble pregunta: ¿qué es la globalización? y ¿cómo configurarla políticamente? Confundir globalismo con globalización es temerario y arriesgado.

Este ensayo esboza las tendencias críticas, experiencias y controversias existentes sobre el tema. Las cuestiones de fondo que surgieron hace décadas siguen siendo las mismas: la pérdida de soberanía del Estado nacional, el debate sobre las consecuencias de la globalización o el surgimiento de una visión cosmopolita en la sociedad civil transnacional.

Una serie de cuestiones que el libro del profesor Beck ayuda a esclarecer con un estilo ameno no exento de rigor. Me permito recordar que el libro fue escrito en 1997, antes de la debacle social y económica que padecemos.

 

José Carlos Gª Fajardo

 

(“Con la demolición pacífica del muro de Berlín y el colapso del imperio soviético fueron muchos los que creyeron que había sonado el final de la política y nacía una época situada más allá del socialismo y el capitalismo, de la utopía y la emancipación… pero el término “globalización” no apunta precisamente al final de la política, sino a una salida de lo político del marco categorial del Estado nacional y del sistema de roles de eso que se ha dado en llamar el quehacer “político” y “no-político”…la nueva retórica de la globalización (de la economía, mercados, puestos de trabajo, producción, servicios, finanzas, información) saltan a la vista las importantes consecuencias políticas del riesgo de globalización económica: es posible que instituciones industriales “estallen” y se abran al discurso político. Los presupuestos del Estado asistencial, pensiones, ayuda social y política municipal de infraestructuras, así como la evolución de los sindicatos, gasto público, sistema impositivo y la “justicia impositiva”, se disuelva resuelva en una configurabilidad política.

¿Se puede decir que lo que fue la lucha de clases en el siglo XIX para el movimiento obrero es la cuestión de la globalización en nuestro tiempo para las empresas transnacionales?”)

"El pensamiento secuestrado. Cómo la derecha laica y religiosa se han apoderado de Estados Unido", Susan George

 

Hacerse con una cultura requiere estrategia, astucia y perseverancia, pero antes de todo eso están las creencias. Para comprender las ideas  principales del actual “sentido común” estadounidense, hay que empezar por la doctrina. Puesto que es un sistema de creencias, podemos compararla con una religión y, al igual que las demás religiones, rara vez se practica en su forma más pura y original.

la ilustre politóloga norteamericana afincada en París, Susan George (1935) es una de las principales figuras del pensamiento alter mundista que sostiene que Otro mundo mejor y más justo es posible porque es necesario. Es vicepresidenta de la organización ATTAC, -grupo de presión a favor de introducir una tasa en las transacciones financieras – es autora del  impresionante “El Informe Lugano” –pocas lecturas socio políticas me han impactado tanto-, “Pongamos la OMC en su sitio” y “Nosotros, los pueblos de Europa”.

¿Dónde radica el éxito de la derecha laica y religiosa de Estados Unidos en su afán por extender el pensamiento ultra conservador a todos los ámbitos de la sociedad?, se pregunta. ¿De qué medios se ha servido para consolidar esa hegemonía ideológica? ¿Cómo ha logrado permear las mentes de la mayoría de los ciudadanos de aquel país?

Susan George aborda estas cuestiones y analiza por qué la derecha está ganando “la batalla de las ideas”.

Me permito sugerir que comiencen su lectura por la Conclusión final: ¿Por qué emprender la redacción de este libro? Pp. 313-327 y su llamada, parafraseando a Marx y a Engels: “Progresistas del mundo: ¡Uníos! No tenéis nada que perder salvo vuestras cadenas ideológicas”.

 

José Carlos Gª Fajardo

 

Aprovechemos la crisis para transformar el sistema

Cuando cerca de mil millones de seres humanos viven debajo del umbral de la pobreza, cuando cada día decenas de millares de personas mueren de hambre, cuando desaparecen etnias, modos de vida, culturas, poniendo el patrimonio de la humanidad en peligro, cuando el clima se deteriora no podemos resignarnos a hablar sólo de  cómo atajar la crisis financiera.

Nuestro mundo requiere alternativas, no basta con las regulaciones. No es lógico rehabilitar un sistema sino tratamos de transformarlo. Para comprender el alcance de este deber moral tenemos que ponernos en la perspectiva  de las víctimas. Esto nos permite constatar que las crisis, financiera, alimentaria, energética, hídrica, climática, social, tienen una causa común, el agotamiento de un modelo económico de desarrollo por sobre explotación y olvido de la condición humana. Puesto que estamos ante un caso de conductas desorbitadas e incontroladas podemos transformar el crecimiento y el progreso adoptando otra actitud más humana y solidaria en armonía con las exigencias de la naturaleza.

Esta crisis tiene consecuencias sociales que van más allá del ámbito en que se han desarrollado. El desempleo, el consumo desaforado, la implacable agresión a la naturaleza y la exclusión de los más pobres, la creciente vulnerabilidad de las clases medias y el incesante incremento de las víctimas. No se trata sólo de un accidente en el recorrido del sistema ni de un abuso cometido por poderes económicos. Se trata de los efectos de una lógica que atraviesa la historia económica de los últimos dos siglos.  Se ha confundido ser con tener, mientras se instalaba la falacia de que el motor del crecimiento pasaba por la acumulación del capital de la cual se beneficiaría, a la larga, el resto de la humanidad. No ha sido así y sus efectos perversos, por injustos e inhumanos, no sólo hemos de considerarlos ante la crisis económica y financiera. Estas no son más que las cimas emergentes de un océano de insolidaridad, de ciega explotación de la naturaleza y del trabajo de los seres humanos. Con todas las salvedades cabría decir: bienvenida sea la crisis si con ella acometemos la transformación del sistema.

En este sentido, gracias a la burbuja financiera exacerbada por el desarrollo de nuevas tecnologías de información y de las comunicaciones, han reventado los instrumentos que había idolatrado. La economía financiera se ha vuelto cada vez más virtual y los beneficios se han conseguido a costa de la explotación de riquezas naturales y de comunidades. La especulación se ha convertido en norma del sistema económico.

Un ejemplo lo podemos ver en la crisis alimentaria. Los precios no aumentaron sólo a causa de la explosión demográfica ni por un descenso en la producción, sino por haber sometido la vida de las personas a la consecución de beneficios desorbitados.

También la crisis energética va más allá de los desajustes de los precios del petróleo. Esta señala el fin del ciclo de la energía fósil barata, pues su mantenimiento llevó a una utilización desorbitada de la energía, en favor de un modo de crecimiento acelerado. La sobreexplotación de los recursos naturales y la liberalización de los intercambios, multiplicaron el transporte de las mercancías y fomentaron los medios de movilidad individual, sin considerar las consecuencias climáticas y sociales. La utilización de derivados del petróleo como fertilizantes y pesticidas se generalizó en el marco de una agricultura intensiva.
Ante esta crisis urge buscar soluciones que no se compadecen con mantener el nivel de beneficios, sin tomar en cuenta el medio ambiente ni las necesidades de la población. Pero eso no entra en el cálculo del modelo capitalista. Es el caso de los agrocarburantes y sus consecuencias ecológicas: destrucción por el monocultivo de la biodiversidad, de los suelos y de las aguas subterráneas, y sus consecuencias sociales: expulsión de millones de campesinos que van a poblar los cinturones de miseria de las ciudades y a empeorar la presión migratoria.
La crisis climática es resultado de una actividad humana en contra de las exigencias de la naturaleza y de la dignidad y necesidades de las personas.  En este contexto podemos considerar la crisis social. En la lógica del sistema neoliberal prevalecen los intereses de un 20% de la  población mundial, la que es capaz de consumir bienes y servicios muy rentables, en vez de responder a las necesidades de quienes tienen poca capacidad de consumo y son tratados como comparsas, mano de obra barata y excedentes indeseados.
Este conjunto de tropelías desemboca en una  crisis de la civilización, con el consiguiente agotamiento del planeta y la amenaza a millones de seres vivos.  Nunca antes en la historia de la humanidad había sido tan posible la destrucción física del planeta. De ahí la urgente necesidad de aportar propuestas alternativas  que permitan una transformación radical de nuestras formas de vida. La política que renuncia a la razón y abandona la ética siega las posibilidades de otro mundo posible, más justo y solidario.

José Carlos Gª Fajardo

 

“Cómo los ricos destruyen el planeta”, Hervé Kempf. Libros del Zorzal

 

Lecturas

 

 La visión del mundo de las clases dirigentes, que consiste en pensar que la única vía imaginable es aquella que conduce a acrecentar más y más la riqueza, no solamente es siniestra , también es ciega.

Es indiferente da la degradación de la mayoría de las condiciones de vida de hombres y mujeres y consiste en dilapidar las posibilidades de supervivencia de las generaciones futuras.

Nos encontramos en un momento de la historia que plantea un desafío radicalmente nuevo a la especie humana: su dinamismo prodigioso colisiona con los límites de la biosfera y pone en peligro su porvenir. Vivir este momento significa que debemos encontrar los medios de reorientar esta energía humana y esta voluntad de progreso.

Es un desafío a la vez magnífico y temible.

Hervé Kempf es un reconocido periodista especializado en el medio ambiente. Trabajó en Courier International, La Recherche y desde hace  años es un referente de peso en el prestigioso Le Monde.

Para el autor de este libro en el que ha seleccionado y organizado lo mejor de su reflexión sobre el tema, no se resolverá la crisis ecológica sin antes atacar la crisis social. Hoy es la oligarquía quien controla las finanzas, la economía y  la política, además de los medios de comunicación en el mundo, la que amenaza el planeta.

Su lectura es fascinante  por lo bien informada y bien contada. Me limitaré a enunciar algunos capítulos que es imposible no leer, lápiz en mano.

La catástrofe, ¿y ahora? Algo nunca visto desde los dinosaurios. El planeta ya no se recupera. Hacia el shock petrolero. Crisis ecológica, crisis social. Globalización de la pobreza. Los ricos, cada vez más ricos. La oligarquía mundial y ciega. La miseria ecológica. La secta mundial de los insaciables. El crecimiento y el aumento de la producción no son necesarios.

Y como postre: “La coartada del terrorismo”, impresionante. Celebremos el día de los “empleados de los organismos de seguridad”, de gran  perspicacia y documentación. Criminalizar la oposición política. Hacia una vigilancia integral. Y el devastador “El capitalismo ya no necesita la democracia” que sólo es superado por algo que intuimos cada vez que ocurre alguna desgracia y la oposición se lanza a degüello: “El deseo de catástrofe”.

Para concluir estas crónicas impresionantes con “La época de amargas renuncias que nos espera”.

 

José Carlos Gª Fajardo

 

 

 

Un millón de personas se quitan la vida cada año. (Suicidio 1ª parte)

 

Cada día hay en promedio casi tres mil personas que ponen fin a su vida, y veinte intentan suicidarse por cada una que lo consigue.  Cada hora, ciento veinticinco personas ponen fin a su vida, más de dos personas por minuto. Datos de la Organización Mundial de la Salud, (OMS).

Hablamos de suicidios verificados, no de los camuflados en “accidentes”, previa ingestión de drogas, de alcohol o de broncas emocionales insoportables que conducen a pisar el acelerador sin freno.

Está entre las tres primeras causas mundiales de muerte en personas de entre 15 y 44 años, pero el sector que presenta mayor riesgo es el de los adolescentes. Entre poblaciones rurales, son las personas de edad que ya no se sienten útiles, ni necesitadas, ni queridas.

También existen “suicidios” enmascarados en el abandono de tratamientos médicos, para “hacer pagar culpas a la familia”.
Asimismo, muchos ancianos que viven solos en las ciudades grandes, en donde todo egoísmo tiene su asiento, y que “aparecen” muertos, no se han pegado un tiro, ni se han tirado por la ventana ni ingerido venenos, sencillamente, se han dejado morir poco a poco,  abandonándose en la comida y en la higiene, debilitándose, perdiendo fuerzas, y hasta intuyendo un descanso y una liberación, no en la muerte, que siempre impresiona, sino en dejar de llevar un vivir sin sentido; para ellos, ergo, para el universo entero.

¿Sabe alguien cuántos soldados se han dejado morir por no poder soportar la tensión inhumana de una confrontación absurda? ¿Hay suicidio más eficaz que dejarse matar por el “enemigo”, y encima sin “deshonor” ante la familia pues te los rinden militares? ¿Acaso en la guerra de Vietnam, la droga no se distribuía desde la propia intendencia?

Para el año 2020, la OMS prevé que el número de muertes por suicidio en el mundo superará el millón y medio. Por ello, es tan importante tratarla como corresponde. Con una aproximación psicológicamente cálida, acogedora, tranquilizadora. Y con el arsenal terapéutico, realmente efectivo, que tenemos a nuestra disposición.

Y con tiempo, paciencia, con ese sumergirse en el drama del enfermo.

Recordemos que "asistir" (assistere) es, "estar al lado del otro".

Los profesionales que trabajan en la prevención de los suicidios, insisten en que se trata de muertes evitables que, en algunos países, alcanzan a 10,4 por cada cien mil habitantes y, entre los adolescentes, el riesgo es del 30% por la misma proporción.

Ya sabemos que el suicidio se ha convertido en un tabú tan fuerte como el incesto o, hasta hace poco, las denominadas “desviaciones” sexuales, como la homosexualidad. Como fue tabú durante siglos tratar de la pedofilia, pederastia o, como ahora prefiere denominar el Vaticano para las experiencias de sus clérigos, “efebofilia”, es decir, atracción por jóvenes de 11 a 17 años.

Hasta en el Libro de estilo de muchos medios de comunicación se reglamenta la publicación de estas noticias, “porque pueden provocar estímulo de imitación”.

La OMS pide mejorar la educación en el tema, reducir la estigmatización y aumentar la conciencia de que el suicidio es prevenible. Todavía, en muchas legislaciones, el intento de suicidio se castiga como delito.  Y a un enfermo no se le lleva al paredón, se le cura y después se le fusila. La Iglesia católica y otras religiones, castigaban al suicida con la prohibición de ser enterrado en “tierra sagrada”. Con el progreso en la conciencia de una mayor libertad y responsabilidad, se han avenido con el subterfugio de que “no sabían lo que hacían”, “locura transitoria”, “fuera de sí, “enajenados”.

No hay más que ver las dificultades que tiene un enfermo terminal para tener una muerte digna, mediante suicidio asistido, o mediante eutanasia positiva, por compasión y por justicia. ¿Tanto cuesta reconocer el derecho a disponer de la propia vida? ¿Alguien nos ha pedido permiso para nacer?

¿Pueden imponerse manu militari ideologías que parten de peticiones de principio, de falsas premisas y de un fanatismo que condena a vivir, como durante siglos bendijeron las condenas a morir?

Partiendo del reconocimiento de este derecho inalienable, es necesario prevenir las decisiones fatales que podrían evitarse mediante atención médica y psicológica, comprensión y tratamiento, información adecuada y medios eficaces al alcance de enfermos depresivos, alcoholismo, drogadicción y esquizofrenia. Adolescentes que no asumen su realidad sexual, o de ancianos sin medios para vivir con dignidad porque la sociedad se lo debe siempre ya que las cosas no son de su dueño sino del que las necesita.  Y aunque la vida no tuviera sentido tiene que tener sentido vivir, pero con dignidad y sin padecimientos insoportables. No vamos de la vida hacia la muerte, sino hacia la felicidad de saberse uno mismo, libre y responsable.

 

José Carlos Gª Fajardo

 

Cuando nuestros representantes nos decepcionan

 Me anonada la situación social, económica y política, reflejada en los medios. Los políticos se insultan y descalifican, no aceptan un diálogo ni asumen un error, sestean en el Congreso y son capaces de sostener una tesis y su contraria, según se trate de su partido o de los demás. Mienten, niegan las evidencias de corrupciones que les atañen, no son coherentes con sus programas y utilizan los medios como armas arrojadizas.
Impresiona ver cómo se habla de Magistrados y de jueces “afines al PSOE o al PP”, y hasta de los mismos Tribunales Supremo y Constitucional. Asistir a una sesión de control al Gobierno en el Congreso o en el Senado causa vergüenza ajena. No hay “parlamento”, porque leen las consignas que llevan escritas. Todo vale con tal de imponerse.
Bien está que, en período electoral, defiendan sus programas y denuncien a quienes no han cumplido sus compromisos anteriores, aportando alternativas constructivas y viables. Pero, pasadas las elecciones, los diputados y senadores, los consejeros autonómicos y los concejales municipales, deberán buscar el bienestar de los ciudadanos, el imperio de la justicia, el desarrollo intelectual, científico y económico, un sistema fiscal equitativo y sin fisuras en paraísos, la calidad de la enseñanza, el funcionamiento de los pilares del Estado de Bienestar: enseñanza pública y gratuita para todos, cobertura sanitaria eficaz y plena, mejora de los planes de pensiones,  y aplicación diáfana de la Ley de dependencia que cubre las necesidades apremiantes de tantas personas necesitadas de ayuda y de sus familiares.
La conservación de la naturaleza y del medio ambiente, ¿será posible no ponerse de acuerdo en este tema vital y arrimar el hombro todos los diputados y senadores, sean del partido que sean?
La mejora de los transportes, los horarios de trabajo, la incorporación inteligente de las nuevas tecnologías en juzgados, universidades, colegios, hospitales y centros sanitarios, bibliotecas públicas, centros de información a los ciudadanos ¿acaso no deberían de ser de máxima prioridad para los responsables de gobernar como mandatarios de todos los ciudadanos, no sólo de los que les han elegido?
Es inadmisible e insoportable, que permanezcamos en permanente situación de campaña electoral. Los ciudadanos se sienten ninguneados, una vez depositado su voto. De ahí la creciente abstención en las elecciones, porque están obligados a votar en listas cerradas y a candidatos que no conocen y que, una vez elegidos, jamás regresan a sus circunscripciones para dar cuenta de sus compromisos.
Era propio de las dictaduras mantener al pueblo en perenne minoría de edad: no podían votar, no podían expresarse en medios de comunicación, libres y responsables, no podían afiliarse a sindicatos independientes, tenían dificultades para viajar a otros países, existían policías secretas y “sociales” que controlaban a las personas por sus ideas religiosas, políticas, filosóficas o por sus preferencias sexuales.
Era delito disentir de la política del Estado con una confesión religiosa determinada ni de su arbitrario y anacrónico poder en la enseñanza, en los matrimonios y la vida familiar, la interrupción del embarazo, la maternidad y paternidad responsables, dentro o fuera del matrimonio, las uniones de hecho, el divorcio y la constitución de nuevas familias, derecho a una muerte digna. Existía censura de prensa y de todo lo que se publicaba fuera científico, filosófico o de investigación histórica.
Aunque eso ya ha pasado, la herida se mantiene abierta porque nuestros políticos no han exigido responsabilidades ni la devolución de lo expoliado, la reparación debida a quienes se persiguió y negó el derecho a una vida de acuerdo con los derechos universales. Aún hoy les niegan el derecho a rescatar los cadáveres de sus familiares asesinados.
¿No se han reconocido como imprescriptibles los crímenes contra la humanidad en países que padecieron la Guerra mundial? Al cabo de 50 años, todavía se recuperan propiedades y obras de arte expoliadas, así como las reparaciones y derechos sociales debidos.

A mi edad, y después de medio siglo de trabajo en la universidad, en la sociedad y en los medios de comunicación, me siento defraudado por el sectarismo de muchos de estos y por la insoportable perversión del ejercicio del poder político.
Un país moderno con una democracia garantizada por una Constitución, no puede soportar a políticos montaraces, a una clase empresarial insaciable, a banqueros y financieros movidos por la obtención de beneficios por cualquier medio. 
Por todo esto es necesario alzarnos contra este modelo de desarrollo injusto y perverso, y contra unos gobernantes irresponsables que no nos merecen.
Es posible la esperanza si nos rebelamos contra esta forma de tiranía, participamos cívicamente y denunciamos la actual situación insostenible, aportando propuestas alternativas. Todas las conquistas sociales se hicieron realidad porque alguien las soñó primero. El progreso comenzó cuando las personas se atrevieron a pensar y los súbditos se convirtieron en ciudadanos.

J C Gª Fajardo

 

Gripe A: Opina un intelectual de prestigio

Ya hace cuatro meses, me ocupé de la gripe A analizando la información que EL PAÍS publicó durante una semana a razón de seis páginas diarias. He vuelto a hacer lo mismo ahora y, tras 10 días de seguimiento, me veo obligado a concluir: no entiendo cómo EL PAÍS puede dedicar por tantos días tanto espacio a este tema.

En su diario se afirma por activa y pasiva la universalidad de esta primera pandemia del siglo XXI con consecuencias y efectos devastadores, que hace que la sociedad y Gobierno deban prepararse para combatirla mediante reserva de vacunas para el 60% de la población. Por otra parte, y contradictoriamente, se reitera que la gripe A tiene síntomas muy leves, es mucho más benigna que la gripe común y nos podemos inmunizar contra ella en casa mediante antivirales que ya existen.

Y si, además, no está probado que ella se haya cobrado ninguna víctima directa y si los países del hemisferio sur, sin descartar a México, donde más se temía su expansión se han olvidado de ella acuciados por otros problemas más serios de salud, economía y política, ¿por qué tanta alarma y tanta demora en fabricar la vacuna en Europa mientras China ya la tiene lista para un porcentaje limitado del 0,6% de la población? ¿Por qué tanta movilización de recursos, instituciones y medios de comunicación para hacerla adquirir y aplicarla precisamente en Europa? ¿Es acaso aquí donde las industrias farmacéuticas, avaladas pomposamente por la OMS, han visto que pueden manipular, vender y hacer su negocio? ¿Ocurrirá de nuevo lo que ya ocurrió con la peste aviar en el 2005.

Benjamín Forcano

Tiempo de vagar bastante, 33 y 34: El tiempo de Galbraith, I y II

 Siéntese ahí mientras doblo estas cosas. Hace muchos años, cuando empezamos en la ONG, como no teníamos horarios y empleados, recibía a las visitas cerrando sobres, y animando al visitante, periodista, profesor o empresario, a doblar el paquete que le ponía delante, y les decía con una sonrisa “Se habla mejor mientras tenemos las manos ocupadas” Pues bien, no hace más de un año, le sucedió algo que nos contó en el jardín de Cantarrans, mientras metíamos flores de Lavanda en bolsitas para que los ancianos las pusieran entre sus ropas en los armarios. Sí, cosas así sucedían a menudo y ya no nos extrañábamos. ¿Que qué ancianos? Pues los que fueran, en esa ocasión eran para un asilo con casi dos centenares de ancianos y de madres solteras, que encontró en Pozuelo.

¿Pues de dónde iba a coger las flores? De los jardines de la universidad cuando ya comenzaban a secarse, en septiembre. Otras veces lo hacía con el romero o con lo que fuera. Ah, no. Decía que las cosas no eran de su dueño sino del que las necesitaba y, además, ¿quién es el dueño de la universidad?, preguntaba retóricamente, pues nosotros, profesores, alumnos y quienes trabajan aquí.

Bueno, eso sí, a sus amigos, a veces nos regalaba esas bolsitas que había cosido su mujer, pero siempre después de haber enviado las primeras a algún ancianato u hospital con enfermos de larga duración. Y yo qué voy a saber. Decía que las personas mayores que visitábamos a veces “olían a viejo”, como le dijo un día una niña refiriéndose a un anciano. Y él quería ocuparse de esas cosas pequeñas, como que oliesen bien sus ropas o que tuvieran plantas para que las cuidaran.

Que se nos va la olla, volvamos a lo nuestro, ese día contó:    

“Ahora hago gimnasia y ejercicios todos los días antes de venir a trabajar, si pierdo algún día me he propuesto sacar esas horas del sábado o del domingo. Habían anunciado en mi barrio la apertura de un centro deportivo municipal y que se atenderían las solicitudes por orden de inscripción. A mis años, caí en la trampa e hice cola un sábado por la mañana porque era en mi propia calle. Aproveché la cola para hacer amigos y enterarme de novedades. Quienes me conocen saben que no me gustan las colas y que prefiero renunciar a un evento si tengo que esperar demasiado. Como se escribió de Cicerón, “era incapaz de hacer antesala”, y por eso acabó como acabó.

En aquella ocasión, hice cola porque, era una buena concesión del ayuntamiento de mi pueblo a una cadena de gimnasios, spas, piscina etc. avalada por su seriedad.

Conseguimos inscribirnos, previo pago de una cantidad por la reserva. Al cabo de cuatro meses dijeron que podíamos hacernos socios previo certificado de empadronamiento y pago de matrícula y del primer mes. Pero, pasados dos meses, todavía no estaba en pleno funcionamiento y, encima, mis problemas cardiológicos me ayudaron a rajarme, a pesar de que el médico me decía que era necesario que hiciera el ejercicio adecuado. Me di de baja, convenciéndome a mí mismo de que, si paseaba todos los días dos horas, ya cumplía con lo del ejercicio. Además. Como dentro de unos meses ya se abría la piscina de nuestra urbanización pues, ya estaba.

Ya, ya. En la piscina habré nadado cuatro veces, en casi cuatro meses, aunque a veces iba con un libro para sentarme a leer sobre el césped, y luego nadaría. Igual sucedió con los paseos de dos horas, por fas o por nefas, no he sido constante.

Me alarmé cuando, no sólo no bajaba de los 100 kilos, restringiendo algo la dieta, sino que cada vez me sentía más torpe y menos ágil. Que lo pensaba antes de levantarme e ir a buscarlo, que me inventaba argucias para no caminar lo suficiente. Le daba vueltas a estas cosas, así como a lo que me costaba sentarme para el Zen, que había ido dejando, como el Taichí, por una u otra excusa.

Siempre he hecho mucho deporte: montaña, natación, equitación, tenis, golf… ¿por qué me había ido dejando? Y ya es sabido que los deportistas, cuando aflojan, parecen recuperar rápido los kilos perdidos así como la elasticidad adquirida y conservada durante años. Aunque la hubiera ido adaptando con la edad y cambiado de actividad deportiva.

No hay peor consejero que uno mismo. Nuestra capacidad para justificarnos, racionalizar miserablemente y auto engañarnos es inmensa. Lo hemos leído en los libros, lo hemos escuchado en conferencias y hasta hemos hablado en público sobre el tema sin el menor rubor.

Hasta que hace unos días, dije: “¡Hasta aquí hemos llegado!” (Como una amiga mía que no dominaba el inglés, y cuyo marido fue destinado en Nueva York. Ya de vuelta en España, un día nos comentó que lo peor había sido el servicio, que la cocinera, como era mejicana, funcionaba bien pero que el butler, un negro muy buen profesional y recomendado, pero que “sólo” hablaba inglés, no seguía sus instrucciones y se le hizo insoportable: “Hasta que un día, me armé de valor y le dije: ¡Hasta aquí hemos llegado, George!” (En EEUU, en ciertos ambientes, llevan siglos dirigiéndose a los negros con ese nombre, se llamen como se llamen. Aún recuerdo que, en un viaje en coche cama, le pregunté al empleado de WL que me atendía por su nombre. Se sonrió y me dijo “George, señor, como todos”. En los países árabe musulmanes, a las mujeres del servicio se les llama “Fátima”, sin más, mientras que a los hombres, “Mohammed”, sea cual sea el suyo.)

Entonces, el marido, un buen abogado internacional y con un sentido del humor, a veces más que irónico, le dijo, así como si nada: “¿Y cómo se lo dijiste, querida?”

“¿Qué cómo se lo dije? Pues como es debido: “Until here we can arrive!”

Sobran comentarios, porque me he desviado algo de lo que quería contar: La otra tarde recibí un SMS en el que el Club me animaba a reactivar mi inscripción… Y miren que yo desconfío de la eficacia de “esos SMS que son verdaderos spam inútiles…”, pues bien, regresábamos de disfrutar con el delicioso debate entre el anciano Descartes y el joven Pascal y, al pasar ante las instalaciones del Body Center, a 200 metros de nuestra casa, metí el coche en su aparcamiento y entré muy decidido. Mi mujer, me preguntó, sin sorna alguna: “¿Vas a venir al gimnasio?” “Creo que es muy conveniente que vengamos los dos porque… “, le respondí, utilizando ese plural a veces tan conveniente.

En fin, salimos de allí con todo firmado y el compromiso de incorporarme al día siguiente. A las ocho de la mañana ya estaba allí perfectamente equipado, hablé con el monitor (dos metros de alto, metro y medio de ancho y un peso en acero de unos doscientos kilos) una persona educada e inteligente que debía estar avezado a tratar con especimenes como el que suscribe, estamos acostumbrados a mandar, con una alta opinión de nosotros mismos, a quienes nos venían achaques como a nadie en el mundo, que teníamos que echar por delante los caballos de cómo le podían suceder estas cosas a una persona que había practicado tanto deporte etc. Imagínense el resto, hasta que al final, le dije: “Ayúdeme y cuide de mi”. Eso sí, añadí “por favor”

Aquel armario de cuatro cuerpos habló con suavidad, comprensión y complicidad, me animó, sacó una ficha amarilla de casi medio metro y fue haciéndome una tabla de ejercicios que “iríamos” haciendo suave y progresivamente…

Desde hace unos días, camino en la cinta, luego bici estática, todo esto ante un gran ventanal que da sobre espacios verdes, a pesar de unas pantallas de TV de gigante que, felizmente, están en silencio. Después, hago los ejercicios del circuito verde, después los del azul y dicen que aún me queda uno gris.
No me inquieto ni me fuerzo. Pero hago lo que debo hacer, bebo Aquarius como todo el mundo, de una botella ad hoc que te regalan junto con una toalla  “para el sudor”. Y aquí he advertido algo desde el primer día, hay personas que, al llegar a algún aparato, le pasan la toalla, y otros que también lo hacen al terminar. Los miras, y comprendes. Después, 10’ en el spa para relajarte, ducha, afeitarte, vestirte, camina hacia casa, desayuno y al curro.

 Tiempo de vagar bastante, 34: El tiempo de Galbraith, II

 "¿Veis el peligro, o mejor, el problema que hay que transformar en desafío? A estas edades tenemos la sensación angustiosa de que el tiempo pasa a una velocidad de vértigo, ya es otoño, ya es navidad, ya está el corte inglés, ese, machacándonos. Pues bien, el peligro está en que, como disponemos de todo el tiempo de un jubilado… necesitamos más que nunca  un orden, un cierto programa, unas actividades que nos ocupen y sirvan a los demás, pero también a nosotros mismos para no sucumbir en un desmoronamiento. Que sí, que amenaza y ante el que muchos sucumben haciéndose “invisibles”. Asumir un compromiso, aunque sea con uno mismo, nos ayuda a ser mejor nosotros mismos.

"Recuerdo que, hace ya muchos años, me habían contratado una universidad privada y una multinacional de hidrocarburos… - sí, padre, me acuso de haber sucumbido al dinero y vendido mi inteligencia como una suripanta cualquiera -  para organizar un Simposium sobre “Calidad  de vida y medio ambiente”. Los medios económicos que fueran precisos, no iban a ser escasos, pero había que traer a esa ciudad y a ese simposium, precisamente en esas fechas, a unas 20 personalidades, entre ellas varios premios Nobel, al alcalde de Londres y a los mayores expertos en la materia.

"Bueno, pues se hizo, pues, como le dijo un mariscal a Napoleón, (o a Luis XIV), ante una orden casi imposible de llevar a cabo, “Sire, si es posible, está hecho; si es imposible, llevará un poco más de tiempo, pero lo haremos, Sire”. Y lo hicieron. Porque, no sé si conocerían aquella norma de los jesuitas que aprendí en Roma: “Cuando tenga algo realmente urgente, busque a la persona más ocupada y encárgueselo. Esté seguro de que lo hará”. Nunca me ha fallado.

"Pues bien, la asociación con este tema vino porque tuve que localizar  al profesor John K. Galbraith  y supe que estaba trabajando en un libro en una casa que tenían en Suiza. “Pero no pierda el tiempo, profesor, el Dr. Galbraith tiene su agenda comprometida para los próximos tres o cuatro años y no puede aceptar compromiso alguno”, me dijeron en su despacho de la universidad norteamericana.

"Para hacer breve la historia. No sé cómo, yo, al poco tiempo, estaba tomando el té en aquella hermosa casa de los Alpes con Galbraith y con su esposa. Por supuesto que el profesor me repitió lo que me dijeron sus ayudantes y fue entonces cuando me dijo: “Cuando yo era joven, como usted, tenía tiempo pero no tenía dinero. Ahora, a mis años, tengo dinero pero no tengo tiempo”.

"En fin, que Galbraith vino a Bilbao, a la universidad de Deusto, al Simposium financiado por Petronor y la Gulff Oil Co. Yo sigo sin dinero, y el tiempo se me escapa como agua en un cesto.

"Voy a sacar a pasear a este pesado Raitán, y me sentaré con mi mujer para ver a Federer disputándose la final del Open de Nueva York, con ese potro desbocado y poderoso que barrió a nuestro querido Rafa Nadal, que hace aguas por más partes que las físicas, pero esto es otra historia.

J C Gª F

 

 

 

 

El ave canta aunque la rama cruja...

"El ave canta aunque la rama cruja porque conoce la fuerza de sus alas"

Alvaro Cunqueiro

"El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma", Robin Lane Fox. Edit Crítica

 

“Solo, pues, en el rico viñedo encontró a su padre que acollaba una vid: vestía una sucia túnica de mal ver, con zurcidos; en torno a las piernas llevaba malas grebas de buey por miedo a rasguños y heridas y en las manos golubas, reparo de espinos; cubríase de un pellejo cabruno. El dolor le arreciaba en el alma. Una vez que lo vio el pacientísimo Ulises, de vejez consumido y tomado de pena, ocultose bajo espeso peral y dejó que fluyese su llanto…” (Homero, Odisea, 24)

 Así comienza esta formidable obra de Robin Lane, con la narración del regreso de Ulises a la casa de su padre. ¿Y qué son nuestras vidas sino el camino de regreso a la casa del padre? El profesor Lane Fox, es fellow del New College de Oxford y catedrático de Historia Antigua en esa universidad, y es, además, un gran narrador. De esta afortunada combinación ha surgido un libro de historia del mundo clásico distinto, que tiene el rigor del buen  trabajo académico y la amenidad de un relato que los críticos han dicho que es “increíblemente entretenido” y “más épico que la mejor película de romanos”.

Si algo caracteriza a este fascinante recorrido del mundo de la antigüedad clásica, desde Homero a Adriano, es la presencia constante del toque humano: su capacidad de evocar a Sócrates, Alejandro, Cicerón o César y de hablarnos, a la vez, de la vida cotidiana de los ciudadanos, de los últimos días de Pompeya o de los juegos del circo, en unas páginas que nos devuelven el encanto de la mejor narrativa histórica.  Contempla 900 años de historia desde la perspectiva que el emperador Adriano, el gran viajero global de aquel tiempo, no pudo haber tenido. Robin Lane parte de que “lo clásico” es “lo de primera clase”, huyendo de los que idealizan el pasado y que no suelen entenderlo: al querer restaurarlo lo mata su cariño.

Pienso que ya está bien de someternos a los intereses de las editoriales que lanzan al mercado “best sellers”, porque ellos los han promovido, y rescatar estos libros deliciosos que nos acercan a nuestras raíces. Porque, ¿qué somos nosotros sino grecorromanos, judeocristianos y árabe-musulmanes?

 J C Gª F

 

Tiempo de vagar bastante, 27: O porque no me da, la gana

 

Le daba vueltas a estos temas porque quería compartir la desilusión para que no derivara a la frustración. No, eso no, ya sabe usted que era consciente de que un vaso de agua, dado con afecto, bastaba para justificar una existencia. Es como si contribuyeras, decía, a la expansión del cosmos. Claro que yo, a veces, me perdía pero en eso consiste la amistad, también decía, no sólo ni tanto creer a alguien como creer en alguien. Ahí era nada.

Se daba cuenta de que, el cambio a la vejez, la toma de conciencia surge con las limitaciones progresivas. Cosas que antes ni sabías que las podías hacer ni tan siquiera que las hacías, comienzan a ser consideradas, “¿la hago o puedo no hacerla?” “¿Y por qué tengo que hacer esto, ahora”, y,  sobre todo, “ por qué antes, no me costaba?” Esa fue una fuente de contrariedades que iba mascando en silencio. A veces, se desahogaba y todos trataban de restarle importancia, “a todos les sucede”, “A todos, ¿a quienes? ¿A los viejos?” Nadie nos había preparado, claro que lo sabíamos, lo veíamos en los demás, pero no lo “sabíamos” experiencialmente, y esto es una auténtica cabronada. Eso es, un desvivirse en vida y, para colmo, te van aparcando “para que descanse” “¡Pero si yo no estoy cansado para realizar otras tareas! Si fuera para tirar de un carro…, para eso no creo haberlo estado nunca, para conducirlo, si”…
“Y, encima, le llaman jubilación, qué sarcasmo, qué coño de júbilo, la alegría era antes y te das cuenta de que no has sabido aprovecharla… y eso que lo veíamos en otros, pero desde fuera, aunque se tratase de una visita a un asilo de ancianos o con algún miembro de la familia…o con otros compañeros jubilados antes que tú y a los que saludabas al pasar, si te los encontrabas… y si tenías tiempo  para charlar un momento y escucharlos.

“Ahora, todas estas cosas se alzan ante mí y recuerdo a compañeros jubilados a los que encontrabas en las escaleras, de vez en cuando, en los primeros meses de su jubilación… luego, ya no los  veías, porque a nadie le interesaban sus cosas. Todas esas cosas, ahora pesan y como, encima, dispones de todo el tiempo para pensarlas, pues estamos en un círculo vicioso, y ellos sentirían que y ano nos interesaban ellos. Me duele, me duelo.”
“¿O sería que antes no queríamos pensarlas y, por eso, nos aturdíamos trabajando, o viajando, o llenándonos de deudas, obligaciones y de compromisos, agotándonos en nuestros supuestos tiempos de descanso y de vacación? ¡Qué sarcasmo! Vacación, de vacare,  ocio, de nec-otium, y regresábamos exhaustos, de ex haurire, sacar aguas de un pozo”
Lo que más le molestaba es que llamasen Edad Dorada a esa progresiva limitación y pérdida de facultades, ¡la memoria, antes rápida como el rayo y que asombraba a sus oyentes! Desde hacía, eso, un par de años, le producía sufrimiento, y eso que él siempre había distinguido entre dolor, que tiene que ver con el cuerpo, y sufrimiento, que procede de la mente, aunque se exprese a través del cuerpo y ¡de qué manera le gustaba analizar las somatizaciones a su alrededor, y las suyas propias! También recordará como nos enseñaba a distinguir en temor y miedo: temor era ante un dolor que se esperaba, como en el dentista o en un postoperatorio, mientras que miedo era ante lo desconocido ausente. Por eso, solía decir, según los Padres, y sobre todo, el Damasceno, o algo así,  “Jesús no pudo tener miedo, sino sólo dolor”. ¡Como si no les bastase!

Usted lo recuerda bien, buscaba sinónimos, reinventaba estrategias para recuperar un nombre o una fecha o algún encuentro. Llegó a un extremo en el que temía no saludar a alguien conocido, o de que no le saludasen porque no lo reconocieran. Ya sabe, transferencias y demás. “Las vejez era esto…” decía, y eso que decía que durante toda la vida había dejado cosas para acometer cuando dispusiera de más tiempo, libros que leer, que escribir, lugares que visitar, cosas que hacer… Se sentía mal cuando recordaba con que inconsciencia había dicho que sólo los tontos de aburrían… y él no se aburría, se sentía desconcertado… porque el tiempo y las cosas se le escapaban de las manos, ¿recuerda? “como agua en un cesto, o como en un sombrero lleno de lluvia, o como las hijas de Niobe, condenadas a traer el agua en cántaros, desde el río, para verterla en una orza con agujeros en su base. Claro, ¡no se llenaba nunca! Y él solía añadir con malicia “¿Recuerdan cómo hemos resuelto la condena del pobre Sísifo? ¡Que se subiera sobre la roca cuando hubiera caído de nuevo desde la cima de la montaña, que sacase su gaita y se pusiera a mear sobre ella! ¿No ven que no había roca, porque no había montaña y porque Sísifo nunca ha existido?” Y se quedaba tan pancho. “Pues la maldad de la condena de Niobe y de sus hijas era que el mito decía que vertían el agua en un gran cántaro sin fondo… ¡qué c… nada! ¡Qué sevicia y qué ganas de fastidiar, por no emplear otro término! Ese, en el que están pensando. Pues, ya que la orza o alcuza tendría agujeros… a alguien de esta clase se le podría y debería ocurrir que los taponasen con barro, bosta de vaca o estopa. No, tenía que ser sin fondo.”

Hablaba, a veces, entre su equipo más cercano, de recuperar el Zen, su liberadora disciplina, el vacío, el sansara, la experiencia del satori, la libertad y el humor de los bodishatvas… pero temía que, en esta situación se le convirtieran en vías de escape, en huidas ante una realidad no asumida. No, no, créame, de la religión hacía tiempo que no se ocupaba en lo que a él se refería, aunque sí como ideologías y estructuras esclerotizadas de poder y de codicia, de engaño y de intencionada narcosis.

Pero mañana seguimos, porque ahora tengo cosas que hacer… Sí, por ejemplo, cambiar el curso del agua en las acequias. ¿Qué no sabe cómo se hace? Venga que lo aprende en un pis pás. Claro, si está dispuesto a meter los pies en el fango.

J J Gª F

Tiempo de vagar bastante, 26: Porque me da la gana

La cosa comenzó a mediodía, o más bien, se supo. Nadie se lo ha podido explicar. Tan bien como se encontraba, a pesar de sus achaques, claro, pero parecía haberse estabilizado. Cierto que ya hacía unos días que, de vez en cuando, decía que no se encontraba muy bien, que le parecía como si por dentro algo se le fuera a desmoronar.
No. En la última revisión médica lo encontraron bien y le dijeron que continuase con la misma medicación, salvo que doblase los diuréticos para ver si así aliviaba la hinchazón de los tobillos. Hasta volvió a ponerse medias de goma que, con este calor que estamos pasando, le resultaban incómodas.

Había salido a dar un paseo, como cada mañana, aunque se quejaba a sí mismo de no ser constante con esa práctica que le venía tan bien desde todos los puntos de vista, desde el cardiológico, hasta el de su propio bienestar. Decía que pasear por el campo lo revitalizaba.

Sí. También se quejaba últimamente de que no era capaz de cumplir algún plan que se hubiera propuesto. Por ejemplo, toda la vida se había acostumbrado a adaptarse a un horario que solía ser invariable durante todo el curso. Otras veces, cuando tenía que atender a otras ocupaciones, lo variaba para integrarlas en su plan de vida. ¿Qué ocurría? Pues que como solía estar tan ocupado y con tan diversas cosas al día necesitaba organizar su tiempo y administrar sus fuerzas.

Bueno, eso lo decía cuando, al final de la semana, se encontraba cansado. ¿No iba a estarlo? Pero seguía fiel al principio de que cada problema era un desafío que aportaba la solución si se planteaba como era debido.

Claro que reflexionó sobre el tema cuando vivió la experiencia del encuentro/descubrimiento de la riqueza de los pueblos de África negra durante su año sabático. Un anciano le había dicho sonriendo y lleno de razón: “Los blanquitos dicen que los africanos perdemos el tiempo, que nunca llegamos a la hora, antes o después, pero nunca a la hora. ¡Como si el tiempo existiese! El tiempo lo vamos haciendo según lo necesitamos. Por eso, ¿qué es más importante, llegar a un lugar a una hora “en punto” o quedar con el amigo al caer de la tarde, al final del día, hacia la puesta de sol? Son muy extraños estos petit blancs, siempre de prisa, siempre apurados, mirando el reloj y no sabiendo aguardar, ellos dicen esperar. No es lo mismo. Pero qué le vamos a hacer, ellos son así, y por eso se sienten tan solos.”

Usted también conocía la historia, pues le gustaba contarla. El problema, al parecer, surgió con la jubilación. Como desde ese momento disponía de todo el tiempo del mundo, como no estaba obligado a ningún horario, ni lo esperaban en ningún sitio ni lo acuciaban para entregar un original o unas pruebas… sentía como una desolación. A ver si me explico.

Durante años, si se apuntaba a un curso de Taichí, o de jardinería o de bonsáis, o practicaba algún deporte, o se comprometía a unas conferencias o a participar en un programa de radio, ya podía caerse el mundo que todo funcionaba como un reloj. El decía que en gran parte se lo debía a la práctica de la meditación, al amanecer, durante tantos años pero que, desde hace un año o cosa así, había ido dejando. Con el pretexto de las consultas médicas, de las esperas, pruebas y análisis. Temores a los diagnósticos y a los postoperatorios.
Ah ¿qué se creía, que era inmune al dolor o que tenía la paciencia de Job? Pero si él mismo confesaba que de los pecados capitales, no le pedirían cuentas por la envidia ni por la gula ni por la soberbia o por egoísmos ni por la codicia, y aquí entre nosotros, respecto a la lujuria… en estos últimos años, se lamentaba en confianza de no haber disfrutado más y mejor de esa capacidad, pero sí por la impaciencia. Eso le producía desazón porque lo padecían los demás. Él decía que tenía esa cruz como otros sobrellevaban otras, si se le ocurría algo ya lo veía hecho y terminado y, claro, quienes le acompañaban no podían mantener ese ritmo. Puede que fuera eso, pero yo más bien creo que era un hábito que había adquirido a fuerza de cumplir los compromisos y las responsabilidades aceptadas.

Ah, eso sí, siempre contaba a sus alumnos y amigos que hacía las cosas “porque quería”. Por ejemplo, decía, “cada mañana vengo desde mi casa a la universidad y conduzco por la derecha”. Ante la cara de asombro de los alumnos o de la audiencia, añadía: “Cuando estudiaba en Inglaterra conducía por la izquierda, como hacen también en Australia o en Nueva Zelanda”. Se incrementaba el silencio y las miradas inquisitivas preguntándose adónde los estaría llevando. “Sí, yo podría conducir en Madrid por la izquierda y me pegaría una torta de miedo, pero poder, podría. Igual sucede con el resto de las obligaciones aparentemente impuestas. Uno las debe hacer porque le da la gana, si no quiere, no las hace, y se atendrá a las consecuencias. Ah, esa es la ley del karma: se recoge lo que se siembra”.

 

Por eso estamos así, tan sin saber qué hacer, aunque él siempre lo había dejado claro: ni entierro, ni funerales ni historias: esparcir sus cenizas en el mar o en la montaña al pie de una encina o de su querida acacia africana que se destaca en el horizonte ofreciendo sombra, descanso y reposo para las aves. Pero ya nos ve, así, sin saber qué hacer… si el cuerpo al menos hubiera aparecido.

(sigue en 27)