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J. C. García Fajardo

Tiempo de vagar bastante, 24: "Esos días azules, ese sol de la infancia" (A.Machado)

Esta mañana ha sido de gran trabajo y creatividad. Editando interesantes artículos de otras personas y colaboradores, preparando el comentario para el libro de la semana en el CCS, colgando artículos y comentarios en mi blog y haciendo llegar algunos a una amplia red de amigos a los que llamo RDM.

Robadores de momentos: Los ladrones se apropian de lo que no es suyo, los “robadores” toman lo que les pertenece desde largo tiempo, aunque no lo supieran.

Esa red ha ido formándose a lo largo de décadas, algunos nombres están en silencio o, a su manera, en stand by. Pero todos se conservan en mi corazón. Basta que los evoque para que surjan de nuevo con lo mejor de ellos mismos, con las mimbres que tejieron nuestras relaciones y con las estructuras que forjaron nuestra amistad. Las actividades, los cambios de estado, las nuevas responsabilidades, qué sé yo… pero así es la vida. Unos siguen, otros descansan, otros nuevos llegan.

Escribió mi admirado compañero, Jorge Reverte, “A lo largo de mi vida, sólo conservo recuerdos vivos de aquellos lugares que han tocado de alguna manera mi corazón”. A mí me sucede lo mismo con las personas. De recuperar algunas vivencias, ocurridas en un tiempo y lugar precisos, se trata en este tiempo liberado.

Y en otro momento, evocando al autor francés que confesó: “Uno nunca se cura de su infancia”, Reverte escribe “nunca he dejado que se desvanezca el niño que fui y lo trato de mantener contra viento y marea”. Pues, eso.

En esta mañana también me llegó una publicación que lleva un texto que me pidieron hace unos meses. Y que quiero compartir con vosotros:

"Pareciera que el sentido de vivir fuera tener. Conseguir bienes y dinero a cualquier precio. Se confundía valor con precio. Se buscaba el poder por el poder y se sostuvo que la “función” del Estado era velar por la seguridad para que pudieran prosperar los negocios. En lugar de reconocer que el “sentido” del Estado es la justicia y el bienestar de los ciudadanos.

Se explotaron pueblos y tierras bajo el pretexto de la civilización, de la conversión a “la religión verdadera” y de implicarlos en la sociedad de mercado. Los ciudadanos fueron tratados como súbditos en perenne minoría de edad, incapaces de gobernarse a sí mismos y necesitados de colonización, erradicación de sus costumbres para ser utilizados en el desarrollo de las metrópolis.

Se implantó el etnocentrismo europeo con la bendición de los poderes religiosos. Se escribieron tratados para justificar el pretendido y blasfemo derecho divino de explotar sus “recursos” naturales y humanos. Se reconocían los valores de una economía de mercado, pero impusieron la sociedad de mercado. Tampoco escucharon a quienes denunciaban esa deriva criminal y suicida.

Actuaron como si no fuéramos “tierra que camina”. Sin tener en cuenta que lo que suceda a la tierra, nos sucederá a nosotros.

Se denunció el fantasma de injusticia, hambre y desolación que recorría Europa. Se alzaron en revoluciones fallidas hombres y mujeres que apostaban por una sociedad más justa y solidaria. Se bastardeó el liberalismo humanista hasta convertirlo en ideología capitalista tan perversa como los totalitarismos soviéticos y fascistas.

Se produjeron guerras con millones de víctimas, pero lo que contaba era la explotación de las victorias ratificadas con armas de destrucción masiva. La más letal, el hambre.

Olvidaron que la victoria nunca trae la paz porque genera humillación y venganza. La única paz auténtica procede de la justicia.

Enfermas las ideologías, un rumor esperanzado recorrió el mundo y se alzaron voces sabias y generosos voluntarios sociales para luchar por “Otro mundo posible”, más justo y humano, más acorde con la naturaleza.

La voracidad especulativa y financiera se propagó como cáncer letal. Y vino la hecatombe que padecemos. Bancos y entidades financieras, ejecutivos con alma en paraísos fiscales y soberbios y oscuros poderes se vieron ahogados en su propio éxito. No pudieron más y reventaron, pero en lugar de reconocer sus crímenes y reparar injusticias, se erigieron en jueces exigiendo a los Estados que les ayudarán para socializar sus pérdidas cuando ya habían privatizado sus ganancias.

Tiene que ser posible la esperanza, sostenida por nuestro esfuerzo. El de la sociedad civil transformando las instituciones.

J C Gª F.

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