El terrorismo israelí, por el General de Artillería español Alberto Piris
Que en un día como hoy, que durante más de 40 años se conmemoró como Día del Alzamiento nacional, cuando no fue sino la rebelión de unos generales facciosos con ayuda de tropas marroquíes y de los obispos, religiosos y clérigos españoles, lo cualno deja de ser paradójico o esperpéntico (curas y moros, como ellos siempre les llaman) un general de adrtillería del Ejército español escriba tan luminoso y valiente artículo El terrorismo israelí , nos puede ayudar para desengrasarnos de la basta propaganda que destilan otros trabajos. Os lo brindo porque sé que a él, muy buen amigo mío, le encantará su difusuión:
"Recuérdese cómo comenzó, hace unas tres semanas, el último acto de la tragedia que viene asolando las tierras de Palestina durante varios sangrientos decenios. Miembros de la resistencia palestina —no olvidemos que están combatiendo la violenta y prolongada ocupación militar de su país— mataron a dos soldados israelíes y apresaron a un tercero. En respuesta, Israel bombardeó y destruyó las centrales eléctricas de Gaza, inutilizó los sistemas de alcantarillado y agua potable, arruinó puentes y carreteras, cerró “la franja” y aterrorizó al pueblo mediante las explosiones y las atronadoras pasadas sónicas, día y noche, de sus aviones de combate. En términos de derecho internacional, esto es un castigo colectivo infligido a la población civil, prohibido por los convenios de Ginebra. Hoy en Gaza se vive —y se muere— bajo el imperio del terror y en la miseria casi total, impuestos por Israel.
Entonces Europa miró hacia otra parte. Apenas hubo unas vagas declaraciones pidiendo moderación y expresando preocupación. Sólo el diario israelí Haaretz se atrevió a expresarse así: “No es legítimo privar de electricidad a 750.000 personas. Expulsar de sus casas a 20.000 y convertir sus ciudades en pueblos fantasma. No es legítimo secuestrar a medio Gobierno y a un cuarto del Parlamento. Un Estado que adopta esas medidas no se distingue en nada de una organización terrorista”. Ese terrorismo de Estado, perpetrado por Israel y denunciado en Haaretz, tiene hoy un objetivo claro: hacer imposible la vida del pueblo palestino en lo que siempre ha sido su tierra y forzar su emigración.
El Gobierno israelí se mofa de la comunidad internacional y menosprecia a Naciones Unidas, apoyado por EEUU, que recurrió a un ignominioso veto (¿recuerda el lector cuán acerbamente Washington recriminaba a la extinta URSS cuando ésta hacía lo mismo si la votación le era adversa?) para oponerse a una resolución del Consejo de Seguridad que pretendía condenar los ataques israelíes contra Gaza.
Aquella brutal, ilegal y desproporcionada respuesta militar reprodujo días después, como era de esperar, la habitual escalada, cuyo fin no se percibe al escribir estas líneas. Nuevos soldados israelíes apresados y muertos, ahora por Hezbollah —que entró en la lucha, también sin contemplaciones—, muchos más muertos palestinos, y agravamiento y extensión del conflicto al sufrido pueblo libanés, cuyo país es bloqueado y ferozmente atacado desde tierra, mar y aire, y que contribuye con más víctimas inocentes a esta nueva carnicería.
Súmese a esto una muy poco velada amenaza israelí a Siria y el recuerdo de que Irán también puede estar en el punto de mira de su agresividad. Como también era de esperar, el presidente Bush —cuya peligrosidad aumenta a medida que, en el ocaso de su mandato, puede sentirse inclinado a hacer algo sonado que le lleve a los libros de Historia— afirmó que Israel tiene derecho a defenderse. ¿No tiene Líbano también el mismo derecho? Y, sobre todo, ¿quién defiende al pueblo palestino, invadido, humillado y exterminado sistemáticamente durante largos años de incumplimiento israelí de las resoluciones de la ONU? ¿Se le deja solo el terrorismo como único recurso para alimentar su esperanza?
Si del lado israelí se escuchan voces valientes, como la antes citada, también se percibe irracionalidad. Mostrando su desprecio por el democrático triunfo electoral de Hamas, un ministro israelí, apoyando el secuestro de parlamentarios y miembros del Gobierno por el Ejército israelí, declaró: “Si desaparece el gobierno de Hamas, los palestinos tendrán que elegir a otro”. Además de desdén por la democracia, el ministro en cuestión mostraba poca perspicacia: ¿sería más favorable a Israel —es decir, más sumiso y pasivo— un Gobierno elegido bajo la presión armada de la ocupación israelí? Es más probable todo lo contrario. El precio que los palestinos están pagando en sangre, víctimas y resentimiento por las operaciones militares de estos días será el que produzca los nuevos y más peligrosos terroristas suicidas del futuro.
De nuevo conviene leer a Haaretz: “Hay que afirmar y reafirmar que Israel no tiene más opción, a largo plazo, que retirarse de los territorios [ocupados] y poner fin a la ocupación. Esto debería ser el propósito de cualquier táctica a utilizar en la actual crisis”. Nada indica que el Gobierno israelí avance por ese camino.
Frente a esa opinión se oyen en Israel otras voces que expresan aspiraciones muy distintas. De entre ellas no faltan las que sueñan con expulsar de su tierra a los palestinos, que habrían de emigrar definitivamente y sin retorno. Quedaría así una Palestina ideal, sin palestinos (y sin nombre, pues para ellos se trata de las bíblicas Judea, Samaria y Galilea), lo que recuerda a aquel falaz engaño del sionismo primitivo —“Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”— del que nació el grave problema que hoy afronta toda la humanidad. La ostensible deriva israelí hacia la aniquilación y desarticulación de la sociedad palestina tiene el marchamo de las más abominables limpiezas étnicas que ha contemplado la historia de la humanidad.
No es, pues, una aberración hablar de terrorismo israelí, cuando de terrorismos se trata. Difícil tesitura sería la de Bush, en su personal guerra universal contra el terror, si ante la contundencia de los hechos se viera forzado a reconocer que su principal aliado en la zona más crítica del mundo, en relación con el terrorismo, es considerado también terrorista por bastantes de sus propios ciudadanos. Aunque en la política de Washington sea larga tradición la de admitir la existencia de terroristas buenos —cuando sirven a sus designios— es difícil que el resto de la humanidad vaya a seguir aceptando a ojos cerrados tanta ficción, cuando ésta le trae guerra, muerte y desolación.
Alberto Piris, General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)
1 comentario
Jose Gil -
Un saludo