Retazos de Sergei 092: No retener
- Maestro, - le dijo un día algo preocupado Sergei, mientras caminaban por la ribera del río -. Perdona mi atrevimiento pero...
- No te preocupes, liebre mongólica, en el mejor sentido, claro. ¡Suelta lo que sea, porque, al fin y al cabo, no podrás contener la sergiada.
- No, si ya sabía yo que, al final, queriendo hacer el bien y consolarte, me la gano siempre, - dijo como para sus adentros el aprendiz de discípulo.
- ¿Consolarme, Sergei? – le preguntó sereno el Maestro.
- Verás, yo sé que tus mejores discípulos viven en el monasterio. Los vas formando desde jóvenes, sigues su evolución, padeces y disfrutas con sus progresos y conduces a cada uno de acuerdo con la naturaleza de su karma.
- Es cierto. Esa es la misión que me ha encomendado el Abad de este gran centro. Y le estoy muy agradecido porque, a mis años, me ha permitido habitar en este rincón de la huerta, junto al río. ¡Y hasta me ha proporcionado un asistente!, - respondió con una sonrisa pero temiendo que el rapaz siguiera por ese camino -.
- Pero, al final, ¡todos se van marchando! Hasta los más queridos por ti. Y algunos, y a pesar de que tú todavía no los has visto maduros, pero por el afán de cambiar.
- Escucha esto que, al parecer, le sucedió al Nasrudín Hojda, del que muchos se ríen por sus aparentes disparates, cuando se trata de un auténtico maestro sufí. No es buena señal para un maestro espiritual el que sus discípulos permanezcan siempre sentados a sus pies.
- Escucho, oh Luz que Ilumina, ¡pero ya te has vuelto a escapar por la tangente! -, exclamó Sergei -.
- ¡Para eso están, Sergei, para eso están! Si siempre fueran secantes no podríamos crecer cada uno según nuestro anhelo. Pero escucha, gran melón, escucha:
Cuando Nasrudín llegó a China, reunió un buen número de discípulos a los que preparó para alcanzar la iluminación por el sabio camino de los místicos la tradición lo recuerda bajo el nombre de Afanti. Tan pronto como la alcanzaron, los discípulos se dispersaron. Y el Mulá bendijo a Alá porque había escuchado sus ruegos.
- No te preocupes, liebre mongólica, en el mejor sentido, claro. ¡Suelta lo que sea, porque, al fin y al cabo, no podrás contener la sergiada.
- No, si ya sabía yo que, al final, queriendo hacer el bien y consolarte, me la gano siempre, - dijo como para sus adentros el aprendiz de discípulo.
- ¿Consolarme, Sergei? – le preguntó sereno el Maestro.
- Verás, yo sé que tus mejores discípulos viven en el monasterio. Los vas formando desde jóvenes, sigues su evolución, padeces y disfrutas con sus progresos y conduces a cada uno de acuerdo con la naturaleza de su karma.
- Es cierto. Esa es la misión que me ha encomendado el Abad de este gran centro. Y le estoy muy agradecido porque, a mis años, me ha permitido habitar en este rincón de la huerta, junto al río. ¡Y hasta me ha proporcionado un asistente!, - respondió con una sonrisa pero temiendo que el rapaz siguiera por ese camino -.
- Pero, al final, ¡todos se van marchando! Hasta los más queridos por ti. Y algunos, y a pesar de que tú todavía no los has visto maduros, pero por el afán de cambiar.
- Escucha esto que, al parecer, le sucedió al Nasrudín Hojda, del que muchos se ríen por sus aparentes disparates, cuando se trata de un auténtico maestro sufí. No es buena señal para un maestro espiritual el que sus discípulos permanezcan siempre sentados a sus pies.
- Escucho, oh Luz que Ilumina, ¡pero ya te has vuelto a escapar por la tangente! -, exclamó Sergei -.
- ¡Para eso están, Sergei, para eso están! Si siempre fueran secantes no podríamos crecer cada uno según nuestro anhelo. Pero escucha, gran melón, escucha:
Cuando Nasrudín llegó a China, reunió un buen número de discípulos a los que preparó para alcanzar la iluminación por el sabio camino de los místicos la tradición lo recuerda bajo el nombre de Afanti. Tan pronto como la alcanzaron, los discípulos se dispersaron. Y el Mulá bendijo a Alá porque había escuchado sus ruegos.
José Carlos Gª Fajardo
11 comentarios
Mariola -
Javier Mínguez -
Jam -
Sergei -
Por cierto, he de protestar por lo de \'gran melón\'. Pobre Sergei. Sólo quiere aprender lo que ya sabe.
Miriam -
Anónimo -
Paloma -
ÁNGEL M.M. -
No creo que haya un momento para abandonar al maestro, él siempre puede enseñarnos algo.
Escila -
Es como el padre que admiraba tanto al suyo que siempre contaba sus hazañas a sus hijos olvidándose que éstos también anhelaban tener un padre del que enorgullecerse.
Anahi -
Sólo saliendo a volver encontraremos el camino que queremos seguir.
Santiago C. -
Voy a llevar este cuento de Sergei a la vida diaria, a la que vivimos todos los dias.
Todos tenemos personas a las que nos juntamos, de las cuales dependemos en muchos momentos o en las que nos apoyamos en muchas ocasiones para aprender.
Un ejemplo pueden ser nuestros padres. Pueden hacer la función de maestros ante la vida, y mostrarnos los caminos que tenemos. Luego cada uno, marcado por sus vivencias y su forma de ser, se irá encaminando por uno y otro camino.
La función de un maestro es fundamental.