Blogia
J. C. García Fajardo

Retazos 095: Redondos y partidos por la mitad

- Maestro, parece que hay un mendigo peregrino en la puerta que desea saludarte.
- ¿Sólo parece, Sergei?,- respondió el Maestro sin alzar la vista del canasto que estaba trenzando.
- Bueno, a mí, por el porte, no me parece que haya pasado mucha hambre en su vida. Además...
- ¿Además?
- ¡Están sus manos y sus pies! Alma Noble, no se tienen esas manos cuando se han pateado los caminos, ni esos pies cuando no se conoce más agua que la de los charcos y los arroyos.
- Buena observación, liebre temblorosa. ¿Qué te hace temer?
- ¿A mí, Maestro? ¡Sergei no teme nada ni a nadie!
- Salvo cuanto te acomete el pánico, que habría que ir a buscarte a Mongolia, sino fuera porque siempre vuelves. Como las moscas.
- Bueno, no sé por qué pero me parece que estás muy satisfecho estos días, y silbando. ¿No lo estarás esperando, Sensei?
- Yo espero siempre, Sergei querido, pero estáte tranquilo porque nadie te quitará tu puesto. Ya me he acostumbrado a tus sergiadas y, a la vejez, no es bueno hacer mudanza.
- ¿Lo hago pasar, Maestro? No parece tener prisa, ni siquiera por verte.
- Eres un caso, Sergei, pero escucha esta historia que escuché de niño, durante mi noviciado. Llegó un importante funcionario para acogerse a la hospitalidad del monasterio y pasar unos días de descanso. Fue admitido y encomendado a un monje de carácter apacible que trataba a los huéspedes y a los peregrinos como al mismo Buda. El ilustre funcionario, que vivía en un perpetuo stress, había venido en busca de la paz y del silencio. Pero no paró de hablar con el monje a quien retenía aún durante los tiempos de la oración comunitaria. Al tercer día, sirviéndose la enésima copa de vino, regaló un poema al monje budista Chan, que lo escuchó impertérrito: “En el monasterio, perdido entre las montañas, encontré a un bonzo sonriente. Lejos del mundanal ruido encontré un momento de descanso” De repente, el monje soltó una carcajada que iba en aumento como si se le partiese el final de la espalda. “¿Por qué te ríes?, - preguntó el alto funcionario”. “Porque tu momento de descanso me ha supuesto a mí tres días de cansancio, noble funcionario”.
- “¡Jobár! – exclamó Sergei, sobre todo por lo del ‘final de la espalda’, pues él conocía la expresión de otra manera.
- Anda, Sergei, ‘culo redondo y partido por la mitad’, haz entrar a ese mendigo peregrino.
- ¡Maestro! ¡Qué expresiones estoy aprendiendo!
- ¿Tú, aprendiendo? Eso es lo que son todos los hombres, desde el más alto funcionario de palacio al más humilde vagabundo.
- Y los maestros y los abades, los aspirantes y los discípulos... los asistentes...
- Sí, Sergei, estás en el Camino.
 
José Carlos Gª Fajardo

0 comentarios