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J. C. García Fajardo

Retazos de Sergei 031: Sandalias

Suelo contar que el último en entrar en el dojo, o lugar de la meditación Zen, es el Maestro. Con algo de humor explico que es para comprobar cómo dejan los discípulos sus sandalias a la entrada.
La gente, a veces, no lo entiende pero, para ayudarles, voy a contarles este cuento.
Una vez, dos hombres se encontraron a la puerta de la casa de un Maestro Zen. Uno le preguntó al otro:
- ¿Has venido, como yo, a escuchar sus enseñanzas?
- No, para mí es suficiente con ver cómo se ata sus sandalias.
- ¿Cómo?
- O se las desata, me da igual.
Quedarse mirando el dedo del hombre que señala la luna, no es muy adecuado. Mucho menos es quedarnos mirando al hombre. Pero, para reconocer a un auténtico Maestro, no hace falta escuchar sus enseñanzas. Es a través de sus actos. En lo más sencillo y cotidiano imprime un sello especial que se rubrica con la paz y la alegría que inspira en su entorno.
No se trata tan sólo de autoridad, que la tiene, sino de integración y de armonía. Porque está en camino de superar las contradicciones intuyendo la perfecta unidad de todo lo que existe.
Al Maestro le basta con ver, de una ojeada, cómo ha dejado cada uno sus sandalias en el suelo. Así podrá ayudarles mejor. Algunos tienen prisa por entrar a sentarse. ¡Cómo si en el dojo se hiciera algo más importante y profundo que descalzarse!

José Carlos Gª Fajardo

6 comentarios

sinclair -

Por la ciudad del saboir faire paseaba descalza la vergüenza, vestida solo con arapos de moral, contoneando sus caderas por la calle del desamparo.
Tras la verja de metal que delimita los límites de la ciudad sin límites, se asomaron los impulsos arrastrando sus cadenas de metal, de moral, de falsedad.
Mientras, los ejemplos a seguir festejaban nochevieja una tarde de agosto, cerrados en un café, soplando matasuegras y bebiendo zumo de conciencia con sabor a sangre.
Pero la pálida tristeza se sonrojó con los Lirios de Van Gogh, cuando el silencio de los museos se parecía tanto al bullicio de la televisión.

Anahi -

La manera de actuar nos determina, en cada situación, en cada momento, en cada problema. Tomar esta decisión o aquella, eso muestra a los demás como somos. Las palabras se las lleva el viento.

rocoli -

Independientemente de las moralejas de uno u otro cuento (o quizá, junto a ellas) a mí lo que me fascina cada vez más es la omnipresente figura del maestro, su manera de ser y, por ende, de actuar. Me hizo recordar la manera en la que Sánchez Ferlosio habla de los científicos en Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado: "La modestia es un rasgo propio de la ciencia, no ya porque el científico se lo proponga, deontológicamente, como una virtud, sino porque, siendo lo más característico de su actividad el mantenerse volcado totalmente hacia el interés por el objeto, tiende a sumirse de manera espontánea, en mayor o menor olvido de sí mismo". Ojalá todos tuviéramos semejante capacidad de dejar que las cosas se muestren, en lugar de taparlas con nuestros dedos al señalarlas.

Escila -

Es mucho más difícil discernir una verdad escuchando palabras que observando al otro. La palabra, hasta la más sincera, engaña. La verdad se pierde al describirla.

Rôvënty -

Se levantó y salió fuera de la casa. Empezó a andar, los pies se le hundían en la arena, empezó a correr, se cayó y se arrastraba por cada grano de arena, subiendo hacia el cielo. De pronto dejó de subir. Había llegado arriba de una duna. Amanecía

Jarkoe -

Sí, no tiene sentido asfixiarte si lo que quieres es respirar. Por eso, pensar, hablar, y no vivir sintiendo y haciendo sentir lo que quieres, lo que buscas y/o encuentras, no compartir todo lo que puedes y quieres, sino tan sólo una parte. El maestro enseña, pero no sólo durante un rato, sino siempre que es como la esencia que pretende. Por ello podemos encontrar muchos maestros a mientras vivimos, tantos como podamos sentir cerca, sin que tengan obligatoriamente que estar delante nuestra explicándonos qué es una sandalia (al contrario, viéndole descalzarse, como este retazo cuenta).