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J. C. García Fajardo

"Te voy a follar, Francia, hasta que te enamores de mi"

Es el estribillo de la canción de moda entre los jóvenes de los suburbios franceses. Está lleno de dolor y de desesperación, de ternura y de soledad sin horizontes. Pablo Ordaz ha hecho una buena entrevista a un joven francés, Doppy, de origen senegalés y guineano. Vale la pena leerla:

"Tiene 23 años y nació en un suburbio de París de padre senegalés y madre guineana. Ya ha sido detenido por romperle la frente a un policía con un martillo y nunca ha subido a la torre Eiffel. Se llama Doppy Gomis, tiene cinco hermanos, mide 1,80 metros y no tiene estudios ni trabajo estable. No le gustan las videoconsolas ni Internet, sólo el hachís y la música con mensaje. Sonríe como un chiquillo cuando cuenta sus frecuentes rifirrafes con la ley y se pone muy serio para tararear una canción de rap que está componiendo junto a sus amigos del barrio de Blanc-Mesnil, en el departamento de Saint-Denis: "Tengo la nacionalidad francesa, pero Francia me trata como a un extranjero y al otro lado de la frontera, en África, sólo soy un turista. Ay, hermano, yo no sé de dónde soy".

Mientras Doppy Gomis habla, un helicóptero de la policía sobrevuela su barrio. Es la una de la madrugada del sábado. Huele a quemado y se escuchan cada vez más próximas las sirenas de la policía. Dos autobuses y cinco furgonetas de antidisturbios aguardan en una plaza cercana la orden de intervenir. Hace dos años, al socaire de una protesta sindical, algunos muchachos de los suburbios bajaron a París y rompieron escaparates de bancos y joyerías. Doppy era uno de ellos. No lo cuenta para alardear, sino para demostrar que quienes queman coches estos días no son los de su generación. "Créeme", dice, "yo los conozco. Son mis vecinos, mis hermanos. Son chicos de 14, 15 o 16 años. Ellos se indignaron por la muerte de Bouna y Zied [los dos muchachos de 15 y 17 años que murieron electrocutados el 27 de octubre cuando huían de la policía en el barrio de Clichy sous Bois]. Y su rabia rebosó por las declaraciones de Nicolas Sarkozy en las que nos llamó escoria. Se pusieron frente a la televisión y vieron los coches ardiendo. Se cruzaron mensajes de móvil con sus amigos de otros barrios. Se retaban: la televisión habla de mí y no de ti. Y se echaron a la calle. No es difícil quemar un coche. Te juro que esa es toda la historia. No hay una organización detrás. Todo lo ha montado la televisión. Tenemos que darle las gracias", añade sonriendo, "nos ha hecho un buen trabajo".

Doppy dice que va de duro porque no tiene más remedio. Las peleas entre las pandillas del barrio son frecuentes y su corpulencia, sus andares y su gorra del revés le sirven para intimidar al contrario. Siempre ha vivido en la misma casa, un apartamento alquilado por 500 euros al mes donde se estorban sin solución los siete miembros de su familia. Su padre, que llegó de Senegal en los años sesenta, es un pintor de brocha gorda jubilado al que sólo ahora, después de 40 años, le acaban de conseguir la nacionalidad francesa. Su madre, que salió de Guinea Bissau en 1980, limpia por las noches un banco y aún no puede votar. "Siempre han sido duros conmigo", sonríe, "hasta me pegaban si no ayudaba a los gastos de la casa. Es lógico: el sueldo de ellos dos no da para todos. Cuando terminé los estudios primarios me obligaron a aprender contabilidad, pero nunca conseguí un trabajo con un sueldo digno. ¿La razón? Soy negro. Compañeros blancos con peores notas ya tienen empleos buenos".

Dice Doppy que la situación en su barrio se ha ido degradando a pasos de gigante. "Ya no se cree en nada. No se cree en el esfuerzo porque los chavales de 15 años ven que los que tienen 25 y fueron buenos estudiantes siguen en el paro, viviendo en casa de sus padres, amargados y sin futuro. Y ven al mismo tiempo que los que optaron por la delincuencia, por el tráfico de drogas, ya tienen buena ropa y buenos coches; ya se han marchado de casa. Ahora son los chicos malos el ejemplo a imitar. Tampoco se cree en la religión. Muchos vecinos de mi edad se hicieron musulmanes muy deprisa y perdieron la cabeza. Algunos desaparecieron y luego supimos que los habían encontrado muertos en Afganistán. Por eso, ahora, tampoco la religión consigue aquí reclutar a mucha gente. Y tampoco", concluye Doppy un análisis que ha subrayado con un continuo movimiento de manos, "ya nadie cree en Francia. Nuestros padres vinieron para construir el país y, ahora que está construido, ya no nos quieren. La mala situación económica hace que por primera vez haya franceses haciendo el trabajo que antes sólo hacíamos los emigrantes. Y la calle está muy dura: los policías te miran mal. Ellos te odian a ti y tú les odias a ellos".

Se puede decir que Doppy Gomis habla tres idiomas. Con los extraños habla en francés. Con sus padres, en el mandjaque que se trajeron de África. Y con sus amigos, un argot confeccionado con palabras del francés, el mandjaque y el árabe vueltas del revés; una jerga que les sirve de código, que les divierte y les hace sentirse bien.

"Una noche", cuenta, "estaba con unos amigos en un local de mi barrio que habíamos preparado para estar a gusto: teníamos unos sillones, un televisor, un ordenador portátil para hacer música... De pronto, entraron unos policías. Uno de ellos dijo que se llevaría el ordenador y que, si teníamos los papeles, fuéramos a recogerlo a comisaría. ¡Él sabía que ese ordenador no tenía papeles, que seguramente era robado, y por eso quería quedárselo él! Se me fue la cabeza. Cogí un martillo y destrocé el ordenador; cuando terminé, me fui para el policía. Me juzgaron y ahora estoy en libertad condicional. Mi amigo, que tenía muchos antecedentes, fue condenado a un año y medio de cárcel. Ahora está a punto de salir". A la pregunta de qué tal le va a su amigo en la cárcel, responde con sorpresa: "No, no he ido a verlo. Nunca se va. Es nuestro código. Si te pillan, mala suerte, ya volverás...".

Tiene novia, se divierte componiendo canciones y fumando hachís -"desde los 13 años, todo el mundo lo fuma aquí"-; carece de ídolos y sólo alberga un sueño: "Me gustaría tener dinero para volver a mi única patria, África, para ayudarla a salir de la pobreza y que mis hermanos no tengan que venir a vivir donde no nos quieren". Mientras tanto, sigue escuchando a Abibi Montana, a Rhoff, a Tandem... Le gusta sobre todo una letra de este último grupo. A las dos de la madrugada, Doppy Gomis da por concluida la entrevista. Se levanta, se pone la gorra del revés y canta el estribillo de una de las canciones preferidas por los chavales que con él comparten edad, color y frustraciones. Lo canta como si fuera un himno: "Yo te voy a follar, Francia, hasta que te enamores de mí".

2 comentarios

eva mota -

hola

Zola -

"Tengo la nacionalidad francesa, pero Francia me trata como a un extranjero y al otro lado de la frontera, en África, sólo soy un turista. Ay, hermano, yo no sé de dónde soy".
Las sociedades que viven en un equilibrio aparente es dónde se produce una mayor crisis de identidad. La sociedad francesa presume de "Libertad, igualdad y fraternidad", mientras todos estos jóvenes prenden fuego a todo porque les faltan esos 3 valores.
Cuando las sociedades están estables, las estructuras comportamentales se afirman y refuerzan de tal manera que las formas de conducta determinadas y establecidas culturalmente nos parecen "naturales", las solemos convertir en "hábitos", no en realidades.