Nesemu: El zoco, lugar de encuentro
Es imposible describir un zoco. Hay que atravesarlo a pie, o sobre un borrico cargado de menta y gritar ¡balek, balek! entre ese baño de humanidad. Las gentes se dan salud: salud darse. Se tienen agarrados por las manos, bendicen a Dios, se preguntan por la familia, por los ganados, por los campos, por el tiempo.
Las gentes no sólo vienen a comprar o a vender, sino a encontrarse, a compartir la vida. El día de mercado no es para descansar a solas ni con el grupo familiar, sino para sentirse miembros de la gran comunidad, de la tierra de los hombres, de las personas, de los seres vivos, así como de los parientes que ya han pasado pero que, de alguna manera, siguen presentes. Como las cosas, los animales, las plantas, las nubes y los vientos. Huele a especias y a perfumes, a frituras y a ganado. No hay relojes, el tiempo tiene otra dimensión en los mercados. No hacen falta periódicos ni radios: todos saben todo de todos, quién está enfermo, quién se casa, quién ha vendido qué o comprado algo a alguien, cómo van creciendo los cereales por su zona, la altura de las aguas en los arrozales. Hay ritmo, hay un orden mágico, percibes una vibración que te embarga. La gente no corre ni casi anda, sino que se desplaza. Es como un azogue, como un cuerpo vivo lleno de células que se saludan y se enriquecen mutuamente. Uno se siente parte de esta comunidad que vive en infinitivo. De hecho, algunas lenguas no tienen formas para el futuro ni para el pasado. Los cuerpos son hermosos, las curvas y la tensión de sus caderas, la sonrisa permanente o la mirada profunda, el color de sus pieles cubre toda la gama del negro azulado al ámbar más bello.
Un zoco es el lugar semanal para los encuentros con las ofrendas de la tierra y del trabajo de las personas. La obra de los sudores y de la alegría, del rumor y del silencio. Uno quisiera acariciar las frutas, sopesar las telas, seguir con la yema del anular la filigrana del repujado o del grabado geométrico. Aquí se puede hacer. Nadie te apresura y compras melocotones de terciopelo escarlata, doradas uvas del Rif y unos higos nazarenos. Compras menta y hierbabuena. Escoges el pan crujiente. Le das vuelta a aquel cordero colgado cabeza abajo.
Caminar con los brazos cargados de frutos de la madre tierra. Oculta la sonrisa entre unas ramas de albahaca. No vale con andar, uno se desplaza en un mar de humanidad, y ya nada pesa. Naranjas llenas de luz, higos que rezuman miel y chumbos de Berbería, flores escandalosas, cocos abiertos y estremecidos de nieve, especias aromáticas. ¡Los olores de estos países! No se puede pasar de largo sin impregnarse de ellos: menta y canela, azahar y mandarina, cueros e incienso, carnes asadas y almizcle, muguet, lirio de los valles y cominos, jengibre y pimienta, nuez moscada y esa extravagancia de la cocina marroquí que es el ras el hanout: mezcla sutil de veinticinco productos diferentes entre los que se encuentran el curry, las bayas de belladona, el clavo, la canela, la afrodisíaca cantárida, los botones de rosa... para aromatizar las comidas de fiesta. Para su desgracia, las gentes de la gran ciudad han perdido el uso del olfato y de las sensaciones y vivencias que puede proporcionar.
Hay esteras de paja, útiles de arcilla cocida, cacharros de cobre o de hierro forjados con aquilatada experiencia. Las gentes se pasean, miran, tocan, sopesan, embutidos en sus chilabas claras o en tchamires beiges, albornoces marrones, cubiertos con casquete o con esa especie de fez color granate que impuso la moda turca a través de Egipto. Chilabas, babuchas, caftanes, muselinas bordadas de filigrana dorada. Mercaderes que venden alhajas de oro y plata, bolas de kif, cueros repujados, aves y peces.
Algunos hombres caminan con un palo atravesado sobre los hombros y del que cuelgan sus brazos. Parecen cristos vagabundos. Hay que dejarse ir y abandonarse, como un bambú seco y vacío, para que la vida pueda arrancarnos inefables melodías.
Ryad del Amin José
Las gentes no sólo vienen a comprar o a vender, sino a encontrarse, a compartir la vida. El día de mercado no es para descansar a solas ni con el grupo familiar, sino para sentirse miembros de la gran comunidad, de la tierra de los hombres, de las personas, de los seres vivos, así como de los parientes que ya han pasado pero que, de alguna manera, siguen presentes. Como las cosas, los animales, las plantas, las nubes y los vientos. Huele a especias y a perfumes, a frituras y a ganado. No hay relojes, el tiempo tiene otra dimensión en los mercados. No hacen falta periódicos ni radios: todos saben todo de todos, quién está enfermo, quién se casa, quién ha vendido qué o comprado algo a alguien, cómo van creciendo los cereales por su zona, la altura de las aguas en los arrozales. Hay ritmo, hay un orden mágico, percibes una vibración que te embarga. La gente no corre ni casi anda, sino que se desplaza. Es como un azogue, como un cuerpo vivo lleno de células que se saludan y se enriquecen mutuamente. Uno se siente parte de esta comunidad que vive en infinitivo. De hecho, algunas lenguas no tienen formas para el futuro ni para el pasado. Los cuerpos son hermosos, las curvas y la tensión de sus caderas, la sonrisa permanente o la mirada profunda, el color de sus pieles cubre toda la gama del negro azulado al ámbar más bello.
Un zoco es el lugar semanal para los encuentros con las ofrendas de la tierra y del trabajo de las personas. La obra de los sudores y de la alegría, del rumor y del silencio. Uno quisiera acariciar las frutas, sopesar las telas, seguir con la yema del anular la filigrana del repujado o del grabado geométrico. Aquí se puede hacer. Nadie te apresura y compras melocotones de terciopelo escarlata, doradas uvas del Rif y unos higos nazarenos. Compras menta y hierbabuena. Escoges el pan crujiente. Le das vuelta a aquel cordero colgado cabeza abajo.
Caminar con los brazos cargados de frutos de la madre tierra. Oculta la sonrisa entre unas ramas de albahaca. No vale con andar, uno se desplaza en un mar de humanidad, y ya nada pesa. Naranjas llenas de luz, higos que rezuman miel y chumbos de Berbería, flores escandalosas, cocos abiertos y estremecidos de nieve, especias aromáticas. ¡Los olores de estos países! No se puede pasar de largo sin impregnarse de ellos: menta y canela, azahar y mandarina, cueros e incienso, carnes asadas y almizcle, muguet, lirio de los valles y cominos, jengibre y pimienta, nuez moscada y esa extravagancia de la cocina marroquí que es el ras el hanout: mezcla sutil de veinticinco productos diferentes entre los que se encuentran el curry, las bayas de belladona, el clavo, la canela, la afrodisíaca cantárida, los botones de rosa... para aromatizar las comidas de fiesta. Para su desgracia, las gentes de la gran ciudad han perdido el uso del olfato y de las sensaciones y vivencias que puede proporcionar.
Hay esteras de paja, útiles de arcilla cocida, cacharros de cobre o de hierro forjados con aquilatada experiencia. Las gentes se pasean, miran, tocan, sopesan, embutidos en sus chilabas claras o en tchamires beiges, albornoces marrones, cubiertos con casquete o con esa especie de fez color granate que impuso la moda turca a través de Egipto. Chilabas, babuchas, caftanes, muselinas bordadas de filigrana dorada. Mercaderes que venden alhajas de oro y plata, bolas de kif, cueros repujados, aves y peces.
Algunos hombres caminan con un palo atravesado sobre los hombros y del que cuelgan sus brazos. Parecen cristos vagabundos. Hay que dejarse ir y abandonarse, como un bambú seco y vacío, para que la vida pueda arrancarnos inefables melodías.
Ryad del Amin José
35 comentarios
Miguel Jordán -
Kim -
María -
En los supermercados 'Champion' no tienes por qué cruzar palabra con el dependiente. Puedes hacer la compra en tu carrito eligiendo artículos envasados sin personalidad ninguna. En el zoco puedes echar la tarde hablando, riendo, bebiendo te... Esto es lo que no conseguirá recrear jamás la semana fantástica de Marruecos en El Corte Inglés.
Javier Sanreta -
Ryad de Javi Sanreta
Noelia García -
senante -
en el zoco entendi que hubo un tiempo en que el comercio era humano, justo, que unia en vez de lo que hace ahora. En cambio nosotros tenemos la primavera de El corte Ingles. Y a eso algunos lo llaman desarrollo.
Javier Muñoz Ortega -
merche -
Uno no puede andar por un zoco de una manera indeferente: éste te empuja, te atrapa... y rezas por no salir de allí jamás.
David (asturiano) -
Pablo -
El viaje me hizo comprender muchas cosas. Conocí facetas mías que no conocía. Y fue la huida a Maruecos la que me desvelo muchos secretos sobre mi país, México. Comprendo que para conocer algo a fondo, tenemos que mirarlo desde un perspectiva objetiva. Así mire a Marruecos; así descubrí mis raíces.
Rôvënty -
La magia del zoco queda más allá de toda explicación y bastante han acercado mis compañeros. Yo me quedo con pequeñas cosas. Como el niño que me vendía pañuelos y yo le dije: "mañana vuelve y te los compro" y me respondió: "No, mañana no puedo; mañana l´ecole"
Ryad del pequeño Alberto
Grace -
Después de once días de zoco en zoco, regateando por una lámpara, una bolso o un ajedrez, entre otras muchas cosas, volver aquí, ir a cualquier tienda y no poder regatearle el precio del producto al vendedor me parece algo rarísimo y de pronto descubro que he vuelto. Y esto es más bueno que malo, ya que aunque he vuelto este viaje me ha enseñado mucho, me ha hecho madurar, me he podido encontrar a mí misma y me ha enseñado a dar sin esperar nada a cambio.
Ryad de Grace
alma -
la chica del gorro azul -
Nesemu -
Ryad de Jorge... el vacío del zoco no es sinónimo de un zoco vacío, como te has dado cuenta. En Djené me impactó ese vacío que /existe-es/ en el espacio de la plaza delimitado por las edificaciones.
Ryad de Sergei, ahí, ahí le has dado al Ryad del Imán para conducirnos a que el punto llama a la aguja del acupuntor. Como los bordes de la herida a la sangre y el discípulo al maestro. Este no crea al discípulo, sino que lo espera y se sabe transformado por él. Qué responsabilidad y qué vértigo.
Ryad del Amin José
Imán -
Ryad del Imán
Sergio -
Ryad de Sergei
Imán -
Ryad del Imán
Jorge -
Nätxo -
Lo "mejor" es que en Madrid me quedo con ganas de regatear y tener tiempo para poder hablar y reir con el vendedor...pero esta es nuestra realidad..que podemos hacer...
DaviD ÁlvareZ -
El caso es que fue una experiencia distinta y enriquecedora en todos los aspectos y, de hecho, estoy seguro de que con más tiempo y relajación se puede disfrutar inmesamente del zoco. La necesidad de hacer regalos, el tiempo libre limitado... son matices que restringen el espacio atemporal de una tarde en marruecos.
Si he de rescatar algún recuerdo del zoco, salvaría la hospitalidad y el trato con las personas; tampoco podría olvidarme la imagen de un callejón del zoco atestado telas, jarrones y lámparas pululando sobre mi cabeza...aquel crisol de colores me embelesó.
Antonio García Fuentes (escritor y Filósofo) -
Leo -
Es una concepción totalmente distinta del comercio tal como lo conocemos en occidente, en Marruecos los productos no están etiquetados ni tienes que pasarlos por un código de barras que te diga cuanto tienes que pagar, allí lo primero que te dicen cuando les preguntas por el precio es -¿cuánto me das?- y ahí empieza el baile de precios, las risas cuando te dice un precio desorbitado y las suyas cuando le ofreces una cuarta parte de lo que pide, siempre intentando ser más zorro que el propio comerciante (aunque suele serlo él la mayoría de las veces claro...).
Y al final después de bregar durante más tiempo del que preveías viene el apretón de manos final y la sensación de haber hecho una buena compra, una sensación que suele desvanecerse cuando alguien viene y te dice que ha comprado lo mismo que tú por la mitad de precio...
Fer -
La impresión del de Tánger quizá fue más grande que la que produjo el de Marrakech, ya que fue el primero. Pero como el de Marrakech, para mí, no huvo ninguno. Apenas compramos cosas, pero nos dejamos empapar y descubrir lo que en el se "cocía". Todos los mercaderes nos decían:
"Pasa aunque solo sea por alegrar la vista"- (otros pretendían cambiar a las chicas por unos cuantos camellos --jaja-- pero era divertido). Los olores procedentes de las especias y los colores vegetales inundaban los rincones de este sitio. El zoco estaba separado por gremios: una zona para los metales, otra para la madera, cerca las pieles, ...
Lo que descubrí del zoco es que no es solo un lugar para las compras ( es más, creo que es lo último) sino de interacción social: la gente se va de tienda en tienda para chalar con su vecino. A los visitantes nos invitan a pasar; una vez en su tienda te ensañan lo mejor, te invitan a una taza de té, o te hacen masages bereber ( como a Noelia -la roja- y a mí). Es fantastico. Cuando acabas, indeferentemente de tu compra, te piden intercambiar regalos. Ellos nos dieron llaveros de babuchas, nosotros caramelos y stylos (bolis para ellos).
La verdad es que la visita al zoco y el recorrido por sus callejuelas ha sido uno de los mejores momentos del viaje.
emiliano -
Al bajar al zoco, nos introducimos de lleno en el verdadero Fez. En tan sólo 10 pasos nos impresionamos con la cabeza colgada de un dromedario y de tres cabras negras con la lengua de fuera. Pasamos por el zoco de los herreros aunque nos sentiamos en un concierto de percusiones. Algunos nos impresionamos al ver a los artesanos soldar el fierro sin guantes pero, el profesor nos ayudó a entender el porque. Más adelante atravezamos una callejuela totalmente obscura a plena luz de día, simplemente impresionante....
Nesemu -
Convertirse es recuperar las señas de identidad perdida.
Ser uno mismo.
Ryad del Amin José
noelia -
El zoco es el punto de encuentro por excelencia donde la gente se reune no solo para comprar sino también para hablar de sus cosas sin importarles el tiempo. El arte del regateo les encantaba al igual que a mi, te podías tirar horas para ponerte de acuerdo, pero a ellos no les importaba, les gustaba conversar con las personas. Es una pena que en España esto se perdiera cuando entraron los grandes mercados.
La noche de Marrakech se vestía de luz con sus puestos, pasar por allí sin ver esto es no haber visto nada. Al igual que uno no se podía ir de allí sin probar ese exquisito zumo de naranja, ese dulce sabor siempre lo llevare en mi.
Si te quieres perder en una ciudad, pierdete en un zoco de Marruecos. La experiencia será tal que siempre tendras el ansia de volver y sino preguntenme a mi...
AlBa -
Para ellos, quizás eres un turista, pero si miras a los ojos y hablas por hablar, miras por el gusto y el privilegio de poder hacerlo, observas cada forma, compartes bromas; entonces eres uno más.
Andas, paseas, más bien te dejas llevar por la marea humana. Chocas como si fueras una ola, ríes, miras, te miran, te llaman a veces con palabras y a veces con la mirada. Sientes el calor, incluso el olor de humano. Olvidas que es el tiempo, que es el reloj. NO busca la utilidad, sólo sabes que aquello que has comprado lo vas a disfrutar, aunque sólo sea recordando.
Sabes que no debes mirar al suelo, ni siquiera al cielo, porque te perderás algo que seguro merece la pena observar, aunque sea un instante. Te gustaría parar en cada tienda, en cada rincón, guardar cada olor, en fin capturar cada instante.
Sientes la verdadera relación entre comercio y ser humano, te trasladas al pasado, pero vives en el presente.
UNa vez sales del zoco, sin querer hacerlo,sólo piensas en cuando volverás.
La vida parece haberse transformado, pero en mi opinión,los occidentales la hemos deteriorado. PUes nunca verás aquí como dos hermanos se besan y paran de vender a un turista, o como el padre coge al hijo en brazos para que vea lo que va a comprar, como dos hombres demuestran su alegría al verse o como se abrazan dos mujeres mientras compran la comida que apenas llega para toda sus hijos..
Ryad de la Berebere
AlBa -
Hay dos formas de vivir un zoco. La primera es como si fuera el mercadillo de barrio, en el que puede que tu amigo "Manolo, el gitano" te rebaje algo. Te encuentras con la vecina, preguntas sobre su vida; pero realmente pretendes quedar bien o cotillear con tu madre sobre lo que te dijo. Miras y compras por comprar, es barato para algo puede servir.Rápido, cuidado con el bolso, ¿qué hora es?, esto es horrible, tanta gente. Esto es lo que piensas si al entrar en el zoco no te dejas contaminar. Confieso, que en Tánger pase por un mercadillo y no por un zoco. EStaba más atenta a cuidar el bolso y a no perder al grupo, que en disfrutar de cada color, sonido, textura, olor o palabra.
Realmente, comprendí el zoco,con su vida, su cultura y sus costumbres en Marrakech. Acompañados por nuestro amigo Abdul, recorrimos el zoco cada uno en busca de nuestro pequeño tesoro. No eran más que regalos, pero cada compra tiene su historia. La historia del mercader, la mirada de aquel niño, el té al que fuiste invitado, el regateo, el dibujo que hiciste para entenderte, la sonrisa que regalaste o te regalaron, el cierre de un acuerdo entre dos manos.
Nesemu -
Ryad del Amin José
Sergio -
sairanna -
Lo que más me gustó además es que no hay dos zocos iguales. En cada zoco hay unas personas y aunque sólo sea por eso ya son distintos. Cada segundo en el zoco, en ese laberinto de calles es increíble. Cada segundo es imprescindible y podríà pasar horas, días enteros, sin prisa por salir.
Ayer tuve que ir a la calle Goya a hacer unas compras; cuando estaba allí me faltaba algo. En las tiendas no era más que un cliente más del que no quieren ningún recuerdo y con el que no estarían dispuestos a negociar un precio válido para los dos. Ayer volví a caer con los pies en el seulo después de ese paraíso en el que hemos vivido pero no por eso olvido que aún lo vivimos cada uno interiormente.
Ryad de Isabel
Neo_Pablinator -
Carlos Miguélez -
Sergio -
El zoco, los mercados, sin tiempo, sin prisas. Sólo buscar y observar, sólo mirar. A veces con prisa de europeo adolescente, otras sin mirar el reloj. Pero vaya si fascina, sí señor.