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J. C. García Fajardo

Nesemu: Despertar y Sabiduría

El budismo enseña que el camino a la Verdad es un viaje hacia el interior de uno mismo; todos poseemos la naturaleza de Buda en lo más profundo y el sentido de la vida consiste en despertar a la auténtica realidad.
Señala A. Shearer que el género humano es único en cuanto a su capacidad de infelicidad. Es como si nos hubieran herido con una flecha envenenada pero, antes de aceptar ayuda, nos debatimos razonando sobre quién la ha disparado, en qué dirección vino y de qué material está hecha. La actitud budista es arrancarse inmediatamente la flecha. Aceptamos las limitaciones y adversidades como algo consubstancial a la vida mientras nos enajenamos buscando satisfacciones en el trabajo, las relaciones sociales o en los sentidos. Es como un preso que pintase de purpurina los barrotes de su celda, pero sigue privado de libertad.
De acuerdo con el budismo, vivimos dominados por el sufrimiento y urge encontrar una solución, porque si no reconocemos este hecho y encontramos la causa, no seremos capaces de reconocer nuestro derecho a ser felices en armonía con los demás seres.
Buda jamás admitió tener ningún don especial, ni inspiración divina o ser enviado de Dios para fundar religión alguna, nos legó una doctrina basada en conocimientos científicos cuyas fuentes ignoramos. De hecho, advertía a sus oyentes de que no aceptasen sus palabras ciegamente sino que las contrastase con la ineludible experiencia personal. Conocida es su expresión /Venid y vedlo por vosotros mismos/ que los maestros Zen transformarán en /¿Cómo te voy a contar el sabor de una taza de té?/. Se trata de una revolución de la consciencia al trascender el sentido individual del yo. Este cambio radical en la percepción es la única curación del sufrimiento que padecemos y que causamos a los demás. El despertar significa plenitud, felicidad y gozo.
Su mensaje se recoge en el Dhammapada /Las enseñanzas que conducen a la paz y no a las pasiones, al despego y no al egoísmo, a la frugalidad y no a la avidez, a la satisfacción y no a la insatisfacción, a la soledad y no a la multitud, a la alegría de hacer el bien y no el mal, son las que nos permiten afirmar con certeza./ Sidharta Gautama nació hacia el 560 a. C. en una región fronteriza entre India y Nepal. Su padre era rey del clan de los sakyas, de donde le vendría el sobrenombre de Sakyamuni. Aunque personaje histórico, su infancia se ha mitificado y nos ha llegado envuelta en leyendas, como las de los demás fundadores de religiones. Vivió en una época en la que, en el espacio de un siglo, serían contemporáneos Lao- Tsé y Confucio, en China; Heráclito, Pitágoras y Sócrates, en Grecia; Zoroastro, en Persia; el profeta jaín Mahavira, en India y de los grandes profetas de Israel, separados entre sí por millares de kilómetros y surgidos en culturas diferentes.
Su padre rodeó al príncipe de todos los lujos sin permitirle salir del palacio. Se casó a los dieciséis años y tuvo un hijo al que llamó Rahula. Pero un día, Sidharta salió y vio pasar a un anciano encorvado, después a un enfermo y, finalmente, vio un cadáver envuelto en un sudario. A sus preguntas, respondió su fiel Channa "Es la vida, mi señor". Profundamente impresionado, regresaba al palacio cuando descubrió a un sadhu, santón errante, con la serena expresión de su rostro y tomó la determinación de abandonar la vida que llevaba y acompañar a los santones en su búsqueda de la Verdad que permanece.
Abandonó el palacio con Channa, cortó sus cabellos y cambió sus vestidos por los de un mendigo a quien regaló el caballo y, durante siete años, practicó la meditación en la aspereza del ascetismo.
Pero no encontró la felicidad y abandonó a los ascetas después de haber oído a un pescador que recomendaba a su hijo, refiriéndose a las cuerdas del laúd /Ni tan tenso que se rompa ni tan flojo que no suene/.
Se retiró a los jardines de Bodh Gaya, y se sentó bajo una higuera a meditar hasta que alcanzase la iluminación. Así permaneció durante cuarenta y nueve días hasta que el 8 de diciembre, cuando Venus brillaba en el firmamento, alcanzó la iluminación, o budheidad, y exclamó /Todos los seres son Budha/. Comprendió que todos están iluminados pero que no son conscientes de ello por vivir atados a los apegos.
Budha, o /el plenamente consciente/, tenía 35 años cuando tuvo lugar su nirvana y hasta su muerte, a los ochenta años, viajó por el noreste de la India enseñando el camino, dharma, estableciendo comunidades de monjes, shanga, y viviendo la compasión por todos los seres.
Antes de morir, reunió a sus monjes y les rogó que no se afligieran porque la /decadencia es inherente a todas las cosas compuestas/ y les urgió para /que fueran diligentes para alcanzar su despertar/.
Buda enseñaba el dharma a todo aquel que encontraba sin importarle su estado o condición social, hombre o mujer, rechazaba el sistema de las castas.
Cuando le preguntaban por los dioses o por la vida después de la muerte les remitía a sus propias experiencias, advirtiéndoles de que no aceptasen doctrinas porque las propusiera una autoridad o las avalase la costumbre.
/El bienaventurado Gautama enseña el dharma utilizando un sistema que escapa al razonamiento y que se basa en la práctica/.
Buda no escribió nada. Sus enseñanzas se recogieron en los aforismos del Dhammapada. Surgieron varias escuelas: el Theravada, o "Doctrina de los Ancianos" que se extendió a Ceilán, Birmania y Tailandia y el Mahayana o "Gran vehículo" que se extendió por Tíbet, China y Japón.
La enseñanza de Buda fue enunciada en el Parque de los ciervos de Sarnath, cerca de Benarés, en el discurso sobre /Las cuatro nobles verdades/: del sufrimiento, de la causa del sufrimiento, del fin del sufrimiento y de la óctuple senda.
La vida es sufrimiento porque nada permanece y nos aterra morir. Aunque Buda jamás negó la felicidad que pueden ofrecer el amor, el trabajo, la familia y la amistad, su realismo descubre que toda experiencia es insatisfactoria porque no perdura.
Para Buda la causa de nuestra penuria radica en la ignorancia o percepción equivocada de la realidad y llama a trascender este sentido de existencia aislada y descubrir la libertad y felicidad del nirvana. Una mente clarificada por la meditación ve las cosas como son en realidad.
En el /Sermón de las flores/, cuando le preguntaron por la naturaleza del nirvana, cogió una flor y permaneció en silencio. Sólo su discípulo Ananda sonrió, y Buda le entregó el manto, el cuenco y el bastón. Cuando le preguntaron por la causa de la alegría de sus discípulos, respondió /No se arrepienten de su pasado, ni se obsesionan con el futuro. Viven en el presente y por eso están radiantes de felicidad/.


José Carlos Gª Fajardo

1 comentario

Juan Ahmad -

La última frase es muy parecida ha un dicho sufí que dice: los sufíes son los hombres del instante, ven la realidad divina en el mismo momento, según está se presenta ante sus ojos