Cuentos: El Príncipe va en cueros
Creo que lo contó O.Wilde, es acerca de un príncipe al que iban a coronar al día siguiente. No conseguía dormir y contempló la ropa reservada para la ceremonia: hilo, seda, armiños, lino, brocados y el más sutil de los nipis filipinos con los que le hicieron los calzones (por lo que habían de custodiar),damascos, púrpura, piel, oro, plata, piedras preciosas, perlas... y pensó en el esfuerzo que había costado producir aquellos tejidos, desde el campo hasta la plancha, sudor, cansancio, inseguridad, hambre, enfermedad... y las minas para extraer los diamantes, y los pulmones de jóvenes buceadores reventados para conseguir las más finas perlas.. (Silencio aquí, como si hubiera sonado el gong del templo, o las maderas, sentémonos o continuemos el paseo, que Angel baje de su bici aunque sea junto a aquel precipicio y que Pat y Capullo nos cuenten el final de lo del cine y de lo de la cena con seudo celíaca, o salgamos a la terraza y que cada uno dé rienda a su imaginación sobre lo que ha costado producir todo lo que usamos cada día: desde el calzado hasta el sombrero o gorra, desde los materiales para construir la casa hasta los árboles con cuyas hojas se hizo el papel para los libros que tiene o para la higiene personal en Occidente, y esa tartera, sí, y ese té... y esa alfombra o kilin o farrapo... Hasta la vela que alumbraba el aposento del Príncipe estaba compuesta del vuelo de millares de abejas, libando en millares de flores, en campos de algodón mezclados con sudor y duelo para producir las mechas y el transporte y el trabajo de los que las fabrican, empacan, almacenan, envían, venden y envuelven.....El Príncipe sopló a la llama que daba luz, calor, energía y cuyo fin último, la perfección de su existir - porque las velas existen- que se cifra en consumirse para alumbrar a los demás... se recostó en su lecho y en su rostro afloró una fresca y sosegada sonrisa...
A la mañana siguiente, cuando los servidores acudieron para ayudarle a vestirse encontraron la puerta cerrada por dentro, llamaron como suelen los valets de chambre, con el roce de las uñas, y oyeron la voz tranquila y clara del Príncipe heredero de aquel Reino. "¡Ya estoy vestido! Avisadme cuando se inicie el cortejo..." Los edecanes se miraron con pasmo, el chambelán se quedó de un aire, los camareros abrieron sus bocas (que luego habrían de desencajar con gatos hidráulicos)... pero obedecieron.
Y ya os imagináis el resto... Toda la Corte en la catedral, con los poderes políticos, civiles, económicos y militares: los cardenales, arzobispos y obispos, así como los abades Mitrados, con Mitras recubiertas de oro, con pectorales y anillos de rubíes, de amatistas o de brillantes... los representantes de todas las Casas Reales... Doña Leticia arrobada o abobada en un traje rojo sangre de toro, bastante inapropiado, (Haced un alto y recordad la parafernalia que hemos visto en las bodas de "nuestras" Infantas, en los fastos del Vaticano tan extraños al Carpintero, o en la catedral de San Pablo para sencillamente celebrar el X aniversario de "la mejor de todas las madres del mundo" (Dí que sí, Henri, total... qué más da, algún día contaré lo que hizo aquel niño, cuya madre tenía todo el rostro quemado, cuando un compañero le espetó que su madre era la más fea del mundo)
La cabecera del cortejo se puso en marcha y cuando, con los portaestandartes y lábaros reales ya pisaba el atrio de la catedral, abrieron el palio para cobijar al Príncipe, ante el que todos, rodilla en tierra y rostro al suelo, nadie osó mirarlo, amparado y flotando en una nube de aromáticas resinas traídas de Arabia, el cortejo avanzó con una dignidad que emocionaba tanto que las lágrimas sólo permitían contemplarlo como en la foto de José Antonio de un paisaje bajo la niebla iluminada... hasta que unos chavales, encaramados a las farolas de la entrada, y conel culo al aire, comenzaron a voz en grito: ¡El Rey va en bolas! !El Rey va en bolas!"
La verdad es que por un cierto pudor, llevaba los sutiles y transparentes como el aire calzones largos de nipis de Filipinas...
No sigo porque desbarraría algo, cuando coja algo de confianza, ya veréis...un pequeño adelanto: en la nave central, algunas damas se desvanecían, otras se espatarraban, otras imitaban a la Roberts en la representación de Traviata, de Prety Wooman, otras se arrodillaban musitando "milagro, milagro, milagro, ¡qué bolas!" algunos caballeros se agarraron con fuerza a sus escuálidos bastones, algo ofendidos, otros tuvieron que colocarse los sombreros de copa para acoger sus pudendas, los monaguillos se pusieron a sonar las campanillas y allá arriba comenzó el revuelo de campanas, la guardia de honor de los fusileros escoces enarbolaron sus gaitas y aquellos kilts rentonianos no paraban... los oficiales con cascos con plumas presentaron armas, todas las armas, de forma que el cortejo casi no podía avanzar, los oficiales a la "federica" se abanicaban con los tricornios emplumados... los obispos, ay los obispos, con los ojos en blanco y las mitras habaneándose...y el Cardenal Oficiante agarrado a su báculo enhiesto y robusto inoició la antífona Nunc dimittes: "Ahora, Señor, ya puedes llevarte a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto la revelación que esperábamos...etc)
A la mañana siguiente, cuando los servidores acudieron para ayudarle a vestirse encontraron la puerta cerrada por dentro, llamaron como suelen los valets de chambre, con el roce de las uñas, y oyeron la voz tranquila y clara del Príncipe heredero de aquel Reino. "¡Ya estoy vestido! Avisadme cuando se inicie el cortejo..." Los edecanes se miraron con pasmo, el chambelán se quedó de un aire, los camareros abrieron sus bocas (que luego habrían de desencajar con gatos hidráulicos)... pero obedecieron.
Y ya os imagináis el resto... Toda la Corte en la catedral, con los poderes políticos, civiles, económicos y militares: los cardenales, arzobispos y obispos, así como los abades Mitrados, con Mitras recubiertas de oro, con pectorales y anillos de rubíes, de amatistas o de brillantes... los representantes de todas las Casas Reales... Doña Leticia arrobada o abobada en un traje rojo sangre de toro, bastante inapropiado, (Haced un alto y recordad la parafernalia que hemos visto en las bodas de "nuestras" Infantas, en los fastos del Vaticano tan extraños al Carpintero, o en la catedral de San Pablo para sencillamente celebrar el X aniversario de "la mejor de todas las madres del mundo" (Dí que sí, Henri, total... qué más da, algún día contaré lo que hizo aquel niño, cuya madre tenía todo el rostro quemado, cuando un compañero le espetó que su madre era la más fea del mundo)
La cabecera del cortejo se puso en marcha y cuando, con los portaestandartes y lábaros reales ya pisaba el atrio de la catedral, abrieron el palio para cobijar al Príncipe, ante el que todos, rodilla en tierra y rostro al suelo, nadie osó mirarlo, amparado y flotando en una nube de aromáticas resinas traídas de Arabia, el cortejo avanzó con una dignidad que emocionaba tanto que las lágrimas sólo permitían contemplarlo como en la foto de José Antonio de un paisaje bajo la niebla iluminada... hasta que unos chavales, encaramados a las farolas de la entrada, y conel culo al aire, comenzaron a voz en grito: ¡El Rey va en bolas! !El Rey va en bolas!"
La verdad es que por un cierto pudor, llevaba los sutiles y transparentes como el aire calzones largos de nipis de Filipinas...
No sigo porque desbarraría algo, cuando coja algo de confianza, ya veréis...un pequeño adelanto: en la nave central, algunas damas se desvanecían, otras se espatarraban, otras imitaban a la Roberts en la representación de Traviata, de Prety Wooman, otras se arrodillaban musitando "milagro, milagro, milagro, ¡qué bolas!" algunos caballeros se agarraron con fuerza a sus escuálidos bastones, algo ofendidos, otros tuvieron que colocarse los sombreros de copa para acoger sus pudendas, los monaguillos se pusieron a sonar las campanillas y allá arriba comenzó el revuelo de campanas, la guardia de honor de los fusileros escoces enarbolaron sus gaitas y aquellos kilts rentonianos no paraban... los oficiales con cascos con plumas presentaron armas, todas las armas, de forma que el cortejo casi no podía avanzar, los oficiales a la "federica" se abanicaban con los tricornios emplumados... los obispos, ay los obispos, con los ojos en blanco y las mitras habaneándose...y el Cardenal Oficiante agarrado a su báculo enhiesto y robusto inoició la antífona Nunc dimittes: "Ahora, Señor, ya puedes llevarte a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto la revelación que esperábamos...etc)
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