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J. C. García Fajardo

Humanizar las ciudades

Las ciudades fueron construidas como espacios de encuentro, de seguridad y de mutua ayuda, una vez superada la época del nomadismo. Aún con la trashumancia permanecían las ciudades y los pueblos en donde los hombres recuperaban fuerzas, afrontaban los inviernos, engendraban y se ocupaban de sus familias y se abrían a la roturación de los campos de cuerdo tonel ciclo de las estaciones. En muchas sociedades, aún ahora, no se concibe la propiedad de la tierra, sí su uso en armonía con el resto de las familias. Se marcaba una línea a partir de un río y los miembros de cada familia o de cada clan roturaban, sembraba y cuidaban lo que podían sus fuerzas para su uso y para el de la “grande familia”, todas las personas vinculadas por la sangre o por la hospitalidad. Era inimaginable un anciano abandonado, un niño desnutrido o alguien enfermo del que no se ocupase la comunidad. Eran como un cuerpo con sus miembros: nadie podía imaginar no sentirse responsable de los demás. El vínculo establecido era sagrado.

Por eso, en África, América o Asia, en las comunidades primitivas, regía la solidaridad como algo natural e impostergable. Pero vinieron los conquistadores de otros imperios o etnias dominantes y para mejor aprovechar lo que ellos llamaban”recursos” humanos o naturales –buenos para ser explotados-, fomentaron la concentración en duares, pueblos y ciudades. Regía el principio de productividad, de búsqueda del mayor beneficio, de éxito en los negocios. Los mercaderes impusieron sus reglas por encima de las etnias, de las familias y de las tradiciones. Era cuanto  más, mejor; no cuanto mejor, más.

Esta fue la luz que alumbró las conquistas, las “evangelizaciones” y las colonizaciones.

Desde entonces, las gentes acostumbradas a caminar para ir a buscar el agua, para cultivar los campos o para la caza, se buscaban sus alimentos y los útiles necesarios para la convivencia en paz y en solidaridad.

Desde que los europeos, movidos por el erróneo concepto del a etnocentrismo, esto es, que una civilización, confesión o cultura eran superiores a las demás, se dedicaron a dominar a los demás, prometerles seguridad y tratarlos como a súbditos o a sometidos bajo la alienación en nombre de principios religiosos, racistas y excluyentes.

En África, las ciudades después del siglo XVI se asentaban en los puertos adonde conducían los caminos  procedentes de las minas, los bosques o los campos de cultivos. No  había redes horizontales ni transversales. No hay más que mirar los mapas. Y en las ciudades se fueron  hacinando millares de personas que abandonaban sus campos, sus familias y sus tradiciones siguiendo el espejismo del llamado “progreso”.

Así comenzaron a proliferar enfermedades surgidas del hacinamiento, de la falta de vida en contacto con la naturaleza, de comida producida por el esfuerzo y el trabajo de las personas. Los seres humanos fueron contados, pesados, medidos y utilizados como medios para alcanzar el fin de los beneficios.

Enfermedades que no se conocían en las comunidades agrícolas comenzaron a proliferar, la soledad y el aislamiento sustituyeron a las relaciones de fraternidad, de solidaridad y de comunidad. De acuerdo con los ciclos de la naturaleza.

Tengo dicho muchas veces que hay varias clases de pobres: los que no tienen que comer lo suficiente, los que no tienen acceso a la educación necesaria para la libertad y para la responsabilidad, los que no saben que son pobres y los que ni siquiera saben que son hombres y mujeres, personas.

Por eso, hoy tenemos multitudes solitarias y aisladas entre las multitudes de las ciudades deshumanizadas en las que importa es tener, más que ser. En las que miles de seres humanos padecen  de esquizofrenia con personalidades desintegradas que buscan sobrevivir en un piélago de riqueza desbordante y acusadora. Hoy es como un delito ser pobre. Pero las instituciones deben de caer en la cuenta de que es posible reorganizar la convivencia y hacer habitables las zonas agrícolas, ganaderas y piscícolas. Que es preciso recuperar las señas de identidad  volviendo a las raíces.

Hoy es posible aprovecharnos de las nuevas tecnologías  y de los avances de la ciencia para construir comunidades en las que las personas se sientan ciudadanos y vivan en solidaridad e interdependencia. Es posible extender la educación básica a todas las personas desde la infancia, acceder a los cuidados sanitarios fundamentales, recuperar la maternidad y la paternidad responsables, cuidar del medio ambiente en el que vivimos, nos movemos y somos porque la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Y esto traerá la paz como fruto de la justicia.

  

1 comentario

Sdan -

Fantástico artículo. Y totalmente de acuerdo.

:-)