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J. C. García Fajardo

La revuelta de los superfluos

A pesar de su tamaño, me resisto a dejar de compartir esta reflexión del sabio Prof. Ulrich Beck. A ella me referí en clase. Nadie puede ser superfluo. Nesemu

Las lentes conceptuales para comprender la nación están cambiando. No basta con limitarse a Francia para localizar las causas de la quema de los suburbios franceses, ni sirven los conceptos en principio incuestionables de "desempleo", "pobreza" y "jóvenes inmigrantes". De hecho, se está produciendo un nuevo tipo de conflicto del siglo XXI. La pregunta clave es la siguiente: ¿qué ocurre con los que quedan excluidos del maravilloso nuevo mundo de la globalización?
La globalización económica ha llevado a una división del planeta que ha quebrado las fronteras nacionales, con lo que han aparecido centros muy industrializados de crecimiento acelerado al lado de desiertos improductivos, y éstos no están sólo "ahí fuera" en África, sino también en Nueva York, París, Roma, Madrid y Berlín. África está en todas partes. Se ha convertido en un símbolo de la exclusión. Hay un África real y muchas otras metafóricas en Asia y en Suramérica, pero también en las metrópolis europeas donde las desigualdades del planeta en su tendencia globalizada y local van dejando su impronta tan particular. Y las definiciones de "pobre" y "rico", que parecían eternas, se están transformando.
Los ricos de antes necesitaban a los pobres para convertirse en ricos. Los nuevos ricos de la globalización ya no necesitan a los pobres. Por eso los jóvenes franceses son inmigrantes africanos y árabes que soportan, además de la pobreza y del desempleo, una vida sin horizontes en los suburbios de las grandes metrópolis. Porque las nociones de "pobreza" y de "desempleo", tal como nosotros las entendemos, proceden de las tensiones de poder de la sociedad de clases propia de un Estado nacional. Es de suponer que, para grupos cada vez más extensos de la población a lo ancho del planeta, es cada vez menos válido que la pobreza es una consecuencia de la explotación y que en este sentido ésta sea útil -la pobreza de unos crea la riqueza de otros-. Esta premisa histórica se ha roto.
A la sombra de la globalización económica, cada vez más personas se encuentran en una situación de desesperación sin salida cuya característica principal es -y esto corta la respiración- que sencillamente ya no son necesarios. Ya no forman un "ejército en la reserva" (tal como los denominaba Marx) que presiona sobre el precio de la fuerza de trabajo humano. La economía también crece sin su contribución. Los gobernantes también son elegidos sin sus votos. Los jóvenes "superfluos" son ciudadanos sobre el papel, pero en realidad son no-ciudadanos y por ello una acusación viviente a todos los demás. También quedan fuera del mundo de las reivindicaciones de los trabajadores. ¿Qué son para la sociedad? "¡Un factor de gastos!". La "poca utilidad" que les queda es que se mueven por el odio y una violencia sin sentido; al final incluso provocan destrozos, y con este drama real que asusta a los ciudadanos ofrecen a los movimientos y políticos de derechas la posibilidad de destacarse.
En Alemania, pero también en muchos otros países, se cree de manera realmente obsesiva que hay que buscar las causas que llevan a los jóvenes inmigrantes alborotadores a la violencia en las tradiciones culturales de origen de estos inmigrantes y en su religión. Los estudios empíricos sobre esta cuestión, realizados por excelentes sociólogos, demuestran lo contrario: no se trata de los inmigrantes que no se han integrado, sino de los que sí lo han hecho. Mejor dicho: hay una contradicción entre la asimilación cultural y la marginación social de estos jóvenes, que alimenta su odio y su predisposición a la violencia. Pues no se trata precisamente de inmigrantes anclados en su cultura de origen, sino de jóvenes con pasaporte francés, que hablan perfectamente el francés y que han pasado por el sistema escolar francés, pero a los que, al mismo tiempo, la sociedad francesa de la igualdad los ha marginado en auténticos guetos "superfluos" en la periferia de las grandes ciudades. Los deseos y las opiniones de estos jóvenes asimilados cuyos padres eran inmigrantes, apenas se distinguen de los de los grupos de la misma edad de sus países de origen. Al contrario: están bastante cerca de ellos, y precisamente por ello se aprecia el racismo que hay en la marginación de estos grupos de jóvenes heterogéneos tan terriblemente agrios y, por lo demás, tan escandalosos.
Se puede formular con una paradoja: una escasa integración de la generación de los padres desactiva los problemas y los conflictos, y una buena integración de la generación de los hijos los agrava. Los padres de los jóvenes alborotadores, que emigraron del norte de África y que siguen vinculados a su lugar de origen, compensan su integración escasa y la discriminación abierta con el ascenso social que, a pesar de todo, han vivido. Aceptan su condición de marginados mejor que sus hijos, quienes han perdido el contacto con el lugar de origen africano, y ahora, heridos en su dignidad de franceses, están creando su propio folclore con una "Intifada francesa". Esto explica que los jóvenes actores de la revuelta de los suburbios se refieran a su situación en términos de dignidad, derechos humanos y marginación. Pero de manera sorprendente no se refieren en absoluto al trabajo, aunque no tengan.
Las élites de la economía y de la política no desisten de la idea de pleno empleo. Por consiguiente, les afecta un extraño daltonismo que les impide medir la dimensión de la desesperación que se extiende en los guetos superfluos, los cuales se ven aislados de una vida segura y ordenada mediante un trabajo remunerado. Tanto los partidos de la izquierda como los de la derecha, los nuevos y los viejos socialdemócratas, los neoliberales y los nostálgicos del Estado social no quieren admitir que en un contexto de aumento del desempleo hace tiempo que el trabajo ha pasado de ser un "gran integrador" a convertirse en un mecanismo de marginación. Evidentemente, es falso afirmar que no hay suficiente para todo el mundo, pero el trabajo que antaño creaba seguridades que se consideraban adquiridas disminuye rápidamente, incluso detrás de la fachada del pleno empleo. Por todas partes hay nuevas formas de desempleo oculto. Algunos lo llaman ’1euro job’; otros, ’formación’, y aun otros, ’hacerse autónomo’.
La verdadera miseria se manifiesta en el último eslabón de la jerarquía de la formación: los trabajos para jóvenes con un título educativo de bajo nivel o sin título alguno se convierten en trabajos automatizados o se ponen a salvo en países con sueldos más bajos. Por eso, en toda Europa la escuela primaria amenaza con convertirse en el muro del gueto, tras el que los grupos con un estatus más bajo quedan atrapados en el desempleo permanente y la ayuda social. La formación, que de manera previsible acaba siendo "superflua", se convierte en foco de "violencia molecular" (Enzensberger) que ya sólo persigue complacerse a sí misma. Pero la política y la economía, influenciadas por la ortodoxia del pleno empleo, se olvidan de la pregunta clave: ¿cómo pueden las personas llevar una vida razonable si no encuentran un empleo?
La intranquilidad que en toda Europa han causado las llamas nocturnas de París se traduce en la siguiente inquietud: ¿tenemos que contar con que a partir de ahora, además del peligro de atentados terroristas, existirá el peligro de incendios intencionados y que ello se convertirá en una constante de la vida cotidiana y del debate político? Nadie puede hoy responder a ello. Pero puede tener sentido contrastarlo con la historia relativamente exitosa de Alemania. Aunque en la monotonía del malestar alemán el multiculturalismo se haya dado mil veces por muerto, existe en Alemania una extensa clase media turco-alemana que crea puestos de trabajo. Aquí el título escolar tampoco facilita ningún trabajo. Pero los jóvenes que se ven afectados no son de color, no viven apretujados en pisos lóbregos y son heterogéneos: hijos de expatriados, turcos que se han criado en Alemania y jóvenes alemanes sin trabajo cuya rabia se concentra contra todo lo "extranjero" (también contra los hijos de expatriados y de turcos alemanes).Por eso mismo no hay que cambiar las soluciones políticas -quizá habría que introducir la "discriminación positiva", así como la contratación selectiva de profesores, policías, trabajadores sociales conocedores de la inmigración-, porque en el fondo se trata de un conflicto de reconocimiento cultural. Los conflictos de reconocimiento son juegos de sumas positivas en los que todos pueden salir ganando, distinto de los conflictos de reparto material, en el que uno sale ganando cuando el otro pierde. Pero esto supone un cambio automático de la propia imagen de la sociedad mayoritaria.
Ocurre lo contrario: que el racismo inocente de los falsos conceptos es tan evidente que nadie se da cuenta de él. Se habla de inmigrantes, pero nos olvidamos de que son franceses. Se pone en el punto de mira al islam, pero se ignora que a muchos de los incendiarios les importa un bledo la religión. Se evoca la importancia del origen y no se quiere admitir que las llamas surgen del haber nacido aquí, de la exitosa asimilación y precisamente de la Égalité que han interiorizado.
Se trata de una sublevación airada típicamente francesa contra la dignidad herida de los superfluos y a favor del derecho a ser iguales y diferentes. Lo mínimo para reconocerles sería que la superficie incendiada del odio que amenaza con declararse en todo el mundo no se minimizara rebajándola a la categoría de zombi. Pero esto ya parece que es pedir demasiado.

(Ulrich Beck es profesor de Sociología en la Universidad de Múnich.)

9 comentarios

Jose/Omar -

Felicidades por el post.

Los hechos de Francia, entre otras muchas cosas (racismo: solo hay que recordar que el nombre \"pies negros\" se aplica a franceses \"blancos\" porque simplemente han pisado suelo \"negro\"), muestran no solo que los modelos de integración fallan, sino el gran error del concepto \"integración\" en si mismo.
Ese concepto, bajo una apariencia positiva (integración > integro > entero) esconde una realidad terrible. Integración significa en la práctica la obligatoriedad de asumir (más aun que los nacionales del pais) una serie de \"valores\" no escritos en ningún sitio concreto, ni codificados en una ley, y que son simplemente los muros del castillo imaginario en el que se sienten \"sitiados\" dichos nacionales.
Integración significa que cuando algunos foráneos (principalmente negros y musulmanes) se han instalado en la esquina más sucia del interior de los muros de ese castillo se convierten en los enemigos interiores de los que se puede esperar la peor traición.

Por eso yo pienso que no se trata de buscar integración, al menos no debe ser el primer objetivo. El primero debe ser el mutuo respeto que solo puede venir del mutuo conocimiento e interacción.
Ese conocimiento puede traer el increible descubrimiento de la existencia de valores, tan respetables como los \"nuestros\" propios y muchas veces muy similares, también entre \"ellos\".

Lo más positivo del post me parece:

\"...así como la contratación selectiva de profesores, policías, trabajadores sociales conocedores de la inmigración-, porque en el fondo se trata de un conflicto de reconocimiento cultural\".

Marcos -

Lo más interesante de todo esto es que de la noche a la mañana, de forma radical, las protestas han desaparecido. ¿Cómo se explican todas las teorías de esta "revolución" después de este no poco importante hecho? Es algo tan nuevo (o no, porque estos jóvenes tienen hermanos mayores, a los que no hicieron caso ya que no se pusieron a quemar coches) que muchos no saben enfrentarse a este hecho si no es con los tópicos manidos de inmigración, falta de trabajo, etc. Tópicos que son falaces, como ya ha mostrado Beck.

El único símbolo que tienen de identificación cultural y reconocimiento es el rap. Ha llegado a ser música de masas en Francia (y si todavía no lo es en España, lo será en breve), y sin embargo nada ha cambiado. Los mc's más importantes salen en las televisiones estatales, y todo el mundo mira para otro lado.

No me resisto a recomendar otra película que encaja a la perfección con este tema, aunque tenga una década a sus espaldas: "El odio".

Escila -

Es desesperante saber que no te quieren ni como mano de obra explotada. En Francia, la gran tierra de las revueltas, los movimientos anteriores eran por mejoras laborales y por los derechos de los ciudadanos. Zola, en "Germinal" nos cuenta perfectamente cómo la clase obrera se alzó contra sus explotadores y cómo la gente pobre se levanta cuando la cuerda no da más de sí y cuando alguno entre ellos toma conciencia de la injusticia que viven. Ahora ha pasado lo mismo sólo que ni siquiera son trabajodores, porque no les dejan. Hoy en día cada vez es más común ver trabajando en sitios de comida rápida a señoras ya maduras cuando siempre habíamos asociado ese empleo a la gente joven, como algo de paso mientras estudian, o a inmigrantes, que a ninguno nos sorprende. Cuando la distinción es racial y no se tiene conciencia de pertenecer a otra cultura porque la tuya es en la que te han educado y los chicos de las revueltas de París son franceses, se acude a las raíces antepasadas, se recurre a unos lazos que te respalden, se crean los guettos y, por consiguiente, la exclusión.

Anónimo -

Es desesperante saber que no te quieren ni como mano de obra explotada. En Francia, la gran tierra de las revueltas, los movimientos anteriores eran por mejoras laborales y por los derechos de los ciudadanos. Zola, en \"Germinal\" nos cuenta perfectamente cómo la clase obrera se alzó contra sus explotadores y cómo la gente pobre se levanta cuando la cuerda no da más de sí y cuando alguno entre ellos toma conciencia de la injusticia que viven. Ahora ha pasado lo mismo sólo que ni siquiera son trabajodores, porque no les dejan. Hoy en día cada vez es más común ver trabajando en sitios de comida rápida a señoras ya maduras cuando siempre habíamos asociado ese empleo a la gente joven, como algo de paso mientras estudian, o a inmigrantes, que a ninguno nos sorprende. Cuando la distinción es racial y no se tiene conciencia de pertenecer a otra cultura porque la tuya es en la que te han educado y los chicos de las revueltas de París son franceses, se acude a las raíces antepasadas, se recurre a unos lazos que te respalden, se crean los guettos y, por consiguiente, la exclusión.

rocoli (part III) -

Quizá ocurra que vuelva en sí, y se aferre a su humanidad, a su propia cultura y a su propio psiquismo, y proteste, y grite, y queme coches, y, por qué no (ya que ocurre en lugares distintos pero la base es idéntica) pinte graffitis donde exprese su frustración y rabia, y forme familias con aquellos que sí le reconocen y le permiten sentirse amado, considerado, admirado, y quizá proteja incluso con su propia vida precisamente lo único que le queda, que es ser humano.

Quizá para ser un ciudadano no es suficiente con la educación y el saber hacer, quizá no deberíamos juzgar como “malos ciudadanos” a los que queman coches, pintan graffitis o se afilian a través de bandas, pues quizá para ser ciudadano es necesaria ante todo la posibilidad de serlo, y ésa, desafortunadamente, parece que la proporciona el ser privilegiado, y de color blanco, y de origen no humile, y todo aquello de lo que supuestamente no debería depender. Definitivamente no sé cómo ser breve, mis disculpas.

rocoli (part II) -

Muchas veces me he preguntado, tal y como intenté mostrar en este pequeño y más bien torpe relato, qué queda de un hombre erigido protagonista de esa Declaración. Quizá un ser humano en su abstracta desnudez, con una serie de derechos y libertades, con una razón para pensar, una imaginación para soñar, y una sensibilidad para amar, admirar la belleza, disfrutar. El capitalismo obligó a que se antepusiera a esos términos uno adicional: con capacidad para trabajar (por así decir, un ser humano en abstracto es, para la Declaración, un ciudadano; para el capitalismo, es un proletario, una fuerza de trabajo). Ahora bien, ¿Qué ocurre cuando esa extraña criatura, plenamente consciente de lo que es, se encuentra en unas condiciones históricas y sociales donde no se respetan sus derechos y libertades (pues no es tratado independientemente de su tez oscura, de su origen marroquí o ecuatoriano o turco o colombiano, de su familia humilde, y de todas esas otras condiciones que no deberían ser tenidas en cuenta), donde puede pensar con la razón y ser consciente de dicha contradicción, donde puede imaginar sueños pero siempre son inalcanzables, donde no puede amarse a sí mismo pues la sociedad y la historia le niegan el reconocimiento de los demás, donde no puede admirar la belleza, donde no puede disfrutar, y donde ya ni tan siquiera (y aquí, intuyo, el terrible mensaje del profesor Beck) puede ser considerado en tanto que trabajador?¿Qué ocurre si tras visitar ese misterioso lugar donde se le hace tomar conciencia de quién es y a qué tiene derecho, se le devuelve a un mundo donde le es imposible ser aquello que le proclamaron, ser ciudadano?

rocoli (part I) -

Me encontré en un extraño y enigmático lugar, oscuro, silencioso, inquietante. Oí un murmullo lejano, fluido, que poco a poco fue tomando forma, y empecé a distinguir palabras como susurros, frases sueltas, cierto aire de discurso y, finalmente, un nombre. Se presentó a mí como la voz de la declaración universal de los derechos humanos. “¿Dónde estoy?”, le pregunté. “En el lugar de la razón”, respondió. “¿Y qué lugar es ése? Nunca antes estuve aquí”. “Estuviste, claro que sí, cada vez que resolviste un problema de matemáticas, pues es aquel lugar en el que dices algo independientemente de tus instancias culturales y psicológicas, ¿Acaso el teorema de Pitágoras es distinto para un chino que para un italiano, para un neurótico que para un introvertido? No, aquí se dicen cosas sin cultura ni psiquismo, sólo con la razón”. “¿Y entonces aquí quién soy?”. “Eres alguien independientemente de tu raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Me miré al espejo, y vi a una criatura de color blanco pálido, mujer, y pronuncié algunas palabras en español, y pensé que sí tenía opiniones de muchas y muy variopintas índoles, y un origen, pues nací en el país del tango, aunque lo conocí poco porque la dictadura obligó a mis padres a huir, y sí que pertenecía a un determinado estrato social, ese en el que. “¿Pero qué significa ser alguien independientemente de toda condición?”. “Significa que eres un ciudadano”. Volví a observar mi reflejo, sin embargo seguí viendo a un ser humano.

Belén -

Si has nacido en Francia, hablas francés, has ido a escuelas francesas, has estudiado las mismas lecciones en el colegio, has comido la misma comida en las mismas mesas que los demás y en tu carnet de identidad dice que eres francés ¿porqué tienes que intentar integrarte?
Esos jóvenes que ahora queman coches se sienten franceses básicamente porque lo son.
Todos queremos sentirnos útiles en la sociedad en la que vivimos, queremos aportar algo, por poco que sea. Creo que el trabajo no es más que un método para hacer de ese sentimiento una realidad.
Si no se permite a una persona ser útil y se la da la espalda ¿qué le queda?¿qué pretendemos que haga?
Si cuando hablas nadie te mira y si gritando la gente se tapa los oídos, te han excluido de la sociedad.
Lo tremendo del asunto es que se intente mezclar con este problema el tema del islamismo y el terrorismo. Si nuestra forma de solucionar los problemas es tirar balones fuera, las cosas van bastante mal.
Libertad, igualdad y fraternidad, ¿no?, pues que se note (en todos los países)

Media Verónika -

Efectivamente parece que más que problemas de tipo económico o de empleo,el origen de los conflictos está en el reconocimiento de origen,necesario para un equilibrio,pues las personas necesitamos saber quienes somos para convivir en armonía con los demás,como dice en el oráculo de Delfos,Nosce te ipsum,y después siéntete bien con lo que eres para poder aceptar a los demás.Quien más se conoce y se quiere,más tolerante es,porque al respetarse primero a sí mismo,es más fácil respetar a los demás.Y el ser reconocido en un colectivo es algo imprescindible para el ser humano,ya que se trata de un ser nacido para vivir en colectividad,y si no se siente aceptado en ningún grupo,aparece la marginación y el malestar general,y surgen los conflictos.
"Menos mal que llevo adentro
lo que la tierra me dio.
Patria,raza o qué se yo
pero que me iba salvando
y así,seguí caminando
por los caminos de Dios"
Atahualpa Yupanqui