Nesemu: Saber soltar
Saber soltar
Una de las asignaturas pendientes en el mundo del voluntariado social es aprender a dejarnos querer. Parece más difícil que saber querer, sin posesión ni pertenencia. Ni impedir que el otro crezca ni obstaculizar su vuelo. Ser como alas de un mismo vuelo, o, con la conocida expresión, aprender a mirar juntos en la misma dirección.
Este cuento está en numerosas tradiciones.
Una corneja había encontrado un sabroso trozo de carne y emprendió el vuelo. Al instante, una bandada de colegas la seguían para disputarle su presa. Por más que la corneja apretaba su vuelo, la bandada de congéneres arreciaba en el suyo formando un estrépito descomunal.
La corneja, sabia por desprendida, soltó su trozo de carne y vio cómo todas las demás se lanzaban en su captura peleándose entre ellas hasta que todas cayeron a un precipicio sin fin, en donde encontraron la muerte.
La corneja sabia, continuó su vuelo, libre y feliz, saboreando la libertad que le había proporcionando su desapego.
Mucha gente se hace un lío con la pretendida doctrina budista de renunciar a los deseos. Nunca el Buda dijo semejante tontería, pues sabía que sin deseos no hay posibilidad de vida. Otra cosa es aferrarse a ellos y convertirse en su instrumento.
No dijo otra cosa Jesús de Nazareth que saboreó la amistad, la comida y la bebida, el descanso y la vida entre las gentes. Hemos hecho de esos Maestros personajes acartonados por descarnados. Para poder ser mejor dominados y controlados por los guardianes de todos los templos, en los que obviamente no mora encerrada la divinidad que predican.
La sabiduría está en no agarrar ni en dejarse agarrar, en el desprendimiento. Que no es el desapego que pregonaron ciertos ascetas, la total indiferencia. Cuando comemos, comemos; cuando bebemos, bebemos; cuando reímos, reímos. Y así sucesivamente.
(También es posible que la corneja fuera en lo sucesivo más prudente)
Jose Carlos García Fajardo.
Una de las asignaturas pendientes en el mundo del voluntariado social es aprender a dejarnos querer. Parece más difícil que saber querer, sin posesión ni pertenencia. Ni impedir que el otro crezca ni obstaculizar su vuelo. Ser como alas de un mismo vuelo, o, con la conocida expresión, aprender a mirar juntos en la misma dirección.
Este cuento está en numerosas tradiciones.
Una corneja había encontrado un sabroso trozo de carne y emprendió el vuelo. Al instante, una bandada de colegas la seguían para disputarle su presa. Por más que la corneja apretaba su vuelo, la bandada de congéneres arreciaba en el suyo formando un estrépito descomunal.
La corneja, sabia por desprendida, soltó su trozo de carne y vio cómo todas las demás se lanzaban en su captura peleándose entre ellas hasta que todas cayeron a un precipicio sin fin, en donde encontraron la muerte.
La corneja sabia, continuó su vuelo, libre y feliz, saboreando la libertad que le había proporcionando su desapego.
Mucha gente se hace un lío con la pretendida doctrina budista de renunciar a los deseos. Nunca el Buda dijo semejante tontería, pues sabía que sin deseos no hay posibilidad de vida. Otra cosa es aferrarse a ellos y convertirse en su instrumento.
No dijo otra cosa Jesús de Nazareth que saboreó la amistad, la comida y la bebida, el descanso y la vida entre las gentes. Hemos hecho de esos Maestros personajes acartonados por descarnados. Para poder ser mejor dominados y controlados por los guardianes de todos los templos, en los que obviamente no mora encerrada la divinidad que predican.
La sabiduría está en no agarrar ni en dejarse agarrar, en el desprendimiento. Que no es el desapego que pregonaron ciertos ascetas, la total indiferencia. Cuando comemos, comemos; cuando bebemos, bebemos; cuando reímos, reímos. Y así sucesivamente.
(También es posible que la corneja fuera en lo sucesivo más prudente)
Jose Carlos García Fajardo.
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