Nesemu: Los pueblos sudamericanos nos conciernen
El destino sudamericano es también el nuestro, escribe el ex presidente argentino, Carlos "Chacho" Alvarez, en Clarin.
Es necesaria la complementación de los gobiernos de centroizquierda de América latina, para que la región sea capaz de resolver los conflictos en forma autónoma y para avanzar en la tarea pendiente de la integración.
//Un nuevo fenómeno político-social viene recorriendo América latina: insurrecciones populares o rebeliones que terminan produciendo un efecto parecido al de un golpe civil; poblaciones que se levantan y movilizan con mayor o menor grado de organización para impugnar injusticias estructurales o evidenciar la deslegitimación de los sistemas tradicionales de partidos y el debilitamiento de confianza, autoridad y poder de la figura presidencial. Ya no son los golpes militares, generalmente estimulados por la derecha autoritaria, los que amenazan la estabilidad sino parte de las propias sociedades aun los sectores medios y altos, como lo mostró el ejemplo de Ecuador, convocadas por las promesas incumplidas, la profundización de la crisis social o el agotamiento de ciclos dominados por intereses divorciados de las expectativas y la suerte de las mayorías.
La insatisfacción no cuestiona el orden democrático, no reclama soluciones mesiánicas o militares sino que pone en vilo a los países por la combinación explosiva de fragilidad y degradación institucional, ausencia de crecimiento sostenido de la economía y, sobre todo, avance del desempleo, la pobreza y la desigualdad.
Estas fueron las notas dominantes que marcaron la salida abrupta del poder de más de diez presidentes latinoamericanos, desde los inicios de la década del noventa.
Frente a este cuadro, y más allá de los alineamientos coyunturales en torno a temas específicos, se pueden describir tres posiciones o proyectos. Uno es el expresado por la continuidad de las visiones liberales ortodoxas, subordinado a los Estados Unidos, que tuvo su expresión más radical en la dolarización ecuatoriana y que se presenta en la mayoría de los países del Caribe, de América Central, en Colombia y en el gobierno del PAN en México.
Otro proyecto es el del nacionalismo revolucionario, más confrontativo con los Estados Unidos y más cercano a lo que fue el primer peronismo o la experiencia del MNR en Bolivia. Un proceso que se funda en la fortaleza de un liderazgo que genera una fuerte divisoria de aguas en la sociedad. El líder construye una importante identificación política, cultural y social con los sectores que habían sido ignorados por el sistema de partidos. Esta opción puede irradiarse y tener una importante influencia en la región andina, donde resurgen sectores indígenas, campesinos y poblaciones originarias con vocación de convertirse en sujetos políticos y sociales, y también incidir en los destinos y manejo de los recursos económicos de sus países.
Por último, debemos mencionar las alternativas de centroizquierda que dominan el sur de la región y que presentan posibilidades ciertas en México, a través de la candidatura de Andrés López Obrador, del Partido Revolucionario Democrático. Estas experiencias buscan profundizar la democracia, consolidar un camino de crecimiento sustentable en el tiempo y mejorar gradualmente la distribución del ingreso y la situación de los sectores menos favorecidos. A la vez, manifiestan la necesidad de tener buenas relaciones con Estados Unidos en el marco de la defensa de los propios intereses.
Respetando la especifidad nacional y el contexto democrático de cada uno de estos modelos, es evidente la necesidad de la complementación de los gobiernos de centroizquierda con las diferentes realidades y proyectos. Por un lado, para que la región sea capaz de resolver los conflictos en forma autónoma, evitando que se recree en América latina una visión renovada de las viejas doctrinas intervencionistas. Y, por otro lado, para avanzar en la tarea pendiente de la integración tanto en el plano político como en la relación con los organismos multilaterales de crédito, el desarrollo de la infraestructura y la cuestión energética, que es un factor clave para la integración y para la promoción de un modelo de desarrollo productivo que permita acceder a mejores niveles de vida.
En ese aspecto, la resolución positiva de los graves conflictos que atraviesa la hermana República de Bolivia se convierte en un caso testigo. Primero, porque la salida debe recrear el orden democrático, evitando sobre todo el retorno de los militares como actores políticos, sea como árbitros en el desempate de la situación o colocándose como última razón de la unidad nacional frente a las tendencias desintegradoras. Y luego, porque se pone en juego la capacidad de la región, en este caso, la de Argentina, Brasil y Venezuela, para colaborar en la resolución de la crisis, combinando el principio de solidaridad activa con la tradición de respeto a las soberanías nacionales.
Será decisivo profundizar los caminos a través de los cuales los países más desarrollados de la región cooperan en el despegue económico de aquellos más rezagados. La conformación de fondos regionales y las distintas alternativas internacionales de cooperación y de financiamiento compartido podrían ser algunos de los instrumentos para avanzar en esa dirección, tal cual lo hizo la comunidad europea en su combate contra las desigualdades y asimetrías entre sus países miembros.
Finalmente, la situación de Bolivia nos remite con dramatismo a nuestra pertenencia a una región de cuyo destino no podemos escapar. De aquí que, más allá de las dificultades, la visión de la integración debe ser recreada en su verdadero sentido estratégico. //
Es necesaria la complementación de los gobiernos de centroizquierda de América latina, para que la región sea capaz de resolver los conflictos en forma autónoma y para avanzar en la tarea pendiente de la integración.
//Un nuevo fenómeno político-social viene recorriendo América latina: insurrecciones populares o rebeliones que terminan produciendo un efecto parecido al de un golpe civil; poblaciones que se levantan y movilizan con mayor o menor grado de organización para impugnar injusticias estructurales o evidenciar la deslegitimación de los sistemas tradicionales de partidos y el debilitamiento de confianza, autoridad y poder de la figura presidencial. Ya no son los golpes militares, generalmente estimulados por la derecha autoritaria, los que amenazan la estabilidad sino parte de las propias sociedades aun los sectores medios y altos, como lo mostró el ejemplo de Ecuador, convocadas por las promesas incumplidas, la profundización de la crisis social o el agotamiento de ciclos dominados por intereses divorciados de las expectativas y la suerte de las mayorías.
La insatisfacción no cuestiona el orden democrático, no reclama soluciones mesiánicas o militares sino que pone en vilo a los países por la combinación explosiva de fragilidad y degradación institucional, ausencia de crecimiento sostenido de la economía y, sobre todo, avance del desempleo, la pobreza y la desigualdad.
Estas fueron las notas dominantes que marcaron la salida abrupta del poder de más de diez presidentes latinoamericanos, desde los inicios de la década del noventa.
Frente a este cuadro, y más allá de los alineamientos coyunturales en torno a temas específicos, se pueden describir tres posiciones o proyectos. Uno es el expresado por la continuidad de las visiones liberales ortodoxas, subordinado a los Estados Unidos, que tuvo su expresión más radical en la dolarización ecuatoriana y que se presenta en la mayoría de los países del Caribe, de América Central, en Colombia y en el gobierno del PAN en México.
Otro proyecto es el del nacionalismo revolucionario, más confrontativo con los Estados Unidos y más cercano a lo que fue el primer peronismo o la experiencia del MNR en Bolivia. Un proceso que se funda en la fortaleza de un liderazgo que genera una fuerte divisoria de aguas en la sociedad. El líder construye una importante identificación política, cultural y social con los sectores que habían sido ignorados por el sistema de partidos. Esta opción puede irradiarse y tener una importante influencia en la región andina, donde resurgen sectores indígenas, campesinos y poblaciones originarias con vocación de convertirse en sujetos políticos y sociales, y también incidir en los destinos y manejo de los recursos económicos de sus países.
Por último, debemos mencionar las alternativas de centroizquierda que dominan el sur de la región y que presentan posibilidades ciertas en México, a través de la candidatura de Andrés López Obrador, del Partido Revolucionario Democrático. Estas experiencias buscan profundizar la democracia, consolidar un camino de crecimiento sustentable en el tiempo y mejorar gradualmente la distribución del ingreso y la situación de los sectores menos favorecidos. A la vez, manifiestan la necesidad de tener buenas relaciones con Estados Unidos en el marco de la defensa de los propios intereses.
Respetando la especifidad nacional y el contexto democrático de cada uno de estos modelos, es evidente la necesidad de la complementación de los gobiernos de centroizquierda con las diferentes realidades y proyectos. Por un lado, para que la región sea capaz de resolver los conflictos en forma autónoma, evitando que se recree en América latina una visión renovada de las viejas doctrinas intervencionistas. Y, por otro lado, para avanzar en la tarea pendiente de la integración tanto en el plano político como en la relación con los organismos multilaterales de crédito, el desarrollo de la infraestructura y la cuestión energética, que es un factor clave para la integración y para la promoción de un modelo de desarrollo productivo que permita acceder a mejores niveles de vida.
En ese aspecto, la resolución positiva de los graves conflictos que atraviesa la hermana República de Bolivia se convierte en un caso testigo. Primero, porque la salida debe recrear el orden democrático, evitando sobre todo el retorno de los militares como actores políticos, sea como árbitros en el desempate de la situación o colocándose como última razón de la unidad nacional frente a las tendencias desintegradoras. Y luego, porque se pone en juego la capacidad de la región, en este caso, la de Argentina, Brasil y Venezuela, para colaborar en la resolución de la crisis, combinando el principio de solidaridad activa con la tradición de respeto a las soberanías nacionales.
Será decisivo profundizar los caminos a través de los cuales los países más desarrollados de la región cooperan en el despegue económico de aquellos más rezagados. La conformación de fondos regionales y las distintas alternativas internacionales de cooperación y de financiamiento compartido podrían ser algunos de los instrumentos para avanzar en esa dirección, tal cual lo hizo la comunidad europea en su combate contra las desigualdades y asimetrías entre sus países miembros.
Finalmente, la situación de Bolivia nos remite con dramatismo a nuestra pertenencia a una región de cuyo destino no podemos escapar. De aquí que, más allá de las dificultades, la visión de la integración debe ser recreada en su verdadero sentido estratégico. //
1 comentario
Carlos Miguélez -