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J. C. García Fajardo

Nesemu: Soy un desaparecido ¡no me olviden!

¡SOMOS SU GRITO EN EL SILENCIO!

No podemos añadir al dolor de las desapariciones la infamia del olvido:
/Dónde está el desaparecido?
Busca en el agua y en los matorrales
¿Y por qué es que se desaparecen?
Porque no todos somos iguales
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que lo trae el pensamiento
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro",
compuso el cantautor panameño Rubén Blades./

Nesemu

Sigamos esta crónica que Gloria Rey envía a El Periódico, desde Bogotá:

//Desaparecidos y olvidados

Colombia, volcada en el drama de los secuestros, no aborda la tragedia de las más de 7.000 personas sin localizar
La mayoría son campesinos, estudiantes y sindicalistas

/La desaparición forzada, considerada por Amnistía Internacional como la violación más grave de los derechos humanos, es un cáncer que crece en Colombia como la espuma, pero del que no se habla por miedo, cansancio o apatía.
/La gente tiene miedo de que la maten, se cansa de llamar a puertas, de seguir pistas falsas, de esperar milagros, de confiar en una justicia lenta y amañada, de esperar, esperar y esperar/, dice Leonel Sánchez, de Asfaddes, la asociación de familiares de desaparecidos que funciona desde hace 20 años y que no desiste de seguir luchando por los que han desaparecido. /Somos su grito en el silencio", afirma.

La lucha
Más de 7.000 colombianos entre campesinos, defensores de los derechos humanos, estudiantes y sindicalistas han sido empujados al limbo perverso de la desaparición y continúan allí a la espera de que sus familiares los encuentren para abrazarlos o para enterrarlos. En Colombia se habla de los secuestros, pero no de las desapariciones.
Hace dos años, por ejemplo, la socióloga y economista Nydia Erika Bautista pudo descansar en paz. La exmilitante de la amnistiada guerrilla M-19, que estuvo desaparecida 15 años, fue encontrada, identificada y, finalmente, sepultada después de esa larga espera.
Cuatro hombres armados, vestidos de civil, la habían subido a la fuerza a una camioneta el 30 de agosto de 1987, cuando Nydia tenía 35 años y su hijo Erick acababa de hacer, ese día, la primera comunión. Su cuerpo fue hallado en 1990, luego sepultado y exhumado dos veces pero sólo fue plenamente identificado y sepultado hace dos años. Nydia despareció tras la fiesta de su hijo, cuando fue a acompañar a unos amigos a coger el autobús. "Yo tenía 13 años y me defendí psicológicamente del dolor. Creí que se había marchado para proteger su vida", dijo Erick, cuando finalmente pudo sepultar a su madre, a los 29 años.

Prueba de ADN
La familia de Nydia conocía sus preocupaciones sociales y sus actividades políticas, iniciadas en 1982, cuando se convirtió en militante del M-19. No obstante, se enteró muy tarde de su asesinato. Doce días después de su desaparición, su cuerpo fue enterrado como no identificado en Guayabetal, cerca de Bogotá, pero su familia se enteró tres años después, cuando Bernardo Garzón, un sargento retirado del Ejército, describió el asesinato ante la fiscalía. Se abrió entonces una investigación de 12 años que culminó en el 2003, después de que una prueba de ADN.
Nydia y su familia, no obstante, tuvieron suerte. "Las investigaciones casi nunca llegan hasta ese punto. En el caso concreto de mi hijo, por ejemplo, sabíamos casi todo sobre sus homicidas, pero eso no nos valió de nada para encontrar su cuerpo y enterrarlo. Yo sé que está muerto, pero su madre y hermanas no aceptan esa posibilidad. Para ellas si no hay cadáver, no hay muerte y, por eso, la agonía es más lenta. Siguen esperando y esperando a que pase un milagro y él aparezca", dice Sánchez.
Su hijo presenció hace cinco años la matanza de 37 campesinos y señaló a los autores. Por eso fue capturado. Y desapareció. "Sé que está muerto, pero su recuerdo no deja que desista ni me permite que deje de luchar por lo que considero el peor de los crímenes: la desaparición forzada", agrega.

Denuncia en 1977
Las desapariciones forzadas, según las organizaciones defensoras de los derechos humanos, empiezan a contabilizarse en 1977, cuando se presentó el primer caso documentado de la desaparición de la bacterióloga Omaira Montoya.
Desde entonces, la práctica se ha ido fortaleciendo y aumentando el número de desaparecidos hasta los 7.000 documentados hasta la fecha, 2.500 en los últimos dos años. "Podría decirse que la política de seguridad democrática del presidente Álvaro Uribe las ha potenciado al fortalecer las redes de informantes. Muchos se amparan en eso para obtener beneficios y acabar con vecinos, amigos e incluso familiares", dijo.
La ONU ha reconocido varias veces que la mayoría de las desapariciones forzadas registradas "fueron cometidas por miembros de grupos paramilitares cuya actividad se desarrolló, al parecer, con la complicidad y la connivencia de miembros de las fuerzas de seguridad, a menudo en zonas de fuerte presencia militar".

Arma de guerra
La desmovilización de los paramilitares que negocian la paz con Álvaro Uribe es considerada como "un sofisma de distracción pues, aunque entreguen públicamente las armas, toda la infraestructura sigue intacta". Las guerrillas izquierdistas también usan la desaparición. "Esos grupos han optado por esas conductas como el mecanismo más inmediato, rápido y efectivo en su lucha contra el contrincante", dice Pedro Díaz, exjefe de la unidad de Derechos Humanos de la fiscalía.//

1 comentario

Elisa -

Miles de desaparecidos y nadie sabe dónde están. La desesperación de las familias está en la incertidumbre de no saber. Pero, ¿a quién acudir cuando estás amenazado si la policía está corrupta? Esto me recuerda esas niñas bonitas con largas melenas morenas que desaparecen cuando vuelven del colegio en autobús. Los que se interesan en investigar, aún a riesgo de que les ocurra lo mismo, saben que están bajo el desierto mexicano, en alguna parte de esa inmensa llanura. Sus vidas ya no pueden salvarse, solo hay que excarvar un poco en la arena para saber quién está detrás de todo esto pero, ¿quién se atreverá?