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J. C. García Fajardo

Nesemu: La ostra oculta una perla

Si el otro día Rosa Montero nos conmovió con el relato de El negro, esta semana nos regaló en El País semanal con este /Ardiente polvo de estrellas Os animo a un debate. Corremos el peligro cierto de que pasen a nuestro lado, sin quenos demos cuenta, personas maravillosas con historias que habremos perdido la ocasión de paladear. Caminar con el corazón a la escucha y sin prejuicios. Con las manos abiertas y una sonrisa. El más andrajoso mendigo puede encerrar a un auténtico Maestro, como una ostra a su perla.
Nesemu

A veces veo la sociedad como un universo completo, con sus fulgurantes estrellas, que son los grandes poderes; sus planetas dominantes y sus planetas pequeños; con cometas que aparecen y se esfuman, con satélites subsidiarios y serviles; con agujeros negros, enigmáticos y tal vez peligrosos; con meteoritos erráticos y excéntricos. Yo misma me considero un planetita ínfimo, de esos que apenas si se ven en los telescopios, pero que llevan su vida con cierta autonomía dentro del desordenado orden del cosmos. Sujeta a mi órbita como estoy, y al mismo tiempo amparada por ella, siempre me han fascinado los asteroides de recorrido libre y solitario. En la última semana he conocido a dos. Dos mujeres conmovedoras y bellas.
Una apareció una noche en un bar de copas en el centro de Madrid. Eran cerca de las dos de la madrugada y ella entró en el local llevando en torno al cuello, como un yugo, dos largos tubos de cartón con pulseritas de cuero confeccionadas por ella. Eran bonitas y estaban muy bien hechas; las ofrecía al módico precio de tres euros cada una, y era la vendedora menos eficaz que pensarse pueda, porque no insistía en absoluto. Tenía unos sesenta años y unos ojos azules inolvidables, tan intensos como la llama de un soplete. Un aspecto estupendo aunque ajado, una ropa bonita aunque raída, el cabello canoso recogido en un moño terso e impecable. Se llamaba Carol. Era irlandesa, pero llevaba treinta años viviendo en España y hablaba nuestro idioma a la perfección. Hace treinta años debió de ser una belleza. Me pregunto por qué vino y, sobre todo, por qué se quedó. Y cómo ha terminado vendiendo pulseras de cuero, de madrugada, en los bares de copas. Ataba los brazaletes a la muñeca y te deseaba lo mejor: /Yo doy suerte/, decía: /Y no entiendo por qué, porque yo no la tengo/.
A la otra la encontré tres días más tarde mientras almorzaba en la terraza de un restaurante, y era como una hermana fantasmal de Carol, tanto se parecían la una a la otra. Esta era española, e ignoro su nombre. También muy delgada, también sesentona, igualmente hermosa y algo marchita. La pulcritud de su apariencia llamaba la atención: el pantalón recién planchado, el jersey anticuado pero impecable, el pelo recogido en moñitos deliciosos como de niña, los pendientes antiguos y modestos adornando sus orejas. Vendía cedés de música (“originales, ¿eh?, no son piratas”), grabaciones malas que sin duda debía comprar al por mayor en alguna tienda y que revendía por las terrazas con algún incremento. Sabía de jazz, de música clásica e incluso de modernidades como Björk. Hace falta valor, y entereza, y un concepto muy claro de la propia dignidad, para agarrar un carrito repleto de cedés baratos y pasearse por las terrazas de Madrid intentando colocarlos. Nuevamente me pregunté de dónde habría salido. Qué compleja y larga vida llevaría a sus espaldas, de qué lejana galaxia habría llegado.
Vengan de donde vengan, están enteras. Todos los días se lavan, se cuidan, se visten con gusto y con atención, se peinan sus moñitos, se ponen sus pendientes, que quizá sean los últimos, los únicos. Todos los días encuentran una razón suficiente para levantarse de la cama, y no sólo para levantarse, sino, sobre todo, para permanecer dignamente en pie. Cuánto respeto hace falta tenerse a uno mismo para seguir siendo quien eres aun en las situaciones más solitarias y difíciles. Siempre admiré a esos exploradores británicos del siglo XIX que, perdidos en mitad de un continente sin cartografíar, en el corazón de la selva y de las tinieblas, asediados por las fiebres y los caníbales, se detenían todos los días a las cinco de la tarde para tomar el té sobre un mantel de encaje. Qué monumental empeño en seguir siendo denota ese gesto en apariencia absurdo.
Carol y la vendedora de cedés, en fin, también toman el té en medio de la jungla. Las sociedades occidentales, tan ricas, tan ordenadas y protectoras para quienes están dentro del sistema, escupen fácilmente a estos meteoros errantes, personas que se quedan fuera de las normas, de las cuentas bancarias, de las hipotecas y las tarjetas de crédito. Es algo que puede sucedernos a cualquiera: salirnos de la órbita, perder nuestro lugar. Yo no sé si sabría mantener mi camino con tanta dignidad como estas dos mujeres, hermosos asteroides, ardiente polvo de estrellas./
Rosa Montero

9 comentarios

juanpa -

Yo acabo de leer la historia "El negro" de Rosa Montero (El Pais, 17-5-2005), y me ha sorprendido que
narre con todo lujo de detalles el argumento del cortometraje "Lekk (La
comida)" de la directora Susi Gozalvo sin que haga alusión al mismo.
Este corto ha obtenido varios premios en festivales de cortos.

Creo que es de justicia decir la procedencia de las historias, cuando no son originales.

macarena -

parece que conforme avanzan los tiempos se nos hace más dificil mantener nestra calidad humana. es como si tuviesemos manos oportunidades de dar a conocer los valores que cada uno lleva dentro, y que muchas veces no sacamos por creer q n esta sociedad ya no hay lugar para ellos. pero debemos hacer el esfuerzo de no dejarnos influir por los valores superficiales de la masa. intentemos hacer que sean nuestros valores más profundos los que en nuestra pequeña sociedad del dia a dia primen.

Cristina -

No debemos juzgar a las personas simplemente por la manera en la que van vestidas, por la profesión que tengan... en definitiva por lo que puedan parecer. Tendemos a relacionarnos con personas que se parecen mucho a nosotros, con nuestras formas de vida, ideas, pensamientos, inquietudes, y creo que lo divertido sería ir descubriendo a personas que no sean una copia de nosotros mismos, así aprenderíamos muchas cosas y no dejaríamos escapar a personas como Carol que nos pueden aportar mucho en la vida.

Cristina -

No debemos judgar a las personas simplemente por la manera en la que van vestidas, por la profesión que tengan... en definitiva por lo que puedan parecer. Tendemos a relacionarnos con personas que se parecen mucho a nosotros, con nuestras formas de vida, ideas, pensamientos, inquietudes, y creo que lo divertido sería ir descubriendo a personas que no sean una copia de nosotros mismos, así aprenderíamos muchas cosas y no dejaríamos escapar a personas como Carol que nos pueden aportar mucho en la vida.

Rôvënty -

En un lugar lejano, muylejano...
Hay una persona que pondrá todo patas arriba. Alguien lo suficientemente valiente como para sembrar una semilla. La semilla que dará el paso definitivo hacia un mundo mejor.
O puede que lo soñara.

Nesemu -

Bravo, David, estás en el camino. No nos dejes atrás, echa una mano.
N

Elisa -

Seguir siendo humanos. Parece tarea fácil pero nada más lejos. Mantener la propia identidad ante cualquier violento manotazo globalizador es algo para lo que no todos están preparados. Quien lo consigue paga un alto precio: vagar fuera de la senda marcada. Es un auténtico reto defender, ante todo, unos ideales y mantenernos individuales. Atrevámonos a salir del camino allanado por la manada y apartar las piedras de otro camino que es posible.

Jorge P. -

No es fácil ser uno mismo en estos tiempos. Te fuerzan a ser competitivo, y si te quedas rezagado, no te esperan. Hay que saber reconocer la grandeza de estos astros solitarios. Son valientes.

David Álvarez -

El ser humano se repliega sobre sí mismo; caminamos con la cabeza gacha y ajenos a nuestro alrededor. Gente tan entrañable como Carol cruza delante nuestra, sin que nosotros lo advirtamos. La sociedad ha sufrido el efecto "Big Bang". Se ha ido expandiendo y ensanchando, alejándose cada vez más unos de otros ¿Algún día volveremos a ese punto de densidad infinita en el que todos éramos uno? Por el momento acerquémonos a los astros que irradian luz propia. Es un comienzo.