Aparente incoherencia en un maestro de periodistas
Hemos comentado en clase la valía profesional de nuestro compañero Vicente Verdú en su último libro Tú y yo: objetos de lujo. Lamento que ahora parece actuar a la inversa pues siempre se habían publicado artículos que, a veces, aparecían después en forma de libros. Desde hace unas semanas, el admirado analista ha introducido una forma novedosa y discutible: cada semana y en diversas secciones publica un capítulo de ese libro en forma de artículo. Si esto no es una forma de marketing... He analizado y comentado ese libro y creí que se trataba de una crítica de los excesos de nuestra sociedad de consumo. Pero me parece que ha caido en la trampa que denuncia. Parece que lo que importa es... vender. Vean si no este que publica hoy, hasta fusilando su propio título: Las personas como objetos de lujo. Hacer una compra resulta ser poco si, además, podría hacerse un amigo. El pacing es una nueva técnica de ventas que instruye al vendedor en el arte de sintonizar personalmente con un cliente concreto. De esta manera el comprador se encuentra con que su posible indecisión disminuye y sus posibles impulsos se refuerzan al sumarse con los del empleado que le es afín...Tratar apropiadamente a las personas, hacerlas sentir bien es la base del sistema en la actual etapa personista. Puesto que el sector de la información y las comunicaciones personales no cesa de crecer, las empresas se basan crecientemente más en el capital humano [qué aberración,es como cuando nos llaman recursos humanos cuyo objetivo en economía es ser explotados para producir más y más beneficios] que en el financiero. De esa manera, pronto -aunque siempre parece tardísimo- introducirán modos de hacer más grato el medio laboral pero ya han introducido diversas estrategias de relación con el público.
El cliente ha dejado de contemplarse como una presa fácil o necesitada para erigirse en un sujeto cínico y complejo al que es necesario abordar con procedimientos y efectos de amor. El pacing, del que ya se habla en publicaciones como Cinco Días, busca alcanzar una empatía del vendedor con el comprador y seguir, durante el proceso de la compra, los pasos interiores de éste. Finalmente, el objeto que se entrega llegará envuelto no sólo en el papel del establecimiento sino en el recíproco papel humano que haya constituido la experiencia de comprar.
¿Una superchería más del capitalismo de ficción? Efectivamente. La novedad radica, sin embargo, en que al marketing basado especialmente en el objeto le sigue ahora la preocupación basal por el sujeto. Todo ello, tiene poco que ver con la mentira o la verdad en sentido estricto: se refiere a la verosimilitud eficaz, tal como sucede en el cine, las novelas, los videojuegos o la realidad virtual.
El mundo aparece revestido de una funda -un cuento fundacional- sobre el cual vivimos, gastamos, sentimos y morimos. En esta narración, que nunca ha faltado, la componente que ahora más importa es la dosis de humanidad. Porque el humanitarismo que tan abultadamente brota en los casos de la inundación o el huracán, no es sólo hoy un fenómeno asociado a la desgracia.
El humanitarismo está presente hasta en los momentos más felices o benévolos y la cultura de consumo se impregna ahora, por uno y otro lado, de jugos que evocan sin cesar la vivencia de la Humanidad. [por desgracia, pienso yo, dejemos ya el humanitarismo como sistema y esforcémonos por construir entre todos una sociedad más humana y más justa] Por el lado de los objetos, en el último foro de Davos nació una iniciativa protagonizada por grandes marcas de lujo (Armani, entre ellas) para destinar un alto porcentaje del precio de algunos productos con etiqueta roja, al Fondo Mundial contra la malaria, el sida y la tuberculosis. Y otro tanto prometió American Express a través de una tarjeta de "crédito color rojo" comprometida, según su director de marketing, John D. Hayes, en entregar un 1% o más de las transacciones a los más necesitados. El humanitarismo es ya una etiqueta de contemporaneidad, un plus de imagen. Es decir: la caridad revierte en productividad, tal como el Evangelio predecía en su famosa fórmula del ciento por uno. [qué desatinos, y qué pena, toman a lospobres, a los marginados como objeto para alcanzar un fin en lugar de respetarlo y acogerlo como sujeto. Nadie puede ser objeto para fin alguno. El otro siempre es sujeto que interpela. el fin jamás justiicará los medios]
Igualmente, el juego de amor al prójimo, los ejercicios de empatía o compasión multiplican la eficacia de la venta en la tienda. Wal.Mart hace tiempo que emplea actores para hacerlo mejor con sus parroquianos porque en definitiva el consumidor no ha buscado nunca consumir por el gusto de consumir sino por el placer de mimarse o darse gusto. Redescubrir esta simpleza, medio siglo después de aparecer en Europa la expresión "sociedad de consumo", ha llevado a la personalización de casi todo y al personismo relacional en las conexiones dentro y fuera de la Red. La actualidad es hoy, desde la política hasta la nueva medicina, desde los Pilates a la ropa de Adolfo Domínguez, un asunto de orden personal. O sea: la ignorancia de la persona, es hoy el cenit de la ignorancia." [No sé pero, admirando sus observaciones y análisis no me encajan as conclusiones, pero vae la pena leerlo con criterio personal y libre. Nesemu]
4 comentarios
mocito -
Merece la pena pasar por alto los intereses personales de Vicente Verdú y hacerse con el libro (completo, con tapas). Bon apétit.
Marcos -
Por otro lado, me gustaría recomendar los artículos de Juan Cueto, que se mueven en una esfera paralela a la de Vicente Verdú pero, en mi opinión, son más divertidos. Aplica una fina capa de ironía a los acontecimientos cotidianos del mundo globalizado.
Berciano Ponferradino -
Sonia Sanz -
No es de extrañar por ello, que detrás del artículo también se escondan intereses relacionados con el marketing, ¿de dónde si no la razón de esta publicación por entregas? Parece que todo se compra y todo se vende, desde lo material hasta lo intelectual, y en definitiva, la propia persona.