Blogia
J. C. García Fajardo

Desesperación invencible en Palestina, por John Berger

(Es tan hermoso y vibrante este reportaje del gran escritor John Berger que no me resisto a  reproducirlo. Un ejemplo de gran periodismo. Nesemu)

/¿Por qué estoy todavía vivo? Se lo diré: estoy todavía vivo porque hay una escasez temporal de muertes. Quien dice esto sonríe y en su sonrisa no apunta ni el más leve anhelo de normalidad, de una vida normal.
Vaya adonde vaya uno en Palestina siempre se encuentra entre escombros, moviéndose con tiento sobre ellos, buscando la forma de sortearlos, de saltarlos: en los controles, alrededor de esos invernaderos a los que ya no pueden llegar los camiones, en cualquier calle, de camino a cualquier cita. Son los escombros de las casas y de las carreteras, además de los detritos de la vida cotidiana. En estos últimos 50 años no ha habido apenas una familia palestina que no se haya visto forzada a huir de algún sitio, al igual que apenas hay una ciudad cuyos edificios no hayan sido regularmente derribados por las palas del ejército invasor. Pero también están los escombros de las palabras; los escombros de las palabras que ya no cobijan nada, porque su significado ha sido destruido. De todos es sabido que el IDF -siglas de Israeli Defence Force (Fuerzas Defensivas de Israel), como se denomina el ejército israelí- es hoy, de hecho, un ejército de ocupación. En palabras de Sergio Yahni, uno de los refusniks (quienes se niegan a servir en el ejército) cuyo valor es ejemplar: Este ejército no existe para dar seguridad a los ciudadanos israelíes, sino para garantizar que se perpetúa el robo de la tierra palestina.
Y además están los escombros de las palabras graves, cargadas de razón, que se ignoran sistemáticamente. Varias resoluciones de la ONU y del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya han declarado ilegales los asentamientos israelíes en territorio palestino (actualmente hay casi medio millón de los llamados colonos) y la construcción del muro de separación, una pared de hormigón de ocho metros de alto. Sin embargo, la ocupación y el muro siguen ahí. El asedio de los territorios palestinos por parte del IDF se estrecha de día en día. El asedio es geográfico, económico, cívico y militar.
Todo esto es transparente; no es algo que esté sucediendo en algún recóndito rincón del globo enzarzado en una guerra interminable; todos los ministerios de Asuntos Exteriores de los países ricos observan lo que está sucediendo, pero ninguno ha tomado medidas para poner freno a esas ilegalidades. Para nosotros, dice una madre palestina en un control, donde un soldado israelí acaba de lanzar una bomba lacrimógena; para nosotros, el silencio de Occidente es peor, señala con la barbilla hacia el vehículo blindado, que las balas de ellos.
Puede que la distancia entre los principios que se declaran y la realpolitik sea una constante histórica. Con frecuencia las declaraciones de principios son grandilocuentes. Aquí, sin embargo, sucede lo contrario. Las palabras son mucho más pequeñas que lo que sucede. Lo que sucede es la destrucción minuciosa de un pueblo y de una nación prometida. Y un silencio evasivo, unas palabras encogidas rodean esta destrucción.
Una palabra permanece intacta para los palestinos: nakbah, que significa "catástrofe" y hace referencia al éxodo forzado de 700.000 palestinos en 1948. Nuestro país es un país de palabras. Palabras. Palabras. ¡Ojalá mi camino pudiera descansar contra una piedra!, escribía el poeta palestino Mahmoud Darwish. Nakbah se ha convertido en un nombre propio que comparten cuatro generaciones y perdura con tal fuerza porque ni Israel ni Occidente han reconocido todavía la operación de limpieza étnica que designa. El valiente trabajo que llevan a cabo ciertos historiadores israelíes actuales -unos historiadores íntegros (y perseguidos), como Ilan Pappe- es de suma importancia en este contexto, pues puede acabar conduciendo al tan esperado reconocimiento oficial, con lo que ese nombre fatídico volvería a ser una palabra, aunque sea trágica. Se familiariza uno aquí con todo tipo de escombros, incluso con el escombro de las palabras.
Tendemos a olvidar la escala geográfica de la tragedia, y en gran medida la tragedia consiste precisamente en su escala. El total del territorio del West Bank y de la Franja de Gaza juntos es menor que la isla de Creta (donde puede que se encuentren los orígenes prehistóricos del pueblo palestino). Tres millones de personas, seis veces más que en Creta, habitan este territorio. Y sistemáticamente, cada día, se lo reduce un poco más. Las ciudades están cada vez más superpobladas, y el campo, más fragmentado e inaccesible. Los antiguos asentamientos israelíes se extienden o surgen otros nuevos. Las autopistas construidas especialmente para los colonos, y prohibidas a los palestinos, han cegado las antiguas carreteras. Los tortuosos puestos fronterizos y los controles del ejército israelí han reducido gravemente los movimientos de los palestinos, la posibilidad de viajar, o de pensar en viajar, por lo que les queda de sus propios territorios. Muchos de ellos no se pueden alejar más de veinte kilómetros en ninguna dirección. El muro crea enclaves dispersos, corta el paso a ciertas zonas (cuando esté terminado se habrá llevado casi un 10% de lo que queda del territorio palestino) y, en definitiva, fragmenta y divide a los palestinos. Su objetivo es transformar Creta en una docena de islitas. Es éste el objetivo de la maza que llevan a cabo los buldózeres.
Nada queda de nosotros en el campo abierto, si no es lo que los campos se guardaron para sí (Mahmoud Darwish). La desesperación sin miedo, sin resignación, sin sensación de derrota, da lugar aquí a una pose con respecto al mundo que yo no había visto nunca. Se puede expresar de diferentes maneras: en el joven que se une a la yihad, en la anciana que musita sus recuerdos entre los dientes mellados, en una sonriente chiquilla de 11 años que envuelve una promesa para esconderla en la desesperación... ¿Y cómo funciona eso que usted llama pose?
Campamentos de refugiados: Enfrente de la tienda, en la pared de una casa baja de puerta metálica se lee: De las entrañas del campamento nace cada día una revolución... Un 60% al menos de los habitantes del campamento están desempleados. Los campamentos de refugiados son lo más parecido a una barriada de chabolas. Puede suceder que cuando a alguno se le presente la oportunidad de dejar el campamento y cruzar la escombrera para acceder a una vivienda ligeramente mejor, la rechace y escoja quedarse. En el campamento son miembros, como los dedos de un cuerpo ilimitado. Trasladarse equivaldría a una amputación. Así funciona la pose de la desesperación invencible.
Escuchen... Los olivos del bancal más alto parecen despeinados; se les ve más de lo normal el envés plateado de las hojas. Es porque ayer recogieron la aceituna. El año pasado hubo una mala cosecha, los árboles descansaron. La de este año es mejor. A juzgar por su contorno, estos olivos deben de tener 300 o 400 años. Los bancales de piedra caliza son probablemente más antiguos. A un par de kilómetros, hacia el sur el uno y hacia el este el otro, acaban de construir dos nuevos asentamientos. Regulares, compactos, urbanos (sus pobladores van a trabajar a Israel todos los días), impenetrables. Ninguno de los dos parece un pueblo; más bien parecen un jeep gigantesco, lo bastante grande para acomodar confortablemente a doscientos de estos colonos con pistolas. Los dos son ilegales, los dos están construidos en lo alto de un cerro, los dos tienen torres de vigilancia, esbeltas como minaretes. El mensaje virtual que envían al paisaje circundante es: ¡Manos arriba! ¡Arriba, te estoy diciendo! ¡Y ahora retrocede despacio! Para construir el asentamiento del oeste y la carretera que lleva hasta él hubo que talar varios cientos de olivos. Los hombres que trabajaron en su construcción eran en su mayoría palestinos desempleados. Así funciona la pose de la desesperación invencible.
Las familias que recogieron ayer la aceituna proceden de un pueblo que se desparrama por el valle, entre los dos asentamientos; su población es de 3.000 habitantes. Veinte hombres del pueblo están en las cárceles israelíes. Hace dos días soltaron a uno. Varios jóvenes acaban de unirse a las filas de Hamás. Muchos más votarán por este partido en enero próximo. Todos los niños tienen pistolas de juguete. Todas las jóvenes abuelas, al mismo tiempo que se preguntan qué ha sido de las promesas que un día envolvieron en la desesperación, dan en silencio su aprobación a sus hijos, sus nueras y sus sobrinos, y cada noche se mueren de preocupación. Así funciona la pose de la desesperación invencible.
Si por casualidad se encuentra uno sus pies a la puesta de sol, su resplandor evoca al silencio. A Arafat le apodaron Catástrofe Andante... Bajo su mandato, la OLP contribuyó también en ocasiones a hacer escombros de las palabras. Sin embargo, en las faltas de Arafat estaban metidos, como las notas en un bolsillo, los agravios que sufría su país día tras día. De esta forma asumió y llevó esos agravios, y el dolor que le producían se asentó, dolorosamente, en sus faltas. Ni la pureza ni la fuerza se ganan una lealtad tan imperecedera, sino que sólo se la puede ganar algo imperfecto, como imperfectos somos todos. Así funciona la pose de la desesperación invencible.
Al noroeste, la ciudad de Qalqilya (50.000 habitantes) está completamente rodeada por 17 kilómetros de muro, con una sola salida. Lo que fue su bulliciosa calle mayor termina hoy en el baldío del muro. La precaria economía de la ciudad cayó así en bancarrota. El dueño de un vivero empuja una carretilla de tierra para distribuirla entre las plantas antes de que empiece el frío del invierno. Antes de que levantaran el muro tenía cinco empleados (un 95% de las empresas palestinas emplean a menos de cinco trabajadores). Hoy no tiene ninguno. Cuando la ciudad quedó aislada, sus ventas se redujeron en un 90%. No recolecta las semillas del montón de flores de lichi; las tira. Las grandes manos le pesan al admitir que en adelante no tendrá mucho a qué dedicarlas. No es fácil describir la visión del muro donde atraviesa zonas despobladas. Es lo opuesto a los escombros. Es burocrático: meticulosamente proyectado con mapas electrónicos, prefabricado, preventivo. Su único objetivo es impedir la creación de un Estado palestino. El objetivo de la maza. Desde que se inició su construcción, hace tres años, no ha habido una reducción significativa en el número de los ataques kamikazes. A su lado te sientes pequeño como una colilla (salvo en el Ramadán, la mayoría de los palestinos fuman sin parar). Sin embargo, aunque suene extraño, no parece definitivo, sólo infranqueable. Cuando esté terminado mostrará en sus 640 kilómetros el rostro inexpresivo de la desigualdad. Por el momento tiene 210 kilómetros. Mostrará la desigualdad entre aquellos que poseen un arsenal completo de las últimas tecnologías militares para defender lo que creen que son sus intereses (helicópteros Apache, tanques Merkava, F-16, etcétera) y aquellos que no tienen nada, salvo sus nombres y la creencia compartida de que la justicia es axiomática. Así funciona la pose de la desesperación invencible.
Puede que el muro forme parte de la misma lógica represiva miope que el estampido sónico al que se somete a los habitantes de Gaza por las noches, mientras escribo estas líneas: los aviones de combate se lanzan en picado a toda velocidad, rompiendo la barrera del sonido y los nervios de quienes abajo se acurrucan insomnes con su axioma. Y no funcionará. Una superioridad militar de tal calibre impide toda estrategia inteligente. Pues para pensar estratégicamente uno tiene que imaginarse en el lugar de su oponente, lo que resulta imposible cuando se tiene una idea firmemente arraigada de superioridad.
Basta con subirse a uno de los jabals y observar el muro desde arriba, la geometría de su trazado zigzagueante hacia el horizonte sur. ¿Vio alguna abubilla? A la larga, el muro parecerá algo hecho deprisa y corriendo, provisional.
Hay 8.000 presos políticos palestinos en las cárceles israelíes, 350 de los cuales son menores de 18 años. Pasar por la cárcel, una o varias veces, se ha convertido en una fase normal de la vida de los palestinos. Lanzar piedras puede llevar a una sentencia de dos años y medio o más. La cárcel es para nosotros una especie de formación, una extraña universidad. El hombre que dice estas palabras lleva gafas, tendrá unos 50 años y va bien trajeado. Allí aprendes a aprender. Es el más pequeño de cinco hermanos y se dedica a importar cafeteras. Se aprende a luchar juntos y a hacerte inseparable de los demás, leemos y comentamos lo que hemos leído, aprendemos lenguas los unos de los otros. Y llegamos a conocer bastante bien a algunos de los soldados y oficiales de prisiones. En la calle, el único lenguaje que existe entre nosotros y ellos es el de las piedras y las balas. Dentro es distinto. Ellos también están de algún modo prisioneros. La diferencia es que nosotros creemos en lo que nos ha llevado a estar allí, y la mayoría de ellos no lo saben, porque sencillamente se están ganando la vida. Sé de muchas amistades que empezaron de esta manera. Así funciona la pose de la desesperación invencible.
..El paisaje está colgado bajo el cielo, como una hamaca. Y cuando sopla viento, se enrolla como una mortaja. Así, parece que el cielo es más sustancial, más inmediato que la tierra. Una púa de puercoespín traída por el viento se posa a tus pies. No sorprende que cientos de profetas, y entre ellos algunos de los más grandes, alimentaran aquí sus visiones.
La dificultad que presentan los profetas y sus profecías últimas es que tienden a ignorar lo que sigue inmediatamente a la acción, tienden a ignorar las consecuencias. Las acciones para ellos dejan de ser instrumentales y se convierten en simbólicas. Puede suceder que las profecías impidan ver lo que contiene el tiempo... Negarse a ver las consecuencias inmediatas. Por ejemplo, el muro y la anexión de más territorios palestinos no pueden prometer seguridad al Estado de Israel; sólo reclutarán mártires. Por ejemplo, si el mártir o la mártir kamikaze pudiera ver con sus propios ojos, antes de morir, las consecuencias inmediatas de la explosión que va a producir, posiblemente reconsideraría la conveniencia de su heroica decisión. El maldito futuro de las profecías que lo ignora todo salvo el momento último.
En esa pose de la que hablo hay algo especial, una cualidad para la que no existe una palabra en ningún vocabulario posmoderno o político. Se trata de una manera de compartir que viene a desarmar la pregunta primordial: ¿Por qué nacemos a esta vida? Esta manera de compartir desarma la pregunta y no la responde con una promesa o un consuelo o un voto de venganza -estas formas de retórica quedan para los grandes o pequeños dirigentes que hacen Historia-, sino que la responde con una franqueza desarmante, a pesar de la Historia. La respuesta es breve pero eterna. Nacemos a esta vida para compartir el tiempo que existe repetidamente entre los momentos: el tiempo del Devenir, antes de correr el riesgo de que el Ser nos enfrente una vez más a la desesperación invencible.

John Berger

4 comentarios

pablo_hr -

Vaya texto... Lo más grave de esta tragedia es a lo que hace referencia Jarkoe, que los gobernantes judíos han olvidado (¡cómo olvidarlo!) la persecución que sufrieron a manos de muchos europeos, no solo los nazis. La realidad es que ahora aplican la limpieza paulatina que hasta hace menos de 60 años habían sufrido ellos. Algo más grave aún es el desdén con el que tratan las resoluciones de Naciones Unidas, organismo internacional que creó, repito, creó, el Estado en el que ahora viven. Que sinsentido. Del texto me quedo con la reflexión sobre el objetivo de la construcción del muro: "impedir la creación de un Estado palestino", lo cual no se va a conseguir, ya que la única solución posible a esta tragedia es la convivencia justa entre dos Estados soberanos. Como dice Amos Oz en su libro "Contra el fanatismo", ambos pueblos sufrirán un inmenso dolor cuando tengan que convivir con vecinos que no son de su agrado, por mal que les pese, tiene que ser así.

Jarkoe (JoseA.) -

Claro que no compañer@s, la guerra no nos es nunca indiferente. Nunca. No a mí al menos. Pero sí me hace sentir impotencia; vas a una manifestación, gritas...lees qué es lo que pasa, y no lo entiendes...es difícil entenderlo. Cómo un pueblo llega (con la referencia del genocidio nazi)e impone a otro, por la fuerza, que deje de considerar la tierra que habita como un espacio donde vivir más o menos felizmente para sentir que vive en una cárcel. Pues es eso, una cárcel. Entre barreras, metralladoras, tanques,... pueden quedarse sin casa, tener que dejar los niños de de ir a la escuela, no poder acudir a un hospital cuando es necesario...y a pesar de ésto, nadie hace nada, ningún país,ni tan siquiera la ONU le recuerda al gobierno israelí qué fue lo que ella misma declaró, o lo que decidió el Tribunal de la Haya. Y hacen también caso omiso a la opinión pública, que se hace notar, aunque no quieran saberlo. Israel, desde su posición de hijo bastardo de los igualmente bastardos Estados Unidos (sus gobiernos, que no todos los estadounidenses), continúa su exterminio, y habrá más entifadas, y más gobiernos corruptos, hasta que esto acabe. ¿Pero cuándo? No sin justicia (quiero).

DANIEL -

Como decía Ana Belén ´Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente´. Creo que esta frase expresa muy bien lo que es la guerra, aunque en realidad siento que si no estamos dentro de ella no sabemos realmente lo que es. Estamos acostumbrados a ver imágenes en televisión o a escuchar estadísticas escalofriantes por la radio, pero hay que estar allí para saber lo que es el miedo continuo. Termino con otra canción:´¿Por qué no ser amigos, estar unidos, vivir sin miedo y en libertad?´. Me van a llamar utópico, pero si no nos queda esperanza y fuerzas para gritar..., mal vamos. Como decía el otro artículo, las presiones populares acaban sirviendo para conseguir cambios. Presionemos pues.

Belén -

Es una ivasión injusta como otra cualquiera. Los israelíes tienen una gran capacidad militar, unida por supuesto a la ayuda que reciben de EEUU, mientras que los palestinos luchan con palos y piedras.
Es triste que nos hagan pensar que los palestinos son unos terroristas porque se inmolan, matando así a muchos soldados o población israelí. No justifico en ningún momento la muerte, porque no creo que sea una solución para ningún problema, pero si puedo entender que la impotencia y la desesperación pueden llevar a las personas a cometer ese tipo de locuras.
Cuando hablamos del conflicto palestino-israelí, sólo pensamos en bombas, en armas y en cifras de muertos, pero nos olvidamos que detrás de cada familia y de cada individuo hay una historia, una vida que queda destrozada. Pensemos de una vez por todas en lo que de verdad importa.
Fantástico reportaje profesor. Gracias.