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J. C. García Fajardo

Nesemu: Nos faltan personas de Estado

El ex canciller alemán Helmut Scmitt ha escrito un esléndio artículo DEBEMOS SER VALIENTES, en Die Zeit y en La Vanguardia en donde pone el dedo en la llaga, porque en la UE carecemos de auténticos hombres de Estado y nos enredan los políticos y los burócratas asfixiantes: //La dirección política sólo puede surgir de las personas. El discernimiento, el dinamismo, la valentía y el sentido de la responsabilidad no se pueden sustituir por nuevos documentos. En realidad, los ministros de Exteriores y los jefes de Gobierno habían presentido la posibilidad de fracaso de los referendos, pero no tuvieron fuerzas para pensar siquiera en un plan B.//
Nesemu

Vale la pena leerlo todo y archivarlo:
HELMUT SCHMIDT - 10/06/2005

Europa tiene muchos puntos débiles, pero no está acabada. Hace un año y medio tuve que hablar acerca de la Unión Europea (UE) ante un auditorio de historiadores y politólogos. Lo cierto es que el borrador de la Constitución europea ya estaba sobre la mesa, pero preferí abordar la "crisis de la capacidad de actuación" de la Unión, puesto que la desintegración de la UE ya no era "impensable, por desgracia".

Los referendos de Francia y Holanda han confirmado mis temores y, sobre todo, han suscitado desconcierto en toda Europa. Tanto si quieren seguir adelante con el proceso de ratificación como si quieren interrumpirlo, los jefes de Gobierno y de Estado de la UE se sienten bastante confusos ante los escombros a que ha quedado reducida la obra de artesanía que habían elaborado desde el tratado de Maastricht, sus borradores visionarios y demás castillos en el aire, así como sus increíbles políticas de ampliación. En Maastricht, en 1992, éramos doce; hoy ya somos 25 estados miembros. Sin embargo, para casi todas las cuestiones importantes se sigue utilizando aún esa regla de la unanimidad que ni siquiera funcionaba cuando éramos doce.

La Constitución europea, por el contrario, se habría encargado de conseguir claridad y sencillez. No obstante, puesto que por el momento no entrará en vigor (con la forma del actual borrador seguramente no lo hará nunca), siguen teniendo validez los tratados ratificados con anterioridad.

No sólo sigue siendo válido Maastricht, con sus modificaciones al texto de la CECA de 1952 y de los tratados de Roma de 1957-1958, no sólo conservan su validez los 17 protocolos y las 33 disposiciones de Maastricht, sino también el tratado de Amsterdam de 1997 y (de especial relevancia) el tratado de Niza del 2000, con todas sus enmiendas y añadidos a los tratados precedentes. Asimismo, siguen teniendo validez los trece tratados de adhesión firmados hasta el momento con todas sus disposiciones especiales. El derecho internacional vincula a los estados miembros mediante todos estos tratados y restos de tratados. En realidad, no obstante, ni uno solo de los 25 ministros de Exteriores ni de los 25 jefes de Gobierno tiene ya una clara comprensión de los cientos de páginas que ocupan los textos completos. Se trata de un modelo ejemplar de caos burocrático.

La dirección política sólo puede surgir de las personas. El discernimiento, el dinamismo, la valentía y el sentido de la responsabilidad no se pueden sustituir por nuevos documentos. En realidad, los ministros de Exteriores y los jefes de Gobierno habían presentido la posibilidad de fracaso de los referendos, pero no tuvieron fuerzas para pensar siquiera en un plan B.

La gran mayoría de estados europeos y sus economías nacionales están aquejados de varias enfermedades simultáneas; la crisis de la UE que se ha destapado en las últimas dos semanas es, a partir de ahora, un factor patógeno adicional. Con todo, este factor no tiene una relevancia determinante en el caso de Polonia ni en el de ningún otro de los nuevos estados miembros con sus reformas sociales y económicas, como tampoco en el caso de Alemania, Francia, Italia y otros países.

Cuando un médico va a visitar a un enfermo, lo primero que hace es aliviarle el dolor y prestarle primeros auxilios, pero después estudia su historial clínico para poder dar un diagnóstico e iniciar la terapia necesaria. A medio plazo, el drástico descenso de las tasas de natalidad y el consiguiente envejecimiento de casi todas las naciones europeas serán los causantes de una peligrosa pérdida de vitalidad, la más importante de las causas de enfermedad de Europa. Con la significativa excepción de Francia, en casi toda la Unión se carece de propuestas de terapia, puesto que aún no se tiene suficiente consciencia del historial ni del diagnóstico. Por eso falta también previsión en cuanto a las repercusiones que tendrán el envejecimiento y la disminución simultánea de la financiación del Estado del bienestar.

Amodo de ejemplo, dentro de 15 años la mayoría de alemanes sobrepasará la edad de 60 años. Sin embargo, ya en la actualidad las con-tribuciones a la Seguridad Social no permiten financiar más que tres quintas partes de las rentas legítimas; dos quintas partes proceden de los impuestos. Dinamarca, que llevaba años en una situación similar, hace tiempo que realizó unas reformas ejemplares de su mercado laboral y del Estado del bienestar. Por eso Dinamarca goza de salud económica en la actualidad, y los demás estados escandinavos siguen su ejemplo. Sin embargo, la mayoría de políticos europeos se amilanan ante algo así... por miedo a los votantes.

La enfermedad actual más importante, según parece, es el alto desempleo que impera en la mayoría de estados miembros de la UE. Al investigar su génesis, debe reconocerse lo siguiente: sus causas no se encuentran en eventuales errores de la UE, y en modo alguno en el euro, como tampoco ahora en la globalización, sino que están originadas más bien por políticas interiores defectuosas de los estados miembros. Esto se aplica tanto a las políticas del mercado laboral como a las salariales, a cierta exageración del Estado del bienestar y las políticas sociales, y a la excesiva regulación de todos los campos económicos relevantes. En este sentido, Italia, Francia, Alemania y otros países parecen estar en el mismo barco, pero la responsabilidad no la tiene la UE en conjunto, ¡sino cada uno de los estados individualmente! Los gobiernos y los parlamentos nacionales son los únicos que tienen la obligación de equilibrar mejor los ingresos y los gastos de sus achacosos presupuestos. Sin embargo, cualquier terapia necesaria requiere de dinamismo y valentía.

Muchos ciudadanos y votantes presienten las desgracias venideras y tienen miedo. Cuanto mayor es una persona, menos desea aceptar cambios en sus condiciones de vida. Lo que desea es que todo se quede como está: ninguna novedad, ningún nuevo invento, ni nuevos competidores por los puestos de trabajo, ni inmigración, ni globalización. No obstante, muchos jóvenes sienten también que se les exige demasiado. El no de los referendos de Francia y Holanda (en Alemania seguramente habría tenido un resultado similar) está causado por diversos motivos. El principal motivo común es el rechazo y el miedo a novedades cuyas consecuencias no pueden calcularse. Lo mismo sucede en Alemania.

La ampliación del mercado común a diez nuevos estados miembros es jurídicamente legítima. Conllevará una nueva competencia, igual que el inmediato auge económico y tecnológico de China, India y otros países. Si no damos con un nuevo invento, si no logramos ofrecer nuevos productos y prestaciones, pronto otros no nos suministrarán sólo productos textiles, cámaras o embarcaciones; porque esos otros son capaces de fabricar los mismos productos que nosotros, pero con salarios y precios más bajos. Por eso, para nosotros la investigación y el desarrollo son infinitamente más importantes que el autoempleo y demás jueguecitos de la política del mercado laboral. El hecho de refugiarse siempre tras nuevas leyes y artículos, tanto si son de Bruselas como de Berlín, no le sirve a nadie. Cuando los parlamentos de los länder tengan que ocuparse de la adopción (en el derecho alemán) de una directiva europea superflua sobre el diseño de funiculares, o cuando la conferencia de consejeros de Cultura quiera modificar la ortografía por enésima (y siempre innecesaria) vez, tendrán que someterse a este afán de querer regularlo y ordenar todo lo que está arrasando en toda Europa.

Sólo populistas como Le Pen, Fortuyn o Lafontaine hablan como si se pudiera aislar la economía europea del mercado mundial y de la competencia. De hecho, hace ya siglos que nuestro bienestar depende de nuestro éxito en los mercados del mundo; en Alemania, por ejemplo, las exportaciones y las importaciones suponen desde hace mucho alrededor del treinta por ciento del producto nacional. La globalización no es más que una palabra nueva que define unos hechos antiguos, porque ni Airbus ni Peugeot, ni Volkswagen ni Siemens, ni los buques portacontenedores de las compañías navieras de Hamburgo serían concebibles sin el mercado mundial.

¿Abandonar el euro? ¡No se puede ser tan insensato! Si hoy en día hay periodistas y políticos imprudentes que lanzan la pregunta sobre si no supondría una ventaja abandonar la moneda única, entonces es que son tan insensatos como irresponsables. Los consejos de ministros y los comisarios de Bruselas no serán tan insensatos, a pesar de que hasta el momento la planificación a largo plazo no ha sido su punto fuerte. Una nueva lira se convertiría al instante en objeto de especulación de los miles de fondos hedge y bancos de inversión que actúan en todo el mundo. Sin la integración en un sistema monetario europeo, esto podría sucederle incluso a un nuevo marco alemán, como le ocurrió en el pasado a la libra esterlina.

Las instituciones de la UE no pueden curar las enfermedades sociales y económicas de los estados miembros. En el mejor de los casos, pueden ayudar a Polonia, Hungría y la República Checa, a los nuevos socios en general, a asimilar los miles de reglamentos que les han echado encima precipitadamente como acquis communautaire. Sin embargo, la UE no puede ayudarlos económicamente ni mucho menos, de forma parecida a como hizo en el pasado con Irlanda, España o Grecia, o del mismo modo en que los alemanes occidentales contribuyeron al bienestar de los orientales. Los gobiernos y los parlamentos de todos los estados miembros europeos, así como su opinión pública, tendrían que hacer mucho más: ellos mismos deberían reconocer sus enfermedades y sus déficit, y también las respectivas consecuencias.

Lo mismo vale para Alemania. Aquel o aquella que gobierne este otoño en Berlín debe saber: que la Agenda 2010 de Schröder llegó muy tarde; que era acertada, aunque a todas luces insuficiente. El famoso discurso que pronunció Roman Herzog el 26 de abril de 1997, con sus amplias propuestas y terapias, sigue siendo actualmente válido. No obstante, el estancamiento financiero, económico y psicológicamente importante del proceso de recuperación de la antigua Alemania oriental no debe dejarse de lado, ya que es el más importante de los factores patógenos alemanes. El que quiera gobernar necesita tener valor para buscar la verdad y la perseverancia, y esta necesidad no nos diferencia de todos nuestros vecinos de la Unión Europea.

El hecho de que la aclaración de las competencias y del peso de los votos dentro de la UE aún no se haya llevado a cabo es comparable a los fracasos de la Comunidad de Defensa Europea (CDE) del año 1954; por aquel entonces surgió confusión y decepción, pero no se interrumpió el curso de la integración europea. El fracaso de la Constitución europea es una fractura ósea, pero no una paraplejia. De cualquier forma, esto no impide a ninguno de los estados miembros solucionar sus problemas y curar sus enfermedades.

Así que se espera un rendimiento como no se había visto jamás en la historia mundial. Cierto que en el futuro más inmediato no se va a desatar una euforia europea, pero esto no es motivo para caer en el pesimismo. En lugar de eso, imperará el realismo. Europa no está acabada, ya que los europeos de ahora tienen los mismos genes que generaciones anteriores. Estos factores hereditarios permitieron que los europeos soportaran el inmenso número de víctimas de la Segunda Guerra Mundial y las dictaduras nacionalsocialistas, fascistas y comunistas, y que a la vez pudieran reconstruir sus sociedades con vigor, pero sin guerras civiles ni de ningún otro tipo.

¡Casi ninguno de los europeos que haya vivido había gozado jamás de mayor libertad que hoy en día, casi ninguno había vivido con un mayor bienestar: menudo rendimiento! El hecho de que quinientos millones de europeos, divididos en veinticinco naciones, con veinte idiomas nacionales que han evolucionado a lo largo de veinte siglos, hayan decidido unirse en virtud de su libre voluntad y sin la intervención de ninguna fuerza extranjera, es algo único en la historial de la humanidad. El fracaso de los referendos no cambiará nada de eso.

La Unión Europea tiene ante sí varios caminos factibles. Es posible que no se lleven a cabo los procesos de ampliación iniciados hasta el momento. Es posible, por desgracia, que la Unión Europea quede reducida a una zona de libre comercio con multitud de instituciones, algo que haría muy felices a los ingleses. Es posible que, aun sin Constitución, el Parlamento Europeo pueda forzar la parlamentarización necesaria y urgente de todas las decisiones de Bruselas. También es posible que, dentro de unos años, exista un grupo de varios gobiernos y naciones que formen un núcleo interno de Europa.

Sea como fuere, nosotros los alemanes, que estamos rodeados por nueve vecinos en el centro de Europa, que tenemos el mayor número de habitantes y la mayor economía nacional, debemos saber que no tenemos ninguna tarea estratégica mundial en otras partes de la Tierra; a decir verdad, nuestra tarea más importante es la de mantener una relación estrecha y pacífica con todos nuestros vecinos. Dentro de cien años seguirán siendo vecinos nuestros y, desde la edad media europea, Francia y Polonia son los más importantes. En un mundo cada vez más superpoblado, nosotros los alemanes aún dependemos más de la Unión Europea que la mayoría de nuestros vecinos.

Puesto que los pueblos de Europa pueden repasar su evolución como naciones a lo largo de un milenio, no es posible que una serie de ministros y diplomáticos lleven a cabo el proceso de unificación europea en unas pocas décadas. La UE necesita la aprobación y la voluntad de sus ciudadanos. La inminente sensación de impotencia que experimentarán las naciones pequeñas y medianas que actúan de modo individual permitirá que los ciudadanos se percaten de la necesidad de una Unión. Esto requiere tiempo y tomar mucho aliento. Jean Monnet, Robert Schuman, Giscard d´Estaing, Jacques Delors, muchos de los históricos lo sabían: sólo paso a paso podemos hacer retroceder el tradicional nacionalismo egocéntrico de los europeos. ¡Los estadistas de hoy en día y los comisarios de Bruselas excesivamente entusiastas deberían seguir su ejemplo!

HELMUT SCHMIDT, ex canciller de la RFA
© Die Zeit. Distributed by The New York Times Syndicate
Traducción: Falcó / Manero

4 comentarios

Imán -

¡Es un artículo muy bueno! Entre todos debemos construir unida, no una Europa en la que vale todo. Como dice el autor, "jamás hemos gozado de mayor libertad que hoy en día, casi ninguno había vivido con un mayor bienestar". Debemos aprovechar las ventajas de estar unidos y potenciarlas (libertad de movimientos, intercambios culturales… ¿para cuándo un espacio único de telecomunicaciones, una televisión de la Unión Europea, una empresa de transportes de los 25 países?) y hacer frente entre todos a los problemas existente. Pero para ellos debemos contar y construir entre todos, políticos y ciudadanos.

Sofía -

Se me olvido poner el nombre en el post anterior.

Anónimo -

Los políticos europeos quieren ocultar su escasa capacidad de liderazgo tras las promesas de una Europa fuerte.
Por eso pisan el acelerador.¿De verdad era necesaria ahora la ampliación a 25?¿Debe Turquía formar parte de la UE?
Desde el poder político se nos quiere hacer creer que sí. Una Europa fuerte pasa por la expansión y la cohesión política y económica.
Los actuales defensores del europeísmo han querido avanzar demasiado deprisa sin tener en cuenta las limitaciones naturales de la historia. Esta excesiva rapidez sólo puede conducir a un estancamiento de la situación o a una crisis, tras la cual pudiera conocerse el resurgimiento de una Europa más fuerte.
No obstante, lo más acertado sería dejar que la historia siga su propio ritmo, sin presiones.
Caminando despacio llegaremos antes a nuestro destino.

Jose -

La realidad es tan cruda como el poder que tienen ahora los medios de comunicación. Los políticos que nos rodean son simples marionetas que se dedican a competir unos con otros utilizando todo tipo de medio. Mientras, detrás están todo un conjunto de pueblos cuyos valores y progresos no son tratados.