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J. C. García Fajardo

Nesemu: Necesitamos crear un nuevo lenguaje

Estamos ante la explosión de lo blogosfera, y podemos morir de éxito o de frustración. Los bloggers no podemos descuidar nuestra formación para preparanos a una mejor utilización de este nuevo medio de comunicación que puede desbordarnos por exceso y por falta de precisión, de estilo y de imaginación. Sólo el necio (ne scire, el que no sabe) se permite decir que en el blog todo vale, que no hay que cuidar la ortografía ni la sintaxis ni la prosodia y la armonia en el lenguaje. Lo que debemos de emprender entre todos es ese nuevo lenguaje que acompaña al nacimiento y expansión de los nuevos medios de comunicación, y de expresión. Ni han muerto las Galaxias de Gutenberg y de MacLuhan, ni ya nos son suficientes para expresarnos en la nueva revolución del lenguaje. Quizás haya que regresar para aprender de los haikus, de los cuentos y de los cantos populares... o de los signos con significados nuevos... o de los silencios en los espacios y de las transposiciones en los tiempos. Puesto que ni el espacio ni el tiempo existen más que como conceptos, debemos reconocer el espacio por sus límites y ser coherentes con la realidad de que el tiempo lo vamos creando, lo vamos haciendo.

Nesemu
Por su interés y para nuestro personal ¿blogoteca? adjunto el interesante artículo de Justo Serna //Para qué sirven una bitácora// cuyo sumario estyaría en este párrafo: /Pues bien, a eso es a lo que debería aspirar todo ‘blogger’: a mirar, a observar, a tomar apuntes en este cuaderno de bitácora de un viaje sedentario que pasa por el ciberespacio, un viaje que también exige adentrarse por los libros que nos acrecientan, que nos dilatan y que nos sirven, precisamente, para contrastarnos y para sopesar mejor esas partes dispares de uno mismo, tan variables y contradictorias, sin consumación. Pero para eso no hay prisa: hay que tomar asiento, tratar de pensar y escuchar los ruidos del cerebro/.

//Para qué sirve una bitácora

Se multiplican los libros que tratan de captar el sentido, la dirección de esta revolución en marcha. En ocasiones, el impacto de lo nuevo es tal que el contemporáneo queda anonadado, batido por un empuje que no puede contener, mudo ante lo que ve y no comprende. Le faltan referencias con las que comparar, sucesos, personas u objetos con los que establecer analogías. Hay inventos, logros de la imaginación humana, que, en efecto, rompen en gran medida con las expectativas, hasta tal punto que resulta difícil conjeturar qué repercusiones tendrán. Ahora bien, no es extraño que sean probablemente menores de lo que sus apologistas sostienen con el ardor de lo nuevo. Y, precisamente, entre lo nuevo que ahora irrumpe en la realidad de nuestro tiempo están las bitácoras.
Ya he reflexionado en un par de ocasiones sobre el particular, pero creo que merece la pena volver sobre ello. Y vuelvo porque, en general, no me suelen convencer muchas de las explicaciones, de las radiografías o de los diagnósticos de quienes con dinamismo y contento saludan alborozados la llegada masiva de los ‘weblogs’. Es común leer en la propia Red bitácoras que dan noticias sobre la ‘blogosfera’, que añaden un sinfín de enlaces a derecha o a izquierda y que remiten, pues, a otros sitios o ‘blogs’ que, a su vez, reenvían a otras direcciones. El ‘link’ es un utilísimo instrumento y hace cooperativa la escritura en Internet, pero la multiplicación de esta herramienta no garantiza hallazgos notables: podemos estar yendo de aquí para allá sin lograr obtener datos, referencias o contenidos destacables.
En general, muchos ‘bloggers’ aspiran a convertirse en fuentes de noticias, algo así como reporteros, cronistas intrépidos capaces de dar cuenta de aquello que la prensa de papel no suministra por desatención, por rutina o por simple censura. La meta es sugestiva y si efectivamente el periodismo digital o las bitácoras informan de lo que no se atreven o no pueden informar los medios tradicionales, entonces tendrán un papel destacado. En países en los que la censura impide la libre difusión del dato, de la noticia, de la revelación, el ‘blog’ puede transmitir lo que los poderes tapan y ocultan, hecho que a sus responsables les ha podido poner en estado de riesgo. En aquellos otros países en los que la censura no es política, el ‘blogger’ puede competir con los periodistas en el suministro de la información, siendo, por ejemplo, más audaz que el reportero sometido a los esquemas de su propio medio de comunicación.
Hay, sin embargo, algo de espejismo en esta pretensión, pues no es exactamente información lo que hoy necesitamos, al menos en un Occidente saturado, ‘infoxicado’, sino criterios de discriminación del dato y de la fuente. Recursos para poder establecer juicios fundados, opiniones firmes y documentadas. Hace unos quince años nos recordaba Umberto Eco que el lector dominical del ‘New York Times’ tenía ese día mayor cantidad de información en el papel impreso que lo que podía tener un europeo ilustrado del Setecientos a lo largo de toda su vida. Ese exceso, esa abundancia, puede generar material repetido e irrelevante, pero sobre todo puede provocar todo tipo de patologías, entre ellas la que Richard Saul Wurman llamó ‘Information Axiety’.
He leído estos días un libro de Alejandro Piscitelli titulado ‘Internet, la imprenta del siglo XXI’. Entre otras cosas, este volumen es una sensatísima revisión de las potencialidades de la Red, un examen sucinto pero exacto de los recursos y desarrollos de la ‘blogosfera’ y sobre todo una defensa de la idea de bitácora como espacio de contenidos, de juicios, de reflexiones. Hablando precisamente de los cambios experimentados por las bitácoras tras los conflictos de Irak, decía: “Es cada vez más claro que el objetivo del futuro inmediato no será obtener más información (la que tenemos nos desborda permanentemente), sino volver inteligible la preexistente (...). En síntesis, habrá que elegir, es decir dejar fuera de nuestro foco de atención el 99% de toda la información disponible (...). En un mundo infoxicado es mucho más importante desinformarse que sobreinformarse. Necesitamos acudir a pocos datos, sólo los importantes. A pocas interpretaciones, las más atinentes”.
Pues bien, observando esta sensata conclusión, descubrimos que lo nuevo no es tan inaudito y que el buen juicio también se impone en el empleo de la Red. Los recursos no son nada sin un criterio firme que nos faculte para poder discriminar. Entre los modelos de bitácora que Alejandro Piscitelli recuerda están los ‘blogs’ propiamente, los diarios y los filtros. Del segundo de los tipos dice que los comentarios que incluyen son “más largos y razonados. Las entradas personales a veces parecen una narración con cierta lógica y autonomía. Aunque en ellos ocasionalmente aparecen links, el corazón de la forma weblog son las propias rumiaduras del autor. Independientemente del formato (...) lo que distingue a estos weblogs (...) es que tienden a ser más un trabajo de formulación y trascripción de ideas que un registro de eventos”.
Comparto esa descripción. En efecto, me gustaría leer más frecuentemente bitácoras en las que el autor expresara el devenir mismo de su pensamiento, su constitución, su forma incluso caótica, su fragmentación, por supuesto, pero también el azar que inspira los ruidos de su cerebro. Digo esto y me acuerdo, ustedes me perdonarán, de Michel de Montaigne, de su forma rica, plural y variada de escribir un diario que es registro inestable de sus elucidaciones.
“No sólo me agitan los vientos de los acontecimientos según su inclinación, sino que además me agito y me turbo yo mismo por la inestabilidad de mi naturaleza; y quien se observe atentamente, apenas se verás dos veces en el mismo estado. Préstole a mi alma ya un semblante, ya otro, según la coloque. Si hablo de mí de distinta manera, es porque me veo de distinta manera. Todas las contradicciones se dan en mí alguna vez y de alguna forma (...); y cualquiera que se estudie bien atentamente, hallará en sí mismo e incluso en su propio entendimiento, esta volubilidad y discordancia. Nada puedo decir de mí, de forma total, entera y sólida, sin confusión ni mezcla, ni en una palabra”, decía Michel de Montaigne en el capítulo primero del Libro II de sus ‘Ensayos’.
Como tantas veces se ha señalado, el relato de los ‘Ensayos’ es casi una especie de diario, una escritura que se traba sobre la marcha, conforme se desgranan pensamientos improvisados, a los que suceden otros de mayor asiento y organización. Es, sí, un monólogo interior en el que Dios carece de presencia y en el que los lectores como comunidad externa a la que se dirige no cuentan para expresarse, para dar apariencia de orden.
Montaigne escribe para sí, tortuosamente, incluso confusamente, sin la belleza de lo armónico o equilibrado o coherente, como él mismo reconoce en el párrafo anterior. André Gide sostuvo que la forma de relatar del ‘Señor de la Montaña’ era espejo del devenir, una metáfora del curso de las cosas. El objetivo de Montaigne no pasa por hacer de su prosa una autobiografía bien encajada ni tampoco aspira a poner en orden y sistema lo que por principio es inarmónico, plural, diverso, algo que carece de la congruencia con la que queremos escribirnos o recordarnos: desea sólo dar cuenta de cómo piensa, de cómo elabora razonamientos discontinuos, de cómo se recuerda y de cómo se explica al rozarse con el mundo.
Esa frotación es precisamente la que le recomendó Achille-Cléophas Flaubert a su hijo, a aquel que iba a alcanzar la gloria como novelista algunos años más tarde. Achille-Cléophas le apuntaba en una carta: “Aprovecha el viaje y acuérdate de tu amigo Montaigne, que quiere que se viaje para dar cuenta principalmente de los humores de las naciones y de sus costumbres, y para ‘frotar y limar nuestro cerebro contra el de otro’. Mira, observa y toma apuntes”.
Pues bien, a eso es a lo que debería aspirar todo ‘blogger’: a mirar, a observar, a tomar apuntes en este cuaderno de bitácora de un viaje sedentario que pasa por el ciberespacio, un viaje que también exige adentrarse por los libros que nos acrecientan, que nos dilatan y que nos sirven, precisamente, para contrastarnos y para sopesar mejor esas partes dispares de uno mismo, tan variables y contradictorias, sin consumación. Pero para eso no hay prisa: hay que tomar asiento, tratar de pensar y escuchar los ruidos del cerebro.//

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