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J. C. García Fajardo

Nesemu: El agotamiento de las hegemonías

/Estados Unidos no se ha percatado aún de que al otro lado del Atlántico se está gestando una nueva y poderosa realidad. Tendemos a ver Europa como un lugar donde pasar las vacaciones./, escribe Jeremy Rifkin, prestigioso profesor y analista internacional, autor de El sueño europeo: Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano (Paidós). No todo está tan negro como parece. Muchos observadores pensamos que la política que ha sucedido a la guerra fría, -que había mantenido la tensión entre las dos grandes potencias durante medio siglo-, y que dió una insólita e insoportable hegemonía a EEUU, hasta la elección de Bush Jr, está dando síntomas de agotamiento, como sucede a los mejores metales. Como admiradores del gran pueblo norteamericano es preciso ayudarle a digerir el empacho que padece. En ello nos va la existencia a la mayor parte de las democracias occidentales. También a los países emergentes del Sur sociológico. (No más Tercer Mundo). Compartimos muchas cosas y no podemos exponernos a perder lo mejor de nuestro pasado. Es inconmensurable el acervo positivo y rico que compartimos. Ante el auténtico peligro que se alza como un tsunami en el Lejano Oriente, y en el Pacífico como nuevo eje geopolítico, debemos mostrar un frente unido y dinámico, abierto y generoso, para tranquilizar al gran coloso chino y ayudarle a que pueda crecer sin convulsiones. El terror ante una conmoción interior de cientos de millones de seres sojuzgados que todavía no han caido del todo en la cuenta de que un mundo nuevo ha amanecido, también para ellos, puede ser de consecuencias espantosas.

Nesemu

//Está previsto que el presidente Bush visite Bruselas el 22 de febrero. Esta visita exterior podría resultar la más importante de su presidencia. El propósito aparente del viaje es dialogar con los líderes de la Unión Europea. Si el que realiza dicho peregrinaje fuera cualquier otro jefe de Estado, posiblemente no se levantarían muchas cejas en los círculos diplomáticos. Pero para Bush, la visita posiblemente sea un acontecimiento decisivo.
Las autoridades europeas se apresuran a señalar que en los primeros cuatro años de su mandato el presidente Bush sólo se refirió a la UE cuatro veces de pasada. Difícilmente el tipo de reconocimiento que uno podría esperar, considerando que ésta es la única otra superpotencia económica del mundo y una cercana rival de Estados Unidos en la economía mundial.
Hasta hace pocas semanas, el Gobierno de Bush ha preferido tratar con cada país europeo por separado, olvidando casi por completo el hecho de que 455 millones de europeos de 25 países miembros han establecido el primer espacio de gobierno transnacional de la historia. La UE es también el principal exportador mundial, y presume de ser el mayor mercado comercial interno de la Tierra. Y por si eso no bastara para convencer a los que dudan de esta categoría recién descubierta, la moneda europea, el euro, es ahora más fuerte que el dólar en los mercados mundiales. Estados Unidos no se ha percatado aún de que al otro lado del Atlántico se está gestando una nueva y poderosa realidad. Tendemos a ver Europa como un lugar donde pasar las vacaciones.
Pero, en lo referente a la estatura económica, la mayoría de los estadounidenses, así como una serie de elocuentes euroescépticos dentro de Europa, consideran a ésta una economía moribunda, asaltada por prejuicios antimercado, políticas laborales inflexibles, la precariedad del empleo, programas de seguridad social excesivamente amplios, burocracias estatales infladas y una población envejecida. Aunque hay cierta verdad en estas afirmaciones, en medio de todos los fallos existe otra realidad más profunda que se está pasando por alto entre todos estos ataques.
Prácticamente todo el continente vive ahora bajo una bandera común, un pasaporte único y, pronto, una Constitución común. En gran medida, los estadounidenses tenemos puestas las anteojeras. El problema es que conservamos el hábito de comparar a Alemania con Estados Unidos, o al Reino Unido con Estados Unidos, o a Francia con Estados Unidos. Pero en el campo comercial, dichas comparaciones tienen cada vez menos sentido.
La mayoría de las empresas que conozco personalmente se consideran cada vez más europeas. Eso se debe a que se encuentran bajo el paraguas de un régimen regulador europeo común, administrado por la Unión Europea desde Bruselas, al igual que las estadounidenses se encuentran bajo un régimen regulador administrado desde Washington DC.
En muchos de los principales sectores de actividad del mundo, son las multinacionales europeas las que dominan el sector y el comercio. Las instituciones financieras europeas son los banqueros mundiales. Catorce de los veinte mayores bancos comerciales del mundo son actualmente europeos.
En la industria química, la industria mecánica y de la construcción, la industria aeroespacial, la industria alimentaria, el comercio farmacéutico al por menor y el sector de los seguros, por nombrar sólo algunos campos, las empresas europeas superan a sus homólogas estadounidenses. Sesenta y una de las mayores empresas incluidas en las clasificaciones de Global Fortune 500 son europeas, mientras que sólo 50 son estadounidenses.
Con esto no pretendo insinuar que las empresas europeas hayan superado repentinamente a sus competidoras estadounidenses. En algunos sectores, las empresas europeas son claramente líderes del mercado, mientras que, en muchos otros, las estadounidenses siguen dominando.
Por el contrario, el mensaje es que con gran frecuencia las empresas ubicadas en Europa pueden compararse con sus homólogas estadounidenses. Aun así, a la economía de la UE le queda un largo camino por delante hasta alcanzar su objetivo de convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo.
El crecimiento económico es anémico, el desempleo elevado, y los Estados miembros de la Unión Europea han sido lentos a la hora de integrar su mercado interno. Pero Estados Unidos haría mal en ignorar el potencial económico del continente europeo a largo plazo. En el transcurso de los próximos veinte años, los Estados miembros de la Unión Europea establecerán una red continua de transportes, comunicaciones y energía, y crearán un solo conjunto de protocolos y políticas para regir las actividades empresariales en el continente. Es más, el inglés será la lengua franca para hacer negocios en el continente.
Si la Unión Europea puede efectuar intercambios comerciales entre sus países miembros con la misma facilidad que nosotros a través del Estados Unidos continental, es muy posible que se convierta en la potencia económica dominante. Los cargos electos de Bruselas hablan mucho de la perspectiva de que el presidente Bush se dirija al Parlamento Europeo en su próxima visita. Permítanme insinuar que si la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, llega a convencer al presidente de que pronuncie ese discurso, las consecuencias políticas reales podrían ser tan significativas, a su manera, como las de la audaz jugada del secretario Henry Kissinger cuando hizo que el presidente Richard Nixon visitara China hace 33 años.
El reconocer formalmente a la Unión Europea de esta manera tan pública podría ayudar a iniciar una era de cooperación entre Europa y Estados Unidos, y servir de mucho a la hora de reducir las fisuras abiertas desde el final de la guerra fría.
Se da mucha importancia a las enormes ventajas económicas que ha obtenido Estados Unidos el entablar un diálogo político y relaciones comerciales con China. Sin embargo, el presidente Bush y sus asesores deberían tener en cuenta que, pese a todo su crecimiento económico, el PIB de China es significativamente menor que el de la Unión Europea.
En los próximos 24 meses, es probable que los países miembros de la UE ratifiquen una Constitución que consolidará una evolución de 50 años hacia la creación del Estados Unidos de Europa. La principal pregunta en la mente de los dirigentes europeos es si el presidente Bush aprovechará el momento histórico y hablará ante el Parlamento Europeo, o dejará pasar la oportunidad. //

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