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J. C. García Fajardo

Yo también soy semita, árabe, judío y cristiano

En estos momentos de confusión y de ceguera por la loca pretensión de controlar las fuentes de los hidrocarburos y establecer un enclave de obediencia norteamericana en Oriente Medio, nos inundan desde los medios de comunicación con auténtica propaganda dirigida a minusvalorar, y hasta a despreciar la impresionante civilización árabe-musulmana expresada en diversas culturas. Es hora de reconocer la enorme aportación a la historia de la humanidad de la gran civilización árabe musulmana así como a las incalculables aportaciones de las tradiciones y culturas judías, que no hay sólo una sino que son diversas y que han contribuido al progreso y a la civilización. Son imprescindibles para desenmascarar un pretendido antisemitismo, que no existe, pero del que llevan décadas intentando aprovecharse algunos sectarios judíos que han llegado nada menos que a apropiarse del concepto de “semita”.
Los árabes, los nabateos y otros pueblos son tan semitas como los israelitas o judíos. Nosotros, muchos occidentales europeos y americanos, también tenemos un rico componente semita sin el cual perderíamos nuestras señas de identidad. Tanto los componentes greco romanos, como judío cristianos son inseparables de los aportes árabe musulmanes sin los cuales sería incomprensible la verdadera naturaleza  de muchas culturas europeas, y por extensión de toda América. No estamos hablando de los israelíes que son, exclusivamente, los ciudadanos del Estado de Israel, desde 1945, cuando Ben Gurión creó ese Estado bajo los auspicios de la ONU. Antes no había israelíes, y desde entonces, entre los ciudadanos del nuevo país, nación o Estado, muchos eran judíos, otros musulmanes y otros cristianos. Poco a poco, el pensamiento sionista, en su disparatada aventura de crear Ersetz Israel el Gran Israel, que nunca ha existido en la historia, salvo en la calenturienta fantasía de una serie de iluminados, pero que lleva explotando sin tregua el victimismo por las persecuciones que los judíos habían padecido a lo largo de la historia, pero sobre todo desde la ignominiosa persecución nazi que alcanzó su culmen en el Holocausto.
Es cierto, que por motivos no siempre justificados ni transparentes, por el mundo existen muchas personas, sobre todo muy influyentes, que poseen los dos pasaportes, el de su Estado de origen y el del Estado de Israel. Es una loca pretensión, cada vez menos defendible, de disfrutar de las ventajas de su país de origen y de una pretendida supranacionalidad que les podría permitir actuar financieramente desde la mítica capital Jerusalén, convertida en capital de un paraíso fiscal con numerus clausus y, a la vez, formar parte del poderoso lobby judío. Estos aventureros, que no el pueblo judío ni el pueblo de Israel, son responsables de muchos de los malentendidos y de las incomprensiones que padecen honorables y justas personas que pertenecen a la rica tradición cultural hebrea. Hoy en día ya no se puede hablar del componente religioso como fundamental ya que una gran parte de estos propagandistas sectarios no profesan más religión que la del dinero, la del poder y la de una pretendida superioridad que sin rubor enlazan con el mítico concepto de pertenecer a un pueblo elegido, ¿por quién?
Por eso es preciso desenmascarar a estos arribistas y considerar las circunstancias de los ciudadanos del Estado de Israel distinguiéndolos de los millones de judíos que viven desde hace siglos en los más diversos lugares del mundo, pagando sus impuestos, sirviendo en sus ejércitos, respetando sus leyes y cooperando en el progreso de esas naciones, que son las suyas. La confusión querida por personas sin escrúpulos nos han traído a la situación actual que no produce más que perplejidad, asombro y rechazo. Sólo el mutuo conocimiento y respeto podrá llevarnos a todos a un mañana más justo, libre y habitable.
El Estado de Israel ya es un hecho refrendado por la comunidad de naciones y que debe merecer todo nuestro respeto, comprensión y ayuda. Lo inadmisible e injusto es que los palestinos no puedan disfrutar de los mismos derechos que los israelíes dentro de un Estado de Palestina reconocido internacionalmente. ¿Por qué les temen?¿Por qué no han respetado y cumplido las repetidas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que les obliga a reconocer y a retirarse a las fronteras de 1976? ¿Por qué esa locura injustificable, agresiva y contra todo derecho de la construcción del Muro, que en muchos tramos arrebata tierras que pertenecen a los palestinos? ¿Por qué se han apoderado de las aguas que regaban sus campos, en los que trabajaban y los alimentaba, y de la libre circulación entre naturales de unas mismas tierras, los palestinos, mediante la construcción de ese muro de la infamia que no puede generar más que reacciones de legítima defensa  por parte de los despojados y exiliados en campos desde hace más de cuarenta años? ¿Es que los más de cinco millones de palestinos desterrados no tienen derecho a defenderse y a recuperar sus tierras? ¿O lo que ellos hacen de manera tan dolorosa y lamentable es terrorismo y lo que llevan décadas haciendo los diversos gobiernos del Estado de Israel perpetuando y agravando no es otra cosa que terrorismo de Estado? ¿ Han cumplido las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que les obliga a retirarse de las tierras ocupadas en Cisjordania, los altos del Golán y Gaza en su integridad, así como tuvieron que hacerlo del sur del Líbano? Se han emperrado en construir colonias ilegales en tierras que no les pertenecen. No es de recibo el pretexto de que lo hacen para garantizar su seguridad. Ese es el criterio infame de los dictadores, déspotas y tiranos que pretenden aplicar la imperialista teoría del espacio vital, Das Lebens Raum, antes de la guerra preventiva, en espera de proclamar la teoría de las fronteras naturales.¿Establecidas por quién?
Ante este dolor inicuo, en el que padecen civiles, niños, mujeres y enfermos hay evidencias de la u1tilización de bombas de fósforo blanco contra civiles. Son bombas prohibidas por la ONU y que el ejército israelí dice que lanza con fines de orientación estratégica. Hemos visto las fotos que dan la vuelta al mundo con rostros de niños abrasados.
Ante todo esto, nos declaramos semitas, mestizos descendientes de judíos y de árabes y exigimos el alto el fuego sin condiciones porque ninguna víctima civil es un daño colateral sino que son nuestras víctimas. Como hizo el rey de Dinamarca al ver sus tierras invadidas por las tropas nazis. Estos impusieron las ignominiosas leyes racistas por las que los ciudadanos daneses judíos tenían que llevar una estrella amarilla cosida a sus ropas. El anciano rey, salió una mañana a caballo, sin acompañamiento alguno, en un silencio impresionante que quitaba el aliento en Copenhague, llevando dos estrellas amarillas cosidas a sus ropas en el pecho y en la espalda. Que no tengamos hoy que ponernos la media luna como infamia porque las acompañaremos con la cruz y con la estrella de David.

José Carlos Gª Fajardo

2 comentarios

Charles Michaelson -

La gente no piensa por sí misma porque es más atractivo escudarse bajo moldes vacíos de significado. De izquierdas, de derechas, anti-semita... déjen-nos vivir en paz.

Jorge P. -

Hay quien habla por nosotros. Nos intentan decir quien somos por haber nacido en un lugar u otro. Cada uno tendríamos que levantarnos y decir: "No, perdona, yo sé quien soy".