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J. C. García Fajardo

En estos tiempos de borreguismo. ¡insumisión!

Félix de Azúa en un artículo excelente Incomodidad del insumiso ofrece criterios de gran valor para afirmarnos en el derecho a ser nosotros mismos, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. A propósito de George Orwell y su ejemplar actitud en tiempos de una crisis similar, en una Europa decadente, permitidme que subraye algunas afirmaciones de antología, porque en alzarnos o doblegarnos quizás nos vaya la vida, la esperanza, la libertad y la dignidad:
José Carlos Gª Fajardo

//Ciertamente, de haber vivido en tiempos más amables habría sido un escritor de cierto mérito, pero, como simiente en la tierra, su conciencia fue a caer en la rastrojera de Hitler, de Stalin, de la guerra civil española, de los trotskistas ingleses, y dadas las leyes del crecimiento orgánico, el desarrollo de aquel brote ya no pudo tener la airosa ligereza de un gladiolo sino la fortaleza indestructible de una pita. Él representa el linaje intelectual en una época dominada por la bastardía. No pudieron con él ni los despiadados aristócratas británicos, ni la necia burguesía, ni los resentidos comunistas, no los nazis vesánicos, a George Orwell le mató un microbio, el enemigo más poderoso de los humanos, un bacilo.
Sin embargo, trataron de machacarle todos los enemigos de aquellas cualidades que Orwell admiraba y practicaba: el coraje para defender la libertad individual, el rigor intelectual capaz de sostener un razonamiento con solidez, la honradez que busca remedio para la vida a todas luces injusta de millones de personas sometidas a la arrogancia de los poderosos. Fue, desde luego, un gran tipo pero lo habría sido sin la ayuda del horror. Su talento consistió en aprovechar la inercia masiva del terror para combatirlo. Así, por ejemplo, como testigo de los asesinatos cometidos por los comunistas en Cataluña durante la guerra civil, no podía callar, a pesar de que se sabía que su testimonio iba a levantar una nube de calumnias en su contra y que se quedaría solo. Pero empinado en la destructora ola del totalitarismo, cabalgando sobre ella, tomó una altura superior a la de sus sepultados contemporáneos.
En aquella Europa estúpida y canalla, Orwell, Camus, quizás también Koestler, son las escasas figuras que se mantuvieron tenazmente aferradas a una honestidad intelectual peligrosa en el océano de oportunistas y aprovechados a los que los propios comunistas llamaban “tontos útiles”, gente de buenos sentimientos, almas bellas que tragaron cuantas mentiras les dictó el poder de derechas y de izquierdas, y cuyos oídos permanecieron taponados hasta que se les dio la orden de abrirlos durante un rato. Luego los volvieron a cerrar hasta nueva orden.
La supervivencia de los testigos incómodos de aquella época ruin demuestra su valor de clásicos, modelos para quienes osamos vanidosamente hablar en público. Todavía hoy es aconsejable vanidosamente hablar en público. Todavía hoy es aconsejable leer a Orwell, a Camus, a Koestler, a pesar de que ya no existe la URSS, Argelia querría ser francesa, y la eutanasia lleva camino de legalizarse, no por los principios éticos que defendía Koestler, sino para rebajar la factura. En cambio, no hay quien lea una línea de los que escribieron sus exitosos enemigos. La mentira y sobre todo la mentira ideológica, es decir, la que afirma expresar principios morales pero esconde intereses dinerarios, engaña sólo unos años, mientras haya gente que se enriquece y desea fervientemente ser engañada. En cuanto muda de lugar el centro de reparto, como ahora con el nacionalismo, los héroes morales cambian de principios de la noche a la mañana y se les ve correr pasillo arriba, pasillo abajo con una escudilla en la mano. Antes defendían al proletariado internacional. Ahora a la oligarquía local.
El principio al que jamás renunció Orwell es muy simple y me van a permitir que lo cite en su lengua orginal: “If liberty means anything at all it means the right to tell people what they do not want to hear” (“The Freedom of the Press”). Es decir, si liberty significa algo, ha de ser el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír. He dejado un palabra en inglés porque implica un matiz que el español, poco ocupado en finuras, no puede dar. Vean que Orwell utiliza la palabra liberty y no freedom, la cual si aparece en el título del artículo donde tomo la cita. Por liberty hay que entender la libertad para vivir a tu albedrío, sin restricciones gubernamentales y autoritarias, faculty or power to do as one likes, dice el diccionario Oxford. Es por tanto una actividad personal. En cambio, freedom es el derecho de decir o hacer lo que uno quiere según las reglas de la convivencia. Como es lógico, por ser un derecho, el segundo concepto se regula mediante ley. Así que la lucha por la libertad de expresión pertenece a la freedom pero la liberty es una cosa de cada cual, algo que uno usa o deja pudrir. Por eso decimos en español, “me tomo la libertad de decirle a usted lo que no quiere oír”. La libertad personal hay que tomarla, empuñarla por uno mismo, sin ayudas legales. En España hay millones de defensores del derecho a la libertad de expresión, pero casi nulas defensas de la libertad personal, de la responsabilidad individual.
Lo que a Orwell le parecía liberador era enfrentarse a aquello que el gobierno, la autoridad y la gente (la opinión pública) quiere imponernos, sea por negocio, comodidad, pereza mental, conservadurismo, inercia, maldad o alucinación. Ahora bien, para poder dicer algo que contradiga o corrija la presente opinión, es preciso que los presentes escuchen. Para disentir es necesario estar entre la gente de uno, los afines, los camaradas, porque disentir de los adversarios en territorio adverso es una obviedad y no sirve de nada.
En resumen, para Orwell la palabra libertad es sinónimo de insumisión. La libertad personal es molesta, es antipática, nos incomoda y por eso todo el mundo trata de aplastarla...

Tan extrema insumisión le mantuvo al margen de la sociedad fáctica, la cual, en cambio, recibía con alborozo a comunistas y nazis en las fiestas de canapé y chistera, mientras Chamberlain iba regalando poblaciones a Hitler. Fue machacado tanto por la crítica oficial conservadora como por la de la izquierda remunerada. Es mentira que su Homenaje a Cataluña (1938) tuviera la menor repercusión fuera del círculo de los que deseaban quemarlo en una pira. El libro fue bombardeado por todos los opinadores conocidos y populares, fueran de derechas o de izquierdas, y no se reimprimió hasta 1951. En ese libro Orwell había dicho lo que nadie quería oír, algo que destruía el romanticismo de una guerra sureña, de milicianas ojizarcas con aroma de ajo y jazmín, como las del trivial Ken Loach. Como es lógico, los empleados del Partido Comunista Británico escribieron en toda la prensa progresista que Orwell estaba al servicio de Franco. Esos mismos héroes populares habían aceptado sin mover un músculo el pacto de Stalin con Hitler. E incluso lo explicaron a las pobres masas desorientadas.

Su fama y reconocimiento sólo llegaron con la publicación de Animal Farm (1945) y sobre todo de la impresionante 1984 (1949). Comenzaban la Guerra Fría y el Equilibrio del Terror, y a los británicos se les permitió abrir un momento los oídos para recibir un par de informaciones sobre Stalin, aunque sobre Hitler y el holocausto no se informaría seriamente hasta los años sesenta. De inmediato todos reconocieron con grandes cabezadas que el único que había mantenido una postura honesta e inteligente era Orwell. Lo descubrían un poco tarde. Orwell murió al año siguiente. Aunque no para sus lectores.

3 comentarios

Fran -

La valentía de no quedarse a salvo, encerrados en un silencio culpable.
Ojalá todos los periodistas fuesen conscientes de la responsabilidad que tienen al dirigirse a una audiencia. Si tuviesen un criterio de justicia no se escucharían las cosas que se escuchan en la radio a veces que le revuelven a uno el estómago. Parecen que cantan a un nuevo enfrentamiento.

Carlos Miguélez -

1984 es una de esas verdades que duelen y que no queremos oir. No queremos reconocer que nos dirijimos hacia un totalitarismo y un pensamiento único impuestos por las grandes corporaciones. En cierta manera, la uniformidad de la vida moderna nos recuerda al totalitarismo soviético de 1984.

Rôvënty -

Todos necesitamos a personas como George Orwell. Son personas que son recordados por la historia, su mensaje no se olvida, los que yo llamo "inmortales". Lo son porque no pueden mirar hacia otro lado cuando contemplan el horror, no pueden no sentir, no decir la verdad aunque duela. Por eso la vida de estas personas nunca es fáci, pero son valientes y fieles a sí mismos. Muy pocas personas son capaces de llevar esa vida, la mayoría se ahoga en el yugo de la sociedad, de la comodidad y del consumo. Pero su mensaje es verdadero y por eso perduran en el tiempo.