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J. C. García Fajardo

"Debes saber, me dijo Giono una vez, que en la vida hay momentos en que una persona tiene que salir y afanarse en busca de la esperanza"

“Entonces comenzó a clavar la vara de hierro en la tierra, abriendo agujeros en los que plantaba una bellota; luego rellenaba el agujero. Así plantaba robles. Le pregunté si aquella finca le pertenecía. Me repuso que no. ¿Sabía de quién era? No lo sabía. Suponía que era de propiedad comunal, o tal vez perteneciera a personas que no le daban mayor importancia. No tenía el menor interés en descubrir de quién era. Plantó las cien bellotas del día con sumo cuidado… Había plantado ya cien mil bellotas en tres años… Fue como si la creación floreciera en una reacción en cadena. A él tanto le daba; tenía la determinación de concluir su tarea con sencillez; pero de regreso hacia el pueblo vi que el agua manaba en arroyos que llevaban secos desde tiempos inmemoriales… Ha descubierto una forma simple de ser feliz.”

“El hombre que plantaba árboles”, Jean Giono. Edit. Los pequeños libros de la sabiduría, 2004.

Estamos ante un relato de 70 páginas in octavo lleno de sensibilidad. Ante un canto al desinterés y a la generosidad y que exalta el valor que hay en un acto tan sencillo como es plantar un árbol.
Esta es la historia de Elzéard Bouffier, un pastor que durante años se dedicó a plantar árboles en una zona de Provenza y convirtió en una tierra llena de vida y de verdor lo que antes era un erial desolado. El relato del autor, Jean Giono, se inicia en 1913, época en que conoce al pastor solitario que plantaba árboles y termina en esa misma comarca más de treinta años después, cuando la visita después de guerra y la encuentra convertida en un vergel.
Este hermoso relato de Jean Giono encierra un vigoroso alegato contra la destrucción de la vida y es un canto, sobrio y austero, a la armonía mediante la cual los seres humanos conservan y enriquecen la tierra en la que coexisten con los animales. La figura del solitario pastor que, de forma desinteresada y anónima, crea vida para el bien de los demás seres humanos, animales y vegetales, allí donde había dejado de haberla.
Es un elogio al trabajo personal del que actúa no para que lo vean pero que no oculta su obra al visitante. El anciano pastor es un personaje entrañable, símbolo de la sabiduría que conoce y revela nuestro enraizamiento en la tierra. Su experiencia establece una profunda comunión con el mundo de las plantas, purifica y renueva la tierra que nos reconforta y nos reconcilia con la muerte. Esta no es más que la exaltación de la vida que se transforma, aunque no sepamos cómo. ¿Acaso importa el tiempo que precedió a nuestro nacimiento?

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