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J. C. García Fajardo

Parece de imbeciles, pero es cierto el absurdo alcanzado por el falso nacionalismo de algunas comunidades

Ni en clase, ni en el recreo, ni en las reuniones de padres. El Ayuntamiento de Merchtem, una localidad belga a 15 kilómetros de la bilingüe Bruselas, ha prohibido el uso del francés y de cualquier idioma que no sea el flamenco, so pena de sanción, en sus cuatro escuelas públicas. La polémica decisión del alcalde de Merchtem se produce en un momento de alta tensión entre flamencos y valones, las dos grandes comunidades políticas en las que se divide el Estado federal belga. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y la extrema derecha independentista subiendo como la espuma, la prohibición de Merchtem echa leña a un fuego encendido hace días por el ministro presidente de la próspera región de Flandes, Yves Leterme, quien acusó a los francófonos de estar intelectualmente discapacitados para aprender flamenco.
El complejísimo sistema político belga, en el que cada comunidad lingüística cuenta con un Parlamento propio, responde a la realidad de un país surcado por la frontera que divide el país entre el norte flamenco y el sur francófono y en el que alrededor del 40% de la población es francófona, y el resto, salvo una minoría germanófona, habla flamenco. La lengua divide así el país y a sus habitantes, que tienden a funcionar dentro de sus comunidades y a no mezclarse con la de enfrente. El aislamiento e incluso enfrentamiento entre flamencos y valones dura ya décadas, pero en los últimos años, la brecha no ha dejado de crecer y los discursos secesionistas ganan adeptos.

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