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J. C. García Fajardo

No todo es tan democrático en Israel como se pinta

Me parece interesante este artículo del General y muy fino analista político, Alberto Piris, La anomalía israelí  que hoy publica en el CCS:
Con motivo del correcto traspaso de poderes observado en el Gobierno de Israel tras la incapacitación de Ariel Sharon, mucho se ha insistido en que eso es lo normal en un Estado democrático. Se recalca de ese modo esta positiva cualidad de Israel, en contraste con los regímenes autoritarios árabes que constituyen su esfera geopolítica. No conviene, sin embargo, llevar las cosas al extremo, porque la susodicha democracia israelí presenta anomalías que la ponen en entredicho y le confieren rasgos que rayan en lo teocrático.
Un editorial del diario Haaretz (18-12-05) recordaba que en Israel sigue estando en vigor la clasificación de los ciudadanos por su adscripción religiosa, lo que, como uso democrático, deja bastante que desear. El caso es que, de entre los inmigrantes llegados a Israel en los últimos diez o quince años, cerca de 300.000 no han sido reconocidos oficialmente como judíos y tampoco se definen ellos a sí mismos como cristianos o musulmanes. Por eso, los órganos estadísticos los clasifican como “otros”, lo que les somete a serias limitaciones en su vida privada, por ejemplo, en lo que respecta al matrimonio, pues no existe en Israel matrimonio civil. Se da también el caso de soldados muertos en acto de servicio que, al no ser oficialmente judíos, no pueden ser enterrados con honores en los cementerios militares.
Conviene recordar que, según la legislación en vigor (la llamada Ley del Retorno), sólo se tiene por judíos a los hijos de madre judía o a los que han sido aceptados como tales por un tribunal rabínico. Es también sabido que, por lo general, el rabinato tiende a restringir las conversiones, temeroso de que un excesivo número de nuevos judaizantes debilite la ortodoxia religiosa, a la vez que los políticos las alientan, para aumentar el número de los auténticos israelíes y no perder esa pugna demográfica a largo plazo que, desde la creación del Estado de Israel, es la tónica dominante entre judíos y palestinos para la supervivencia final, a falta de mejores perspectivas de acuerdo.
Según el citado diario, sólo un 0,5% de los inmigrantes no judíos se convierte al judaísmo por la vía oficial ordinaria. Ésta impone trabas bastante molestas para la familia del posible converso, no siempre fáciles de superar. De ahí la tendencia oficial a forzar las conversiones religiosas.
Lo más sorprendente del caso es que existe una vía especial que facilita mucho la conversión: se trata del “sistema militar de conversiones”. Lleva funcionando con éxito en las fuerzas armadas de Israel, donde una tercera parte de los que al alistarse no profesan el judaísmo se convierten a él durante el servicio militar, para lo que basta con seguir unos cursos organizados por los ejércitos. En éstos la conversión no implica tantas molestias para la familia del convertido como el complejo procedimiento ordinario. El argumento utilizado es que, para un militar, el ejército es su verdadera familia y, como en él se observa fielmente la ley religiosa judía, el problema queda resuelto.
Desde cierta izquierda israelí se critica, con sobrada razón, que la comunidad judía haya de ser definida basándose en parámetros militares: en la obligación de servir a las armas y en el juramento de fidelidad militar. Ambas condiciones forman la puerta de entrada a la más auténtica ciudadanía israelí y le confieren plena legitimidad. Esta peligrosa mezcla de racismo (en el sentido de definir quién es o no plenamente judío e israelí) y de militarismo (porque sólo en los ejércitos se alcanza a la vez la fidelidad religiosa y la ciudadanía israelí) constituye una extraña aberración en los usos habituales de cualquier democracia.
Este problema cobra nueva relevancia a la hora de adivinar hacia dónde se inclinarán los votos de los israelíes sin religión oficial en las elecciones a celebrar a finales de marzo, sobre las que ya existe un ambiente de incertidumbre. Las promesas de modificar una atrabiliaria legislación, teñida de mitos religiosos, que define quién es o no judío y, en consecuencia, quién es o no ciudadano israelí de pleno derecho, formarán parte inevitable de la campaña electoral que se avecina, aunque no conduzcan después a reformas de gran calado.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
albepir@mundofree.com


 

4 comentarios

felicitas -

El reconocimiento de los derechos y libertades fundamentales sobre los cuales se han consolidado la gran mayoría de las sociedades actuales, son el punto de partida de cualquier Estado democrático. Es deber del Estado no sólo tolerar las religiones, sino reconocer y promover el derecho a la libertad religiosa como cualquier otro derecho, sea de carácter político, cultural o social. De este modo, se garantiza la convivencia en igualdad de condiciones de todos sus ciudadanos, que no puede verse condicionada por impedimentos legales, psicológicos, sociales o económicos. Y a pesar de que las leyes israelíes respaldan claramente la libertad de culto, más de una vez no han sido lo suficientemente fuertes como para mantenerse ante otro tipo de disposiciones, de naturaleza legal, que el gobierno israelí ha impuesto con arreglo a las necesidades del momento. Desde sus inicios, el Estado Israelí ha propiciado el retorno de todos aquellos judíos dispersos por el mundo para quienes este territorio es de gran importancia religiosa. Sin duda alguna, la comunidad judía se ha visto beneficiada por una serie de consideraciones especiales que les ha concedido este último, con el propósito de atraer el mayor número de fieles a esta zona, y consolidar un Estado claramente marcado por su confesionalidad religiosa. ¿Es posible que todos los ciudadanos israelíes vivan en igualdad de condiciones? ¿Es realmente democracia, o que es?

Almudena -

Con situaciones así, parece ser que Israel no se merece el nombre de democracia. La democracia es la soberanía del pueblo, y si el propio pueblo no hace nada con situaciones de este calibre no lo van a hacer otros por ellos. De todas formas son muchas las democracias que no se merecen ese adjetivo, la nuestra propia predica de igualdad para todos y unos son reyes y otros no, ¿alguien entiende algo? Yo no.

Jorge P. -

Hace poco he escuchado en boca de un político israelí que se debía sancionar el antisemitismo. Lo vemos también en el Gobierno de Estados Unidos, tan precoupados por el antiamericanismo que no aún no se les ocurrió que lo mejor para apagar el fuego es no avivar las llamas.

Virginia -

No lo entiendo: con todos los problemas que han tenido los judíos en toda su historia, y con lo que les hicieron en el Holocausto, ahora son ellos los que se dedican no sólo a invadir y amasacrar a otros, sino que ya hasta discriminan a sus propios paisanos. Si yo fuera creyente (en este caso judía), me plantearía seriamente si merece la pena vivir como viven (en Israel), en conflicto perpetuo, sólo por mis creencias. Además, por lo que dice el artículo parece que Israel es una dictadura: no hay matrimonio civil, a los soldados no judíos no les entierran con honores militares en sus cementerios(esto suena a cuando en la guerra civil aquí no enterraban a los republicanos en suelo sagrado)... Vale que crean mucho en su Dios y todo eso, pero una cosa es eso y otra es dejarse manipular por los líderes y vivir absolutamente todo basándose en una religión. ¿No se han enterado de que las teocracias dejaron de existir hace ya bastante porque no funcionaban?