La rebelión de los proscritos
La violencia que se ha desatado en Francia puede extenderse al resto de los países europeos en donde ha crecido sin la debida atención y ayuda una población de hijos de inmigrantes "de segunda generación". Son ciudadanos de esos países pero no han podido integrarse plenamente en la sociedad. La sombra del multiculturalismo, - en lugar de una integración social inteligente, justa y solidaria, - planea con el peligro de que se sientan excluidos en los guetos de la mente, que son los peores. La palabra banlieue, suburbio, tiene un origen significativo: En el siglo XVII el soberano expulsaba - verbo bannir- a la periferia de un lugar (lieu) a los súbditos que estimaba peligrosos. Ahora el sistema les expulsa porque son negros, porque son musulmanes o, simplemente, porque son pobres.
Las raíces hay que buscarlas 30 o 40 años atrás, con la llegada masiva de inmigrantes africanos y el crecimiento de deprimentes aglomeraciones en las afueras de las grandes ciudades. El Gobierno francés pretende acallar la revuelta con programas sociales que son un parche, y la policía nunca resolverá el conflicto de integración que subyace en los enfrentamientos. La discriminación institucionalizada es la cuestión. La falta de oportunidades económicas reales es el caldo de cultivo de la violencia suburbana disparada en París.
Antes de condenarlos habrá que preguntarse si no era la última razón que les quedaba a cientos de miles de personas sin trabajo y sin futuro llamados a la desesperación, la delincuencia, las bandas y la droga. La mayoría de los ciudadanos franceses ya expresaron con su rechazo al proyecto de Constitución Europea que la cuestión social está sin resolver en aras de un crecimiento económico insostenible que no beneficia a los ciudadanos más necesitados.
Josep Ramoneda señala que la ley del mercado se ha convertido en un territorio autónomo sobre el que los Gobiernos están dejando de actuar. Esta ausencia amenaza con debilitar por completo su autoridad: "¿de qué sirve el Estado si no nos protege de los vaivenes de un sistema económico cada vez más inestable y de más alto riesgo que se ha llevado por delante las fronteras y los valores que componían nuestros marcos de referencia y adscripción? El Estado ha descubierto en la seguridad la legitimación perdida al dejar de cumplir la demanda de los ciudadanos como Estado social. Del Estado social estamos pasando al Estado penal, un modelo, por otra parte, ya ensayado en Estados Unidos y del que Europa siempre había querido desmarcarse.
Si la seguridad es el único horizonte del Estado, como pretendió el trío de las Azores: Bush, Blair y Aznar, no es extraño que la violencia aparezca como respuesta de los márgenes. Es una manera de existir, de salir en el telediario, que es lo que da carta de naturaleza en la sociedad mediática. La destrucción como forma de existir- es una manera de estar en una sociedad que ha preferido no saber de ellos y que sólo les reconoce cuando queman coches.
LaTodos están de acuerdo en que el ascensor social no funciona en Francia. ¿Por qué se ha atascado esa mecánica de integración que durante cien años transformó hijos de mineros polacos, albañiles italianos, yeseros españoles o artesanos portugueses en empresarios, funcionarios, investigadores o inventores franceses? Antes no existían barrios homogéneos, pero ahora hay barrios enteros en los que nadie compra carne de cerdo ni bebe vino, barrios dominados por el Islam, la segunda religión de Francia.
En Francia existen entre cuatro y seis millones de personas de origen árabe, de las cuales sólo un 20% practica el Islam, es decir, un porcentaje parecido al que se obtiene cuando se interroga a los católicos. El paro afecta al 9,9% de la población activa, en sus suburbios al 20,7% con lo que se dificulta la integración por el trabajo.
No es una Intifada, escribe Bassets porque no tiene como objetivo atacar a una fuerza de ocupación. No es una revuelta como la de mayo de 1968, que tenía objetivos revolucionarios y ocupó los espacios públicos, las calles del centro de París, teatros y universidades. Nadie toma la palabra en público en nombre de los rebeldes ni se conocen sus líderes, programas o ideas.
Tampoco es terrorismo islamista. No pretenden que se aplique la Ley Islámica en Francia, pero ciertos imanes integristas no dejarán de aprovechar esta oportunidad. Nada tiene que ver esta destrucción con Irak ni con Palestina. Estos jóvenes han elegido la violencia como forma de participación política. Son franceses y quieren ser reconocidos como tales: iguales, libres y amparados por la fraternidad republicana. No hay calidad ni disciplina en una escuela pública que produce fracaso y paro. Las familias están desestructuradas. ¿Acaso los dirigentes de la República no supieron interpretar el profundo malestar de los proscritos de la sociedad que carecen de horizontes, de ilusiones y de un sentido para una vida desarraigada y en la que se consideran desechados y no necesitados? Al final, los proscritos por la sociedad se alzan para consumirse en su incendio y, al menos, ser así reconocidos
José Carlos Gª Fajardo
7 comentarios
Jose -
Uno de los aspectos de lo que ocurre en Francia me parece muy importante: el argumento más utilizado por la derecha, y desgraciadamente por algunos progresistas, para encubrir el racismo respecto al \'moro\' es el islam. Constantemente se di ce que \'no se integran\' o que \'no se adaptan a nuestros valores\'. Yo más bien veo lo siguiente: el intento de integración en la sociedad francesa por parte de las gentes provenientes del magreb ha sido no solo ejemplar sino casi heroico hasta extremos tan ridículos como la \'ley del velo\'. Más bien es la sociedad francesa \'blanca\', cristiana o laica, la que les ha cerrado practicamente todas las puertas, con la excepción del rendimiento que le han sacado a algunos deportistas, a algún artista y tener una mano de obra barata para los trabajos no deseados.
O sea, la fraternite bye y la egalite \'pa nosotros\'.
Solo queda la liberte. Y eso siendo optimistas.
Solo es racismo, nada más. En Francia siguen llamando \'pies negros\' a los franceses retornados a su pais tras la independencia de Argelia, hace ya muchos años. El simple contacto con los magrebíes les convirtió en diferentes.
Jorge P. -
Sánchez Vigo -
Todos somos iguales. Es fácil decirlo, y además se queda muy bien de cara al público. Pero, ¿cuántos hacemos por convertirlo en una verdad cotidiana?
DANIEL -
Escila -
Nesemu -
Ceci -
Su país de origen, su única referencia para la construcción de su identidad, es un país que les ha abandonado en los suburbios al tiempo que han visto como sus progenitores se ahogaban en el sueño de la inmigración.
Sus padres nunca se han levantado ante la posición injusta que ocupan en la sociedad gala, quizá porque se sienten en deuda con ella: aunque mal acogidos, cualquier cosa es mejor que vivir bajo regímenes tiranos; el ideal occidental consuela y creen que deben trabajar duro para sobrevivir; ¿a caso el derecho a una vida digna no está protegido por nuestros estados sociales?, ¿debemos trabajar para garantizarlo? Todos no, desde luego. Frente a esta respuesta de la primera generación, los hijos reaccionan con violencia, con destrucción, ¿qué tienen que perder?, ¿la libertad? Se dice que se debería expulsar a los violentos y llevarles, ¿a dónde?
Todos somos producto de una estrategia de propaganda de integración desde el momento en el que nacemos: una lengua, una alimentación, una religión, conducir por la derecha, corbata según para que eventos... estas personas han escapado a ella, no se han socializado del mismo modo que la mayoría de los franceses aún viviendo en un burbuja contigua; no responden a los mismos valores; no se emocionan con la misma bandera... ¿cuáles son sus principios?, ¿según qué patrones de conducta actúan? Éstas son preguntas clave.