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J. C. García Fajardo

Papas IV: San Pedro estaba casado....

Como prometido y por respeto al autor, y ante las reacciones viscerales de algunas personas que preferirían las orejeras del oscurantismo a la frescura y al aliento de la verdad... reproducimos la Introducción del autor a su libro 'HISTORIA DE LOS PAPAS' para hacer camino. Cuanto más me preparo para elegir un método atractivo para acercarnos a estos 264 papas, más me apena la reacción visceral de tantos que prefieren la injusticia y la mentira a la solidaridad y a los desafíos de la realidad... con tal de que no los saquen de sus pesebres.
Repito, siempre tendrán el libro a mano para consultarlo porque lo que está claro es que no voy a reproducir las virtudes que se suponen en un Pontífice sino auténticas monstruosidades que nos hacen preguntarnos ¿cómo pretenden una supuesta infalibilidad, decretada en 1870, después de que durante casi 2000 años ha habido ejemplos aplastantes de que eran hombres y en un gran número no de los mejores. Como a los militares se les supone el valor, a los Papas se les supone la coherencia con la doctrina que profesan y que han impuesto, a veces a sangre y fuego, a millones de seres humanos y a Instituciones y gobiernos en todo el mundo.
Tenemos derecho a esclarecer la realidad con los hechos documentados y no con panfletos o libelos.
Y no podré aceptar nunca la tesis absurda de que 'la maldad de tantos Pontífices es la mejor prueba de la divinidad de la Iglesia'. Eso no es de recibo.
Nesemu

Introducción

El apóstol san Pedro estaba casado, vivía en Cafarnaún y era pescador en el lago Tiberíades de Galilea. En un momento de su vida se encontró con Cristo, quedó subyugado por su persona y su doctrina, y su vida posterior quedó marcada por este suceso. Los obispos de Roma hasta el último, Juan Pablo II, han defendido siempre que son sus sucesores, que han heredado todas las atribuciones que le concedió Cristo y que mantienen su especial autoridad sobre la Iglesia. Se trata de la dinastía político-religiosa más prolongada y fascinante de la historia occidental; una dinastía que no se transmite por sangre, sino que es electiva en el ámbito de la comunidad cristiana de Roma; una dinastía que ha ido cambiando a medida que evolucionaba el mundo, asimilando no pocas de sus formas y costumbres pero, al mismo tiempo, manteniendo sus aspiraciones y exigencias iniciales.

En toda esta historia sobresale Roma, la ciudad imperial, la Ciudad Eterna, la urbe medieval ocupada y dominada por bárbaros y bizantinos, renacentista y gozosa, barroca y contrarreformista, la ciudad que durante dos mil años ha estado estrechamente relacionada con la historia y los avatares de los países europeos y, más en general, de Occidente. La capital en la que el poder y la gloria, la crueldad y la caridad, las pasiones y la generosidad, el pecado y la virtud, el arte y la miseria han encontrado sus expresiones más sublimes.

Pontificado y Roma se encuentran indeleblemente imbricados, entretejidos, solapados para lo bueno y para lo malo. Las aspiraciones y los logros de los papas presentan indudablemente fundamentos teológicos, pero tal como se han traducido y ejercido en la historia tienen sin duda mucho que ver con la pasión por el poder y las proyecciones míticas de los emperadores romanos, así como con la creación, el lento y peculiar desarrollo y la permanente colaboración de la llamada Curia Romana, órgano de gobierno, mitad aspiración religiosa y mitad segregación mixtificada del ansia de dominio.

Zeffirelli, en su espléndida película Hermano sol, hermana luna, nos ofrece una escena gloriosa tanto por su escenificación estética como por su agudo significado: Inocencio III, en la cumbre de su poder, recibe a Francisco de Asís, a quien nunca ha visto, y a sus primeros compañeros en una majestuosa sala de audiencias. El papa se encuentra sentado en su rico trono, en lo alto de innumerables escalones, rodeado por su brillante corte de cardenales y curiales. Todos van ataviados con lujosas vestiduras, cubiertos de joyas. Allí arriba, desde el pináculo de su gloria, Inocencio ve muy borrosamente el grupo apiñado de los frailes: no los distingue, no capta su sentido. Se alza del trono y decide bajar y, a medida que se acerca se le va deslizando la capa magna y van cayendo las vestimentas superpuestas, la mitra, las joyas, los anillos y cruces. Al mismo tiempo va descubriendo cada vez más nítidamente los rostros del andrajoso grupo formado por Francisco y sus hermanos. Cuando llega al nivel de san Francisco, Inocencio sólo viste el alba blanca, pero ve, oye e interpreta, es capaz de comprender el significado profundo del santo y se produce una sintonía real entre ambos. Poco después, en una lenta marcha atrás, va subiendo de espaldas los escalones, caen sobre él las gemas y los lujos hasta cubrirlo, y va perdiendo en igual medida visibilidad, hasta que de nuevo sólo intuye muy borrosamente a Francisco.

En una escena asistimos al significado profundo de una historia. Una Iglesia rica y poderosa puede moverse poco, adaptarse menos, evangelizar apenas. Francisco, como Cristo, el maestro, no tuvo dónde reclinar la cabeza. Es verdad que este mundo no da mucha capacidad a la utopía, y que las bienaventuranzas, con excesiva frecuencia, sólo han quedado en píos deseos, de forma que en un análisis de la historia hemos de tener en cuenta esta realidad para no caer en la pura demagogia o en la marginalidad. Sin embargo, en ningún caso podremos olvidar a tantas personas mágicas que han intervenido e influido en la historia del cristianismo con entrega y generosidad, con su vida. En realidad se trata de seguir la recomendación de Jesús a sus discípulos: «No así vosotros», es decir, no utilicéis el poder y la gloria como la utiliza el mundo, permanente tentación de cuantos ostentan el poder en la Iglesia.

Roma es, pues, un tema central, apasionante e irresistible en la historia que presentamos. Es la historia de la grandeza, de la religiosidad y del pecado, de una ciudad gloriosa y de los habitantes que la componen. Conociéndola, uno comprende cómo lo peor y lo mejor forman parte del ser humano y cómo ambos aspectos lo enriquecen y lo completan. Es la «feliz culpa» del teólogo contemplada por el historiador.

Las vidas de los papas no constituyen la historia del cristianismo, aunque estén ubicadas dentro de la misma. La experiencia religiosa cristiana la seguimos encontrando en Jerusalén, donde la mayoría de los cristianos son pobres y marginales, sin poder, porque viven en tierra extraña, aunque sea la suya. Mientras, en Roma, entremezclada con una historia bellísima de martirio, santidad y generosidad, descubrimos la limitación de las mediaciones, las miserias del poder y de la ambición, la poquedad de las inteligencias, la fuerza de la rutina y el formalismo, la repugnancia al cambio. A veces puede dar la impresión de que en Jerusalén quedó la corona de espinas y en Roma la tiara.

Por esta razón esta historia de los papas es también una historia de la Roma cristiana, siempre añorante de la pagana. Aquéllos sin ésta no son comprensibles. Ésta sin aquéllos sería mera memoria histórica.

Esa Roma cristiana ha influido de forma determinante en el nacimiento de la Europa que conocemos. Es la causa de una cierta homogeneización de la cultura europea, y se encuentra en el inicio de las misiones, es decir, de la presencia del cristianismo y del talante y la cultura europeas en los diversos continentes. Sobre todo, esta Roma contradictoria recibe permanentemente los flujos de cuanto de bueno se da en las distintas Iglesias implantadas en todos los países del mundo. A su vez, y a pesar de todo, es capaz de animar, dirigir, encauzar y completar tantas aspiraciones, iniciativas y experiencias como se producen en la periferia, en los creyentes, es decir, en los hombres y mujeres animados por la buena nueva de Cristo.

El protestante Ranke escribió en el prólogo a su clásica Historia de los papas: «¡Cuán insignificante aparece un mortal de talla ante la historia universal!» No hay duda acerca de la perspicacia de esta reflexión, pero creo que se puede afirmar igualmente que en la historia de las diversas dinastías que han reinado a lo largo de los siglos resulta difícil encontrar una que pueda compararse con la de los papas: por la personalidad de muchos de ellos y por el embrujo desconcertante y la provocación que emanan de sus andanzas, sueños y percances. También por la persistencia de sus ideales, no obstante sus infidelidades.

La colosal cúpula que protege y homenajea la tumba de Pedro, el pescador de Galilea, marca y representa una tradición que perdura a lo largo de los siglos. Allí murió por fidelidad al maestro y allí fue enterrado por sus discípulos, pero al mismo tiempo transmite de generación en generación la creencia de que el obispo de Roma es el sucesor del apóstol al frente de la comunidad romana, y que la ciudad es el centro de unión de las comunidades cristianas. La historia de los papas es también la historia de la evolución de estas creencias y de estas pretensiones.

© La Esfera de los Libros, S.L. Avenida de Alfonso XIII 1, bajos. 28002 Madrid

6 comentarios

Gabriela Cabrera -

Pues, he empezado a leer tus palabras, y estoy totalmente de acuerdo en el hecho de que la historia hay que desenmascararla, y ver la como la realidad cruda que ha sido, y formar uno su criterio y no dejarse llevar por la inercia del mundo.

Virginia -

Es estupendo.

Nesemu -

Hace muchos años que lo he leído, rotulador en mano, y me parece extraordinario por su calidad intelectual, por su rigor científico y por la naturalidad con la que, hace ya más de una década, abrió los ojos sobre la tiranía insoportable del clero en temas sexuales... pero muy pocos quisieron mirar. Se hizo una cortina de humo y de silencio. Yo no hay año que no deje de recomendarlo a mis alumnos en clase
Nesemu

Virginia -

Te recomiendo un libro, te va a gustar "Eunucos por el reino de los cielos" de Uta Ranke-Heinemann, Editorial Trotta.

Nesemu -

Es apasionante, Sergei, para poder comprendernos a nosotros mismos, creyentes e increyentes, que hemos vivido y vivimos aunque no queramos afectados hasta en nuestras conciencias por hechos de los que no somos responsables... Todo e smás comprensible si se conocen las fuentes y los procesos históricos. Hasta el capitalismo, el marxismo, los nacionalismos, fundamentalismos, herejías y conquistas y explotaciones d emillones de seres y cientos de pueblos en nombre de UNA IDEOLOGIA más. Debemos saberlo, Sergei. Es terrible leer a los periodistas enviados a Roma durante sus eventos...
N

Sergei -

Buffffff, lo que se avecina! :D