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J. C. García Fajardo

Nesemu: De la auténtica religiosidad

Un anciano sacerdote dijo: ¡ Háblanos de la Religión!

A lo cual él respondió:

¿Es que os he hablado en este día de algo diferente? ¿Es que no son religión todos los actos y todas las meditaciones? ¿Y aquello que no es acto ni meditación, sino un milagro y una sorpresa que emana siempre en el alma, aun cuando las manos cincelen la piedra o están armando el telar? ¿Puede alguien separar su fe de sus acciones, o su creencia de sus ocupaciones? ¿Quién puede extender sus horas ante él, exclamando: Esto para Dios y esto es para mí. Esto para mi alma y esto otro para mi cuerpo? Todas vuestras horas son alas que baten el espacio de un ser a otro ser. Aquel que se cubre con su moral como si se tratase de su mejor vestido, sería preferible que andara desnudo. El viento y el sol no agrietarían su piel. Y el que define su conducta con filosofías es como si encerrase a su ave canora en una jaula.
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La canción más libre no brota por entre barrotes y rejas. Y aquel para quien la adoración es una ojiva, que se abre pero que también se cierra, todavía no ha visitado la morada de su alma, cuyas ojivas están abiertas de par en par.
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Vuestra vida cotidiana es vuestro templo y vuestra religión. Siempre que penetréis en ella llevaos íntegro todo lo que os pertenece. Llevad el arado y la forja, el mazo y el laúd. Las cosas que habéis creado por necesidad o por deleite. Porque en el ensueño no podéis levantaros por sobre vuestras hazañas ni caer por debajo de vuestros fracasos. Y llevad con vosotros a todos los hombres: Porque en la adoración no podéis volar más alto que sus esperanzas, ni humillaros más bajo que su desesperación.
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Y si conocierais a Dios no tendríais enigmas que descifrar. Mejor será que miréis en torno a vosotros y le veréis jugando con vuestros hijos. Y contemplad el espacio: Le veréis andando entre las nubes, extendiendo. Sus brazos en el relámpago y descendiendo en la lluvia. Le veréis sonriendo en las flores para después elevarse y agitar sus manos en los árboles.//

Khalil Gibran

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