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J. C. García Fajardo

Nesemu: Los nuevos Príncipes de Lampedusa

Aunque no comparto plenamente el pensamiento del profesor Juan José Tamayo, (¿de quién se puede seguir absolutamente un pensamiento?, ¿dónde quedarían nuestra libertad y nuestra responsabildiad personales? Ni siquiera el de los grandfes Maestros, pues es preciso adaptarlos desde las circunstancias de espacio y tiempo en que fueron formulados)- me parece conveniente tener en cuenta estas voces que se alzan fuera del dogmatismo y oscurantismo imperantes. Sobre todo una vez conocido el nombramiento del arzobispo norteamericano William Levada, como Prefecto de la Congregación para la Defensa de la Fé, el Antiguo Santo Oficio. Era su segundo de a bordo, conservador e integrista. Estamos bien. No cambia Sodano al frente de la todopoderosa Secretaría de Estado. Se diría que estamos en Lampedusa, con el Gatopardo. Callar sería convertirnos en cómplices de una realidad que no nos gusta
Nesemu

Ratzinger y la teología de la liberación


//El Vaticano tuvo en el punto de mira a la teología latinoamericana de la liberación desde sus orígenes. Los teólogos más relevantes que iniciaron dicha corriente y los que hicieron importantes aportaciones a la misma fueron objeto de sospecha, y algunos, condenados. Uno de los más madrugadores entre los inquisidores fue Alfonso López Trujillo, arzobispo de Medellín y actualmente cardenal de la Curia, quien, en sus tiempos de presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), prohibió la venta de mi libro 'Para comprender la teología de la liberación' (Verbo Divino, Estella, 1989, 5ª ed. 2000). A través de numerosos detectives repartidos por toda América Latina controló vida, obras y actividades de los teólogos de la liberación con sumo celo y gran eficacia. Hoy sigue mostrando similares celo y eficacia en la condena del uso del condón y de los matrimonios homosexuales desde su puesto de vigía de la familia cristiana en el Vaticano.

El acoso contra la teología de la liberación se radicalizó a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado cuando Ratzinger fue nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En marzo de 1984 la revista '30 Giorni' publicaba el texto de una conferencia del cardenal, quien presentaba la teología de la liberación como «un peligro fundamental para la fe de la Iglesia». Peligro que radicaba, a su juicio, en el uso de determinados instrumentos errados para llevar a cabo una nueva interpretación global del cristianismo: el marxismo y la hermenéutica bultmanniana. El guión de la conferencia era un primer avance de la 'Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación', de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmada por el Ratzinger y ratificada por el Papa Juan Pablo II el 6 de agosto de 1984.

Según la Instrucción, la teología de la libración reduce la fe a humanismo terrestre, emplea acríticamente el método marxista de análisis de la realidad, que no puede disociarse de la filosofía marxista atea, ofrece una interpretación racionalista de la Biblia, identifica la categoría bíblica de 'pobre' con la categoría marxista de 'proletariado' y entiende la Iglesia popular como Iglesia de clase en su acepción marxista. Afirma literalmente: «Préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a la tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo son la raíz de la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial a favor de los pobres».

La condena no podía ser más severa en el tono y en el contenido. Más que de corrección fraterna, como pide el Evangelio, se trataba de una objeción a la totalidad con expresa descalificación de sus cultivadores. Era una instrucción que, por la radicalidad inmisericorde en la crítica, estaba en continuidad con el 'Syllabus' (1854), de Pío IX, que condena los errores modernos, con el decreto del Santo Oficio 'Lamentabili' (1907), en tiempos de Pío X, que anatematiza el modernismo, y con la 'Humani generis', de Pío XII, que persigue la 'Nouvelle théologie', cultivada por autores como Congar, Chenu, De Lubac, llamados diez años después por Juan XXIII como asesores del Concilio Vaticano II.

La Instrucción se movía en el terreno de las aseveraciones contundentes, sin aportar un solo texto que demostrara la acusación de «grave desviación de la fe cristiana», y menos aún que supusiera una «negación práctica de la misma». Los propios teólogos latinoamericanos de la liberación no se sintieron reflejados en los planteamientos de Ratzinger, verdadera caricatura de la teología de la liberación. Con todo se tomaron muy en serio las críticas vertidas porque suponían un cuestionamiento global del nuevo modo de hacer teología en y desde América Latina.

En lo referente al marxismo, la Instrucción se extralimita al afirmar que: a) constituye un sistema rígido y una unidad indivisible, cuyas partes no son aislables; b) aceptar el análisis marxista lleva derechamente a asumir la ideología marxista -incluido el ateísmo-, ya que ésta es presupuesto de aquél; c) lo predominante en muchos teólogos de la liberación que recurren al marxismo son los aspectos ideológicos de éste.

Con estas aseveraciones la Instrucción va más allá que otros documentos del magisterio eclesiástico reciente. Veamos tres ejemplos. En la carta apostólica 'Octogesima adveniens', de 1971, Pablo VI distinguía diversos aspectos en la doctrina marxista, si bien consideraba peligroso olvidar el lazo que los une. Unos años antes lo había hecho Juan XXIII en la encíclica 'Pacem in terris' al distinguir las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen y la finalidad del mundo y del ser humano, y los movimientos históricos inspirados en dichas teorías. Si éstos son conformes a los principios de la razón y responden a las justas aspiraciones de la persona, afirmaba, deben reconocerse en los elementos positivos. En similares términos se expresaba en 1980 el Padre Arrupe.

No tardaron en llover las críticas contra la Instrucción, incluso en sectores de la jerarquía latinoamericana y de la teología oficial. Lo que obligó a Ratzinger a publicar dos años después un segundo documento, la 'Instrucción sobre libertad cristiana y liberación', con una actitud más receptiva, un planteamiento más constructivo y unos posicionamientos más matizados, aunque desde posiciones eurocéntricas. En continuidad con Medellín, Puebla y la teología de la liberación, esta segunda Instrucción asume la opción preferencial por los pobres, que, lejos de ser un signo de particularismo o de sectarismo, expresa la universalidad del ser y de la misión de la Iglesia, y valora positivamente las comunidades eclesiales de base, cuya experiencia, enraizada en el compromiso por la liberación integral del ser humano, constituye una riqueza para toda la Iglesia.

El propio Juan Pablo II tuvo que intervenir para rebajar la tensión creada por el cardenal Ratzinger con la primera Instrucción. Y lo hizo a través de una carta dirigida a los obispos de Brasil, en la que salía en defensa de la teología de la liberación con afirmaciones como las siguientes: a) «la teología de la liberación es no sólo oportuna, sino útil y necesaria»; b) constituye una nueva etapa de la reflexión teológica iniciada con la tradición apostólica; c) es apta para inspirar una praxis eficaz a favor de la justicia social y de la igualdad, de la salvaguarda de los derechos humanos, de la construcción de una sociedad basada en la fraternidad y la concordia, en la verdad y en la caridad.

Sin embargo, las dos Instrucciones y la carta del Papa a los obispos brasileños tienden un tupido velo sobre la doble o triple discriminación de las mujeres en América Latina, y nada dicen de la teología de la liberación desde la perspectiva de la mujer que viene desarrollándose desde hace más de un cuarto de siglo.

No se puede ni se debe olvidar el pasado, y menos borrarlo, pero sí revisarlo e incluso reconocer los errores. De ello dio buen ejemplo Juan Pablo II, que pidió perdón más de cien veces. Una de las revisiones en la agenda del nuevo pontificado bien podría ser su actitud ante la teología de la liberación. Creo que en las dos instrucciones comentadas, en la carta de Juan Pablo II a los obispos brasileños y en las obras de los teólogos y teólogas latinoamericanos hay algunos principios comunes que pueden ser un buen punto de partida para iniciar relaciones nuevas de diálogo y cordialidad, sin por ello renunciar al sentido crítico y autocrítico, pero sí a los tonos condenatorios. Sugiero los siguientes: a) el Evangelio de Jesús de Nazaret es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación; b) libertad y liberación pertenecen a la esencia del cristianismo; c) la salvación cristiana pasa por el compromiso de los cristianos y cristianas en los procesos históricos de liberación; e) la opción por los pobres debe concretarse en opción por las mujeres pobres, por las culturas discriminadas, por las religiones negadas, por los pueblos indígenas, por las comunidades afroamericanas, por los sin tierra, por los niños de la calle y por las víctimas de la globalización neoliberal.//

JUAN JOSÉ TAMAYO/DTOR. DE LA CÁTEDRA DE TEOLOGÍA Y CIENCIAS DE LAS RELIGIONES 'IGNACIO ELLACURIA' UNIV. CARLOS III

2 comentarios

Merche -

Hay un diálogo en el libro de "Caballo de Troya", de J.J. Benítez que está muy relacionado con el tema. Puede que sólo sea ficción, pero a mí me gustó mucho.
En un momento determinado, el enviado del siglo XX le pregunta a Jesús: y qué es de tu Iglesia... a lo que Jesús le contesta: "¿mi iglesia?, yo no he tenido, ni tengo la menor intención de fundar una iglesia... nada implica doblegar mi mensaje a la voluntad del poder o de las leyes humanas... mi mensaje sólo necesita de corazones sinceros que lo transmitan, no de palabras o falsas dignidades y púrpuras que lo cobijen..."
Ojalá muchos de los señores que ahora mandan allá por el Vaticano recordaran el mensaje de Jesús tal cual fue.

Rôvënty -

Antes me preguntaba que parte de "no juzguéis" no entendía la Iglesia. Me preguntaba porque la cúpula eclesiástica cometía los mismos errores que los grandes sacerdotes judíos con Jesús.
Ahora entiendo que ellos no son la Iglesia. Ahora entiendo que la Iglesia de Jesús la forman quienes creen en su mensaje e intentan vivir según sus ideales sin imponerlas a los demás.