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J. C. García Fajardo

Nesemu: Torturas masivas en Afganistán e Iraq

Human Rights Watch asegura que las toruras fueron masivas desde 2002. The New York Times denuncia casos en Afganistán. La lectura de este relato de Javier del Pino es estremecedora y debería hacernos reflexionar, para protestar y para profundizar en el estudio de este cáncer de los poderes hegemónicos en el mundo. De nada valen las declaraciones enfáticas ni la parafernalia que asegura que /el mundo está mejor desde que liberamos Iraq/ com proclama Bush, el sanguinario, si estos datos no nos hacen saltar todoslos resoltes de la inignación y la revuelta. Tanto como los atentados del 11 de septiembre en Nueva Yoprk y del 11 de marzo en Madrid. Igual de premeditación el el diseño, de frialdad en la ejecución y de mentira en su ocultación. No estoy de acuerdo con lo de que /en los trenes de Atocha viajábamos todos/ Porque dificultamos la elaboración del duelo de las familias de las víctimas ya que nuestro dolor no es su dolor, esto dicen los profesipnales psicólogos. Pero sí estamos vivos en los que padecen torturas en cárceles y en prisiones, en guerras de /liberación/ y en comisarías de barrio. Aquí no podemos callar porque nos convertiremos en cómplices de esos crímenes infames. Pido que se lea el poema de José Agustín Goytisolo /Nadie está solo/ que figura en mi pag web,www.garciafajardo.org y en El Manual del Voluntario.
Esa es la realidad. Como los judios de todo el mundo juraron después del Holocausto o Soah que no dejarían pasar un solo insulto a su pueblo par ano volver a repetir aquel infierno, así nosotros con cualquier tortura o infamia a un ser humano.

Nesemu

//El Pentágono reconoce muertes por torturas en Afganistán.
Una investigación del diario The New York Times ha revelado que al menos dos prisioneros afganos encarcelados por EE UU en una base militar situada al norte de Kabul fueron encadenados al techo de una celda y golpeados hasta su muerte. Parte de los datos fueron recabados por la organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch. Sólo un soldado ha sido acusado formalmente de homicidio en un proceso militar secreto celebrado en un cuartel de Tejas el mes pasado. Al comienzo de la investigación, el Departamento de Defensa de Estados Unidos aseguraba que los detenidos fallecieron por causas naturales.

De las dos víctimas tan sólo se conoce el apellido de uno, Dilawar, y el nombre del otro, Mullah Habibullah. Ambos estaban encarcelados en el centro penitenciario de Bagram, montado por el Ejército de EE UU tras la invasión de Afganistán a 40 kilómetros al norte de Kabul en una base militar. Los sucesos ocurrieron más de un año antes de que empezaran los abusos en la prisión iraquí de Abu Ghraib.

Según los testimonios presentados ante el tribunal militar, el único soldado acusado de homicidio por su participación en las torturas, Willie V. Brand, reconoció haber golpeado a Dilawar al menos en 37 ocasiones a lo largo de cinco días de interrogatorios. El detenido, encadenado durante días al techo de la celda para impedirle dormir, sufrió una "destrucción del tejido muscular de sus piernas" por los golpes recibidos, según el informe médico. Los golpes fueron tan fuertes que "incluso si hubiera sobrevivido, sus dos piernas habrían tenido que ser amputadas", dice el informe.

Otro documento redactado por el mando militar de investigación criminal demuestra que los abusos y las torturas en la cárcel de Bagram no se reducen a esos dos únicos casos. Otro soldado encargado de interrogatorios a quien recomienda investigar restregó su pene sobre la cara de un detenido afgano y simuló con él un acto de sodomía. En total, casi 30 soldados están implicados, entre ellos la capitán Carolyn A. Wood, responsable de la inteligencia militar en la prisión. Según el documento, Wood fue palpablemente "ineficaz en la ejecución de sus tareas, lo que permitió a una serie de soldados el maltrato a los detenidos" que culminó con unas muertes catalogadas como "homicidio por negligencia". El informe asegura que Wood mintió a los investigadores al decir que los prisioneros eran encadenados al techo sólo para proteger a los interrogadores, cuando en realidad, dice el texto, la técnica se usaba para causar daño e impedir el sueño.

En el caso de Dilawar son varios los interrogadores que participaron en las sesiones de torturas, aunque de momento sólo uno ha sido acusado. Los soldados estadounidenses, según la investigación militar, daban patadas al detenido en sus órganos genitales, le estampaban contra las paredes de la celda, le metían agua a presión en la boca hasta que no podía respirar y le obligaban a permanecer en posiciones dolorosas. Los dos detenidos murieron en diciembre de 2002. El primer informe médico citaba "causas naturales", pero la investigación desvela que "el personal médico puede haber tratado de falsificar las causas de la muerte para esconder los abusos", dice el documento.

Un portavoz de Human Rights Watch, que proporcionó a The New York Times la base para la investigación, asegura que los testimonios de otros detenidos revelan que los abusos y las torturas fueron masivos desde el principio de ese año, en cuanto culminó la invasión de Afganistán. (Javier del Pino. El País)

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