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J. C. García Fajardo

Pavana para un Parlamento con instrumentos desafinados

El colmo de la vergüenza es no tenerla. Ni sentido del ridículo al expresar su desprecio a las Instituciones de la Unión Europea. Aunque parecía que el primer ministro de Italia, Berlusconi, había superado todas las cotas del histrionismo, acaba de sugerir como candidatas al Parlamento Europeo a “mujeres bellas para animar a la participación electoral de los ciudadanos”. El oligarca italiano ha menospreciado a los ciudadanos que le han elegido y lo mantienen en el poder.

Pero los europeos necesitamos estructuras supranacionales para afrontar los desafíos de una sociedad en tránsito. No podemos tirar por la borda los esfuerzos de políticos eminentes que han trabajado por una Europa mejor, más justa y solidaria, más responsable y unida como Jean Monet, Schuman, Spaak, Adenauer, De Gasperi, Spinelli, y tantos otros.

Navegamos lentamente, escribe Bassets, con rumbo fijo, pero sin seguridad alguna de que no terminemos dando en los escollos que se dibujan en el horizonte. Y en estas malas condiciones se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo y se elegirá la nueva Comisión que deberá conducir los asuntos europeos en los próximos cinco años. ¿Extraña a alguien, visto el barroquismo de las instituciones europeas, que los ciudadanos se sientan poco motivados? Estamos hablando, a pesar de todo, de la institución mejor valorada por los ciudadanos según el Eurobarómetro.

El profesor británico, Garton Ash, manifiesta su desaliento ante la falta de convocatoria y de voluntad democrática en las elecciones directas que se van a decidir en gran parte en función de cuestiones nacionales y locales. “En la mayoría de esos países, los electores que se molesten en ir a votar aprovecharán la oportunidad para expresar sus opiniones sobre partidos, personalidades y Gobiernos nacionales. Pero lo que ha hecho cada parlamentario en Bruselas y Estrasburgo durante los últimos cinco años, lo que figura en los programas de los llamados partidos europeos, como el Partido Popular Europeo y el Partido Socialista Europeo, y cuáles son los grandes asuntos que se van a discutir son cuestiones que se encontrarán con la indiferencia suprema de los votantes”.

Lo que no vamos a tener es un debate político de ámbito europeo sobre el futuro de Europa. Y esto clama al cielo, después de haber conseguido una Europa de las libertades y de los derechos políticos en camino de convertirlos en derechos sociales para todos. Con esta crisis inmensa que se originó en la desaforada orgía de la codicia, del descontrol y del desprecio a los estados, a los gobiernos, a las instituciones y a los ciudadanos del mundo, pues todos estamos interrelacionados y por eso somos responsables solidarios. De hecho, el bienestar, desarrollo, avances y nivel de vida y de despilfarro de los europeos hubiera sido imposible sin las materias primas que en casi un 70% proceden de esos países del mal llamado tercer mundo.

Alarma la disminución de la participación desde las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo, hace 30 años; desde más del 65% en 1979 hasta menos de 40% que prevé la encuesta del Eurobarómetro para esta convocatoria.

Para él no tenemos una democracia directa operativa, legítima y eficaz en Europa, ni vamos a tenerla a corto plazo. Sugiere algo que podríamos hacer en materia de democracia. Una sería la elección directa del presidente de la Comisión Europea. Otra, la elección directa del presidente del Consejo Europeo (la máxima instancia de la UE, con los jefes de Gobierno), si el Tratado de Lisboa entra alguna vez en vigor.

Pero estas dos cosas no cambiarían el carácter de la Unión Europea, que es un híbrido cuya legitimidad democrática deriva del carácter democrático de los Estados miembros y sólo en segundo lugar de los elementos de la democracia directa.

No vamos a contar con una democracia europea unificada en un futuro próximo. Ya tenemos una comunidad de democracias europeas. La legitimidad de esa comunidad aumentará si afrontan la política energética, las relaciones con Rusia y China, el cambio climático, la coordinación de las políticas económicas nacionales para salvar puestos de trabajo en una recesión económica mundial, la defensa de la libertad de expresión frente a las intimidaciones y la contención de una pandemia de gripe porcina.

Parece tener razón al apuntar que el verdadero símbolo de Europa en la actualidad, no lo constituyen las estrellas amarillas sobre un fondo azul, sino un avestruz gris que esconde su cabeza en la arena.

José Carlos Gª Fajardo

1 comentario

pau -

Nos escandalizamos por lo sucedido en Italia, sin darnos cuenta que quizá los italianos tienen un dirigente a su medida; la de la mayoría, se entiende.
Para entender la desidia de la ciudadanía hacia los estamentos que nos gobiernan, primero deberíamos analizar lo que para cada uno de nosotros es democracia, lo que representa... Y probablemente descubriríamos que somos muy poco demócratas y que traspasamos la frontera del autoritarismo con demasiada facilidad, escudados en unas elecciones prostituidas de antemano.
Con sinceridad ¿Alguien se siente representado por su elegido? Y de ser así ¿considera lógico respetar una parte de la voluntad del derrotado?
Cómo vamos a exigir democracia a unos tipos, si ni siquiera sabemos lo que es ni la practicamos en nuestro pequeño entorno.