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J. C. García Fajardo

Bienvenido, Rodrigo

Conocí a Rodrigo Rato hace ya algunos años. Yo daba unos Cursos para hablar en radio y TV, para hablar en público a audiencias mayores o menores, ruedas de prensa, entrevistas etc. Había trabajado seis años montando el Departamento de Comunicación de la CEOE con veinte profesionales y ayudando a crear más de un centenar de estos Departamentos por toda España y Latinoamérica. No más Gabinetes de Prensa ni “síndromes del recorte”, ni departamentos para hacer oír la “voz de su amo” o aguantar el chaparrón cuando aparecía en los medios algo que nos les gustaba. Fue una tarea dura, larga y apasionante porque al frente estaba todo un caballero educado, listo y que sabía escuchar, respetaba y aprendía de quienes sabían más que él en cualquier campo del saber. Tenía autoridad y uno se sentía siempre acogido y respaldado. Pues bien, cuando terminó su segundo mandato, convencido y casi empujado por quien le repetía que “no era bueno que al frente de la CEOE repitiese un mismo presidente” (sic), yo regresé a mi universidad a tiempo completo, pues nunca la había dejado. No sé cómo hubiera podido vivir lejos de ella. Poco me duró porque alguien, que hoy ejerce una alta responsabilidad, me llamó para ayudarlo en esas lides de la comunicación, ahora en el campo político. Una cosa lleva a la otra y llegó el tiempo propicio para Rodrigo Rato. Era su hora y su momento. Preparado, muy bien educado, sonriente y de buen humor, respetuoso y siempre dispuesto a aprender. Algún día la historia contará quiénes y cómo pusieron arena en sus engranajes. Especular ahora sobre ello sería perdernos en futuribles. Y eso sólo produce melancolía.
Contaré una anécdota reveladora de su carácter y de su inteligencia. Estaba preparándose para su salida a hacer campaña por pueblos y comunidades. Tenía que afrontar las cámaras de televisión, los micrófonos impertinentes y a periodistas que, como ahora sucede en el nauseabundo ámbito rosa, se creían con patente de corso para abordar a cualquier político, tutearlo y preguntarle a bocajarro lo que se les ocurriese. Entonces, un día, me dijo: “Profesor, y si me enfocan con una cámara en directo y me preguntan algo que no sepa”. “No lo digas”, respondí en el acto. “Entonces, ¿me quedo callado?” me lanzó en pregunta saducea. “Eso, en directo, nunca”, respondí como él esperaba. “¿Entonces, ni respondo a la pregunta ni me quedo callado?” preguntó con esos ojillos que casi cerraba en algunas ocasiones y que mostraban su interés por el debate. “Rodrigo, que te pregunten lo que quieran, tú respondes lo que sabes. Vas a lo que vas, es tu campaña política. Tienes tus mensajes, tu programa y tu propia personalidad. Tú nunca acudirías a un programa de cocina, o de robótica o de modas, ¿verdad? Tú hablas en los medios de los temas que sabes. ¿De acuerdo?” “De acuerdo”. “Recuerda lo que le sucedió a aquel ginecólogo amigo al que una señora paciente suya encontró en la calle y comenzó a contarle sus molestias. Don Pablo no se inmutó, la miró y le dijo: “Señora, quítese la falda y bájese las bragas”. “¡Pero Doctor, si estamos en plena calle!” “Pues eso, señora, ya conoce el lugar y mis horas de consulta”. Levantó el sombrero y continuó su camino. Rato se echó a reír. “¡Cogido!”
Siempre me han espantado esos malos políticos que responden a cualquier seudo periodista que le aborda sin precisar, de inmediato, que tiene un departamento de comunicación y que sería preferible que concertasen una entrevista… para la que en no pocos casos no hay agenda disponible. Un político, un empresario, un buen profesional, un magistrado, un intelectual no son vedettes ni estrellas del deporte o del vodevil. Puede hablar con quien quiera pero no con cualquiera, como dicen que le dijo el Rey al Príncipe acerca de su casamiento con la chica noruega que había desfilado en ropa interior en un conocido centro comercial de Madrid. Al final, tampoco le hizo caso, y así estamos. Aunque como no soy monárquico sino republicano convencido, es un tema que más que preocuparme me concierne por el dislate que supone, en nuestros tiempos, mantener instituciones tan obsoletas como la Monarquía o las pretensiones totalitarias y excluyentes de cualquier confesión religiosa, por respetables que sean.
Este es el hombre, Rodrigo Rato. Cuyo regreso conmueve a los propios miembros de su partido, del que habían hecho un cortijo, y que deberá encender las pilas de los políticos de los demás partidos. Regresa porque quiere, abandona un puesto que le da tratamiento y categoría de Jefe de Estado, en el que gana diez veces más que cualquier presidente de Gobierno. Diz que por motivos personales, ¿y cuándo no lo son? El drama de nuestro país es que pululan demasiados políticos, politicastros y vociferantes parlamentarios y faltan auténticos hombres de Estado. ¿Se imaginan algún rifirrafe parecido a los que orquestan en el Congreso si los parlamentarios fueran Solana, Mayor Zaragoza, Rato y un puñado de personas muy capaces que todos conocemos?
Bienvenido, Rodrigo, y, como a los Caballeros de la Mesa Redonda, te deseo “tanto honor y gloria como puedas llevar”.

6 comentarios

Anibal Fuentes -

Esta sí que ha sido una lección de periodismo... y no lo que papamos en las clases de redacción.

José Manuel Oviedo -

¡Qué bueno lo del ginecólogo! Pasarlo a todos los "periidostas" de la prensa rosa

Genma Ortiz -

No se trata de esta o de aquella ácción política, pero decir que la bonanza económica en su tiempo hubiera sucedido de todas maneras ya es demasiado.

Iván Al-Mansür -

Si damos por hecho que la corrupción urbanística y el elevado precio de la vivienda se debieron en gran parte a su ley de liberalización del suelo, al señor Rato, por mucho que parezca Pericles al lado de Acebes o de Zaplana, le deseo una plácida retirada sin que introduzca demasíado la nariz en los asuntos públicos de este país.

Diego López -

Hay pocos políticos buenos como Rato y muchos seudo-políticos como Acebes o Zaplana. Si en la prensa hay mucho periodista de tres al cuarto, en la política no menos.

La verdad es que un Congreso con Mayor Zaragoza, Rato o Solana, no sería lo que es ahora... un corral de gallos.

Un abrazo.

Javi -

La "dedocracia" de Aznar privó al PP de crear una nueva derecha española, más centrista y liberal, a cargo de Rodrigo Rato. Tal vez prescindir de los Acebes o Zaplanas era un precio muy caro para el ex-presidente.